POR ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Una nueva andadura comenzamos, al igual que dentro de la historia de Orihuela se han iniciado después de que las embravecidas aguas de ese lobo que, tantas veces se ha comido a la oveja, tal como sentenció el dominico Vicente Ferrer, en 1411, en su visita a la entonces villa de Oriola.
«La riá» arrastra tras de sí la fuerza que es capaz de aniquilar la rica huerta, que luego, siempre ha sabido reponerse comenzando una nueva etapa en la vida, regenerándose y volviendo a dar sus frutos. «La riá» arrastra con energía datos y más datos, pero en este caso no son destructores, muy al contrario, generan la posibilidad de aportar a los demás hechos y personas que a lo largo de los siglos hicieron posible, de generación en generación, con la acumulación de pequeñas historias y tradiciones, la historia grande de Orihuela. E, indudablemente «las riás», han tenido su protagonismo en ella.
Recordamos aquellas míticas que eran bautizadas con el nombre del santo del día, tal como la acaecida en 1651 que la conocemos como de San Calixto, y casi poco más de cuarenta y cinco lustros después, en 1879, la de Santa Teresa, que tuvo una gran repercusión internacional, logrando ayudas económicas y publicaciones en diarios y semanarios de toda Europa, e incluso dejándonos el recuerdo del filántropo natural de Cabezuela de Cáceres, José María Muñoz y Bajo de Mengíbar, del que en la Plaza de Monserrate conservamos su estatua. Ya en el pasado siglo, la de San Andrés, en 1916, y treinta años después, aunque no santo a pesar de quedar incluido en el santoral del Palmar de Troya, en 1946, la de Franco, que motivó la visita del jefe del Estado para comprobar los daños sufridos.
Historia
A ella, en los años cuarenta siguieron otras, y otras en los ochenta, y ya en este siglo, la reciente ocurrida el pasado 18 de diciembre de 2016, que bien podría recordare en los anales de «las riás» como la de Nuestra Señora de la Esperanza. También, otras avenidas del río Segura han hecho historia, aunque no fueron bautizadas, tales como la sucedida en octubre de 1797, que hizo presa sobre la capilla de Loreto, destruyéndola en gran parte, arrastrando las aguas a la imagen de Nuestro Padre Jesús, que días después fue rescatada en el Molino de Cox, empezándose a partir de entonces a ser conocida dicha imagen como «El Ahogao».
En 1834, el río arruinaba la Casa de la Ciudad, dando lugar a que tuviera que ser demolida. Así, podríamos continuar y comprobaríamos que en Orihuela, además de estar acostumbrados a «las riás», se sabe actuar contra ellas. Un ejemplo de esto lo encontramos en siglos pasados, cuando los huertanos al no disponer de otros medios, al ver las aguas crecer, se avisaban unos a otros por medio del sonido de grandes caracolas marinas, e incluso después con los nuevos medios de comunicación, la información recibida desde Murcia sobre el nivel que allí alcanzaban las aguas, se sabía y se sabe, sobre qué hora nos acecha el peligro.
Protagonista
Pero, también «la riá» ha sido protagonista de alguna novela, como la que lleva ese título, de la que es autor el oriolano Abelardo L. Teruel (1878-1944), publicada en Alicante, en 1909, en la que se recogen tradiciones como la de arrojar el ramo de la Virgen de Monserrate a las aguas, arrastrando bardomeras y animales hinchados, para que el nivel decreciera.
Así, al igual que una «riá», pero positivamente, el impulso de las notas sobre la historia, las tradiciones, el arte, la literatura, entre otras disciplinas, se irán sucediendo, para aquellos que tengan curiosidad en seguir estas aguas.