LA ROCAMBOLESCA VIDA DEL SACERDOTE HERNÁNDEZ-ARDIETA DE MURCIA
Nov 26 2018

SE CUMPLEN 180 AÑOS DEL NACIMIENTO DE ESTE LIBREPENSADOR Y MASÓN, CANTONAL CON ANTONETE, COLONO EN BOLIVIA Y EXCOMULGADO ARREPENTIDO, POR ANTONIO BOTIAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA

Periódico. Antigua sede de ‘la Verdad’, en la plaza Apóstoles, antes colegio de San Leandro

Sacerdote, profesor, científico, librepensador, traductor y escritor anticlerical. Todo eso fue el murciano José Hernández-Ardieta (1838-1912). Y alguna cosa más curiosa, como protagonista en el Cantón de Cartagena, pupilo de sabios parisinos y fundador de una colonia en la selva de Bolivia de inspiración masónica.

Hernández-Ardieta nació en la pedanía de Roldán, en Torre Pacheco, en el seno de una familia ennoblecida. Pese a contar en ella con una gran tradición de sacerdotes, nunca tuvo clara su vocación, hasta el extremo de proponerse abandonar el seminario.

Idea que descartó, como escribiría más tarde, por las lágrimas que solo la propuesta causó en su madre. Así que se ordenaría sacerdote, ya no sin desearlo, que también, sino guardando por la Iglesia un escondido rencor.

En Valencia se graduó en Derecho Canónico y se convirtió en profesor de Física y Química, para más tarde licenciarse en Derecho en Madrid y comenzar los estudios de Medicina. Pero también comenzó a frecuentar círculos republicanos y radicales, además de convertirse en miembro de la logia Vigilancia.

Pese a su incesante actividad radical, cuando estalló la revolución de 1868, que le costaría el trono a Isabel II, el murciano regresó a su tierra. Entonces fundaría un instituto de enseñanza en La Unión, que pronto prosperó. Y le granjeó la enemistad con la Iglesia hasta el extremo de que el obispo de Cartagena, Francisco Landeira, le prohibió que ejerciera de sacerdote.

Ya por entonces andaba el sacerdote enamorado de una joven, que falleció de forma inesperada. Su segundo y definitivo amor, de nombre Encarnación y con la que tendría cinco hijos, lo encontró en Torrevieja, donde se estableció.

Y allí también conoció a Antonete Gálvez, con quien no dudó en embarcarse en la fragata ‘Numancia’ camino de Cartagena. Gálvez andaba por Torrevieja pues aquella localidad había pedido sumarse al Cantón Murciano.

El exclérigo reconocería más tarde que «sentí una tentación tan fuerte de marcharme con ellos que ni los ruegos de Encarnación […] fueron bastantes a disuadirme».

Aunque una vez en Cartagena pronto sospechó que la aventura cantonalista no tenía futuro y, una vez más, se marchó rumbo a Orán y recaló más tarde en Lisboa, desde donde se embarcaría hacia las Américas.

Una utópica colonia

Hernández-Ardieta formó parte de la Sociedad Internacional de Colonización, cuyo fin, por mucho que quisiera negarlo el librepensador, era explotar las riquezas del continente americano, como destacó en su día Juan García Abellán. Este autor advirtió de que «la colonia ‘El Progreso’ fue un alarde de utópica osadía».

El invento, situado a seiscientos kilómetros de Lima -y era la ciudad más próxima- apenas duró diez años. Eso sí: albergó a dos mil almas, que huyeron despavoridas cuando estalló la guerra del Pacífico y la ciudad fue arrasada. Ardieta y su familia huyeron a través del Amazonas para regresar a España sin un céntimo y con dos hijos.

Su próximo hogar lo estableció en Balsicas, pedanía de San Javier. Fue el 3 de junio de 1884. Y también se estableció con él y en Murcia el escándalo. Primero, a través de las páginas del diario anticlerical ‘El Profeta’, del que fue jefe de redacción. Y luego con su propia publicación semanal, titulada ‘El Libre Pensamiento’ y que le valdría la excomunión.

García Abellán la describe como «la más agresiva expresión que en papel de prensa conocería Murcia, reprobadora de dogmas, religiones y doctrinas, entreverando la publicación de incordios, acusaciones y despropósitos».

En su producción literaria hay que sumar diversos tratados sobre religión y ciencia, algunos editados en América y otros en Bruselas o París. Hernández-Ardieta estaba en toda su salsa periodística cuando llegó a la Región el nuevo obispo, Tomás Bryan y Livermore, un malagueño de ascendencia irlandesa con un interminable curriculum académico.

Caña al obispo

La misma tarde de su llegada, un 6 de junio de 1885, Ardieta, subido en un carro, antecedió la comitiva solemne vendiendo ejemplares de ‘Las Dominicales del Libre Pensamiento’. Apenas logró colocar unos cuantos ejemplares, cuya recaudación aseguró que sería para los afectados por los terremotos andaluces.

Pero el escándalo estaba servido. Además, le acompañaban varios integrantes de una nueva sociedad creada en Murcia y presidida por Antonete Gálvez: ‘Los amigos del Progreso’. Otra china intelectual en el zapato del prelado.

Ni el resto de diarios de la época escaparon al azote de Ardieta, de forma especial ‘El Diario de Murcia’, dirigido por el apacible Martínez Tornel, quien en muy pocas ocasiones contestó a los ataques de su enemigo periodístico. En una de ellas, ‘El Diario’ criticaría otra propuesta de Ardieta: la de fundar el Ateneo de Murcia.

Pero quien sí intervendría fue el obispo cuando ‘El Libre Pensamiento’ comenzó a atacar directamente los dogmas de la Iglesia Católica.

Primero, intentó que la oveja perdida retornara al redil convocándolo a una reunión, a la que Ardieta, sin avisarlo antes, se presentó con dos famosos republicanos murcianos para que hicieran de testigos.

El obispo redujo el encuentro a una breve charla trivial. Aunque más tarde se enzarzaría en un cruce de cartas con el excura que, tras publicarlas en su revista semanal, causaron de nuevo el escándalo. Total, que el episodio acabó con la excomunión de Ardieta mediante un edicto episcopal fechado el 9 de abril de 1886.

Dos días después fue colocado en las puertas de todos los templos. El excomulgado dedicaría entonces no pocos esfuerzos a criticar aquel decreto.

Entretanto, se marchó a Barcelona, ya sin su esposa e hijos, y allí escribiría algunos libros más. Hasta que, curiosamente, el 23 de marzo de 1904, enfermo, solo y en la miseria firma su retractación y pide el perdón de aquella Iglesia que tanto había maldecido. Y lo obtuvo. La noticia volvió a sacudir a Murcia, donde se rumoreó que el clérigo se encargaría de dirigir el diario ‘La Verdad’.

No fue así. Ingresó en un convento catalán, traduciría un diccionario católico y aún viajaría a la capital del Segura para celebrar una misa en el convento de San Antonio. Murió en Barcelona en 1912.

Fuente: https://www.laverdad.es/murcia/ciudad-murcia/rocambolesca-vida-sacerdote-20181125001836-ntvo.html

 

 

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