LA “SACA” DEL CORCHO
Jul 08 2020

POR ANTONIO ORTEGA SERRANO, CRONISTA OFICIAL DE LA VILLA DE HORNACHUELOS

“Escrita como homenaje a los grandes “corcheros” y “taladores” que ha dado esta maravillosa tierra y para que las nuevas generaciones sepan valorar la tradición que nos dejaron nuestros ancestros.”

COMO INTRODUCCIÓN O PRÓLOGO

EL ALCORNOQUE
(Quercus suber)

“AL ALCORNOQUE no hay palo que le toque, sino la encina, que le quiebra las costillas, o sino la carrasca, que le casca”.

El alcornoque es un árbol siempre verde, de la familia de las fagáceas, de 8 a 10 metros de altura, copa muy extensa, madera durísima, corteza formada por una gruesa capa de corcho, hojas aovadas, enteras o dentadas, flores poco visibles y bellotas por fruto. La especie, conocida botánicamente por Qurcus suber, crece en terrenos silíceos y rechaza los calizos. Es propio del Sur de Europa y el Norte de África, y abunda particularmente en España y Portugal. La capa suberosa de la corteza, cortada en anchas láminas o planchas, proporciona el corcho del comercio. La primera extracción, en que se obtiene el corcho virgen o bornizo, se realiza a los 15 ó 20 años, y las siguientes a intervalos de nueve años, (pues si se deja diez o más pierde su calidad). El rendimiento es considerable dada la circunferencia del tronco: hasta 4 ó 5 metros. También se aprovechan las bellotas en régimen de monte alto ó montanera. Este árbol suele alcanzar gran longevidad y su madera es muy dura, por este motivo existe el dicho, cuando un niño o un hombre no consigue aprender lo que se le está explicando se dice: tiene la cabeza tan dura como un alcornoque.

Comienza la “Vará”

En la verde Andalucía y especialmente en la parte de Sierra Morena, en la denominada Sierra de Hornachuelos, y el término de éste bello pueblo blanco como una gran paloma, fue uno de los más extensos de España, con casi 129.000 Hectáreas y que anteriormente sólo era superado por el término Municipal de Montoro, hasta la segregación de Venta del Charco y Cardeña.

Hornachuelos en la actualidad con unas 68.000 Hectáreas y de una superficie superior a 900 kilómetros cuadrados, con unos 5.500 habitantes y que en la época de la estamos hablando llegó a los 7.500.

Es una capital de provincia en pequeño, ya que en su término y bajo la tutela de su Ilustrísimo Ayuntamiento, pertenecían a él, en aquella época de las décadas de los años cuarenta y cincuenta, siete Aldeas Pedáneas, que enumero por orden de importancia: San Calixto, La Cardenchosa, Los Morenos, Navalcuervo, El Alcornocal, Ojuelos Altos, Ojuelos Bajos y Los Panchez o Piconcillo, actualmente segregadas.

En su extenso término las fincas más importantes productoras de corcho, y que cuentan con mayor número de Alcornoques, que son los árboles criadores del corcho, entre otras están: La gran extensión de la finca de San Calixto o el Tardón, Nava de los Corchos, Las Aljabaras, Las Mesas, Dehesa de San Antonio o El Desmonte, El Peñón de Friter, Nava de los Corchos, Torralba, Navadurazno, El Pedrejón Bajo, Las Altas: Alta y Baja, La Mata, El Jardín, La Toba, Las dos Mezquetillas, El Rincón Alto y el Bajo, los llanos de Antoñito Jiménez, La Loma, Los Arenales, Zahurdillas, Las Umbrias de Santa María, El Cerro de los Rayos, El Asiento, etcétera. Todas estas fincas enmarcadas en una zona montañosa donde se encuentran los sitios conocidos por: Cerrejón de Vaciatalegas, Cerro del Cura, Cerro de Matagallanes, Llano de la Cobatilla, Cerro del Peco, Cerro de los Blanquillos, Cerro de los Venados, Cerro del Madroño, Loma de los Peñones, Los Cabezos, Cerro de la Mata, Cerro de Mirabueno, El Cerrejón de la Alcarria, etc.

En Hornachuelos y, naturalmente por tradición, existen los mejores “corcheros” y “taladores” del mundo, que junto con los de la Navas de la Concepción, sólo les siguen a la zaga, los de Medina Sidonia (Cádiz) y los Mondeños. Por tal motivo para éste pueblo tiene una gran importancia económica el cultivo, cría y aprovechamiento de éste producto tan singular como necesario, ya que de él salen infinidad de subproductos comerciales, que dan trabajo a una ingente población, además de a Hornachuelos, Navas de la Concepción, Medina Sidonia y Monda, a la capital de su provincia Córdoba, Sevilla, Castellón, Barcelona, Tarragona, Lérida, – para las bodegas del Cava -, Teruel, Huesca y otras en España y en el Sur de Francia donde se cultiva el Champagne.

Por lo tanto en la zona de Hornachuelos, madre del corcho, sigue teniendo una gran importancia la producción de este bien de la naturaleza, cuya extracción mantiene una tradición tan trascendental como antigua en las inmensas extensiones de producción natural de su sierra.

“La Saca” o recolección del corcho

Una vez que los dueños de las fincas y técnicos de las fabricas deciden que el corcho está en su punto para ser extraído, llaman al hombre de confianza. “El Manijero” (Capataz o encargado de contratar una cuadrilla de trabajadores del campo), y que en Hornachuelos, hubo, habrá y seguirán habiendo, varios de gran renombre como fueron: Antonio Ortega “Abril”, Rafael León, Antonio “El Escudero”, Manuel Ortega “Abril”, José Castro “Pepe Conde” y otros, y que también ejercían este puesto en la época de la tala y poda de árboles, con preferencia de alcornoques y encinas de los que son grandes especialistas. Todos ellos, hombres muy responsables, de gran profesionalidad y conocimiento en la materia, y aunque parezca una paradoja incongruente, apreciados tanto por los dueños, como por los propios jornaleros del lugar.

Estos hombres, fuese cual fuese, el elegido, tenían a sus hombres de confianza: El Listero, que sería luego preferentemente, el segundo Manijero o “Rajador”, por si en algún momento se tenía que quedar en el Rancho haciendo algo especial de las cuentas, no “mancara” una collera, el resto de “Rajadores” (el que raja, madera, leña o corcho), que en la “cuadrilla” tienen el cometido y la ineludible misión de preparar el cocho en planchas adecuadas y de similares dimensiones para que luego puedan ser pesadas sin dar problemas. Entre los más especializados en esta materia se encontraban entre otros: mi padrino Agabo López (Antonio “El Colorao”), Carlos Becerra, Manuel Mata, Ramón Muñoz, Manuel “El Navero”etc.

Una vez que “El Manijero” tenía la “cuadrilla” reclutada, iba “acollarando” (unir dos cosas o personas) a los hombres de dos en dos (que en otros sitios los denominan “pareja” y en Hornachuelos “collera”), los más expertos con los nuevos y, a los “sacadores” especializados, como maestros y responsables de los “novicios” este año hay varios, pues en Hornachuelos se tiene muy en cuenta por los Manijeros, sacar cada año en cada cuadrilla, dependiendo del número de “colleras”, de tres a cuatro “novicios”. En esta “saca” le había tocado el turno a varios, entre ellos a Julián López “El Colorao”, Manolillo Mondragón, Carlos Becerra (hijo), etc., estos novicios, tenían un sueldo especial, ganaban algo más que un “Rajamantas”, pero algo menos que un corchero ya hecho. Para ellos era un orgullo, y sus reuniones o tertulias con sus amigos, comentaban con suficiencia la buena nueva. Eran envidiados por los demás amigos. De esta forma seguía la tradición y nunca se terminarían los buenos corcheros y taladores en este pueblo que lleva la tradición en las venas de todos sus hombres.

Estos muchachos cuando volvían de la “varada”, que normalmente estaba previsto coincidiera con el día de San Abundio, el 11 de Julio, que se celebra la Feria de Hornachuelos, (y si esto no sucediera, porque la “saca debiera continuar, se paralizaba durante tres días, para asistir a la feria y después se continuaba) su mayor satisfacción consistía en enseñar la palma de sus manos, con el color rojizo oscuro del curtido impregnado en su piel, era su bautismo como corcheros ya hechos para el próximo año.

“El Rancho”

En los años cuarenta o cincuenta, “EL Rancho”, era tan imprescindible como necesario, como ya se ha dicho antes, época a la que corresponde éste relato, no existían las posibilidades y comodidades que en la actualidad, (que la mayoría de los corcheros tiene coche propio y de esta forma pueden dormir todas las noches en su casa, aunque tengan que madrugar un poco, usan guantes especiales para no mancharse las manos de “el curtido” del árbol y que impregnaba en la piel y las plantas de las manos de los “sacadores”, se mantenían teñidas durante varios meses), por lo que la “cuadrilla” se trasladaba a la finca y en un lugar ya previsto, preferentemente en el llano junto al pozo se ubicaba el “Rancho” (lugar donde trabajaría el cocinero y serviría como alacena y despensa de las viandas), nada más llegar. Lo primero que se hacía era preparar entre todos la “enramada” que iba a ser el lugar donde el cocinero prepararía a diario la comida de la “tropa”, se preparaba la hornilla, la estantería para colocar el pan, y el resto las viandas más apreciadas para las hormigas, el tocino, las legumbres, garbanzos, lentejas, alubias, ajos, habas etcétera. En el suelo se hacían unos agujeros donde se colocarían los cántaros llenos de agua, después de humedecer el hoyo para que se mantuviese el cántaro y el agua fresca.

Después cada grupo preparaba sus camastros, debajo que un frondoso alcornoque, (que sería el último al que se le extraería el corcho al finalizar la “varada”), encina o quejigo.

Una vez terminada la labor de instalación, “El Manijero”, dando la voz de: ¡Aquí todos! Reunía a los hombres para darles las consignas por las que regirse durante el tiempo que durara la extracción. Les hacía las recomendaciones de rigor, de lo que debían o no debían hacer, las ayudas que se deberían prestar unos a otros, la camaradería que debería existir entre todos y en todo momento (ya que no permitiría discusiones ni peleas, y que, al que las provocase sería despedido en el acto), que jamás por difícil que estuviese, ninguna “collera” se dejaría un “palo” por sacar y menos darle de “lado” (en el argot corchero a los árboles menos cómodos para “sacarlos”), se llama “endonárselo” a la “collera” de su izquierda o su derecha, y eso está muy mal visto y sancionado con el “abucheo” por el resto de la “cuadrilla”, para evitar que se produzcan discusiones y reyertas por el hecho.

Una vez terminadas las recomendaciones o arenga, le da orden al cocinero para que les entregara las “fuentes” de barro cocido, llenas de patatas, para que una vez “peladas” las freiría el cocinero para la merienda, que irían acompañadas de un exquisito gazpacho blanco, hecho con habas pujadas, ajos, pan, sal y buen aceite de oliva virgen, que previamente había preparado el experto hombre de la cocina, ayudado por el “pinche” (ayudante de cocina, que sería escogido de los “Rajamantas” o Recogedores del corcho, contratados, posiblemente el más joven de todos ellos).

En la “cuadrilla” hay otro hombre imprescindible. El “Chiquichanca” o Aguador, que está a cargo de llevar en una mula, unas “angarillas” con seis u ocho cántaros de fresca agua, y con unos cuencos de corcho, le va dando agua a las “colleras” que se la piden o que los espera con ellos llenos en un lugar que ha previsto “El Manijero”, en el que se descansará unos minutos, para echar el cigarro, el cigarro o descanso reglamentario.

A la mañana siguiente y antes de despuntar el sol, se oye la potente voz del Manijero: ¡Irseeee espavilandoooo!. Los hombres se levantan, se asean un poco en los cuencos de corcho que cada uno se ha preparado y a “pelar” las patatas para el almuerzo, una vez terminada esta labor, comenzará la jornada de trabajo, en un lugar cercano al “Rancho”.

Transcurrida una hora aproximadamente, y con el ruido ensordecedor del repiqueteo de las hachas, se escucha de nuevo la voz tan esperada como deseada ¡Vamos a echar un cigarrillo!, y como por arte de magia todo queda en silencio, sólo se escuchan las amenas conversaciones de los hombres y las piedras “asienta filos” sobre las hachas.

A la voz de: ¡Vamos otro poquito!. Como si ésta se tratase de un resorte de reloj de precisión, las “colleras” vuelven al “palo” que habían dejado por terminar, y con una exactitud que raya en lo excepcional, van extrayendo el corcho de los árboles.

Cuando llegan al alcornoque, lo primero que hacen es “rodearlo”, (que es rodear el tronco del árbol en su perímetro, para dividir las planchas del tronco en dos partes) y a continuación, con precisión de cirujano, van subiendo la “raya” hasta la cruz, con certeros golpes de hacha, siguiendo las “colenas” de los picotazos que le hicieron a la corteza en la “saca” anterior, tratando de no herir el tronco, luego para despegar el corcho, usan los “astiles” del hacha que ya lleva una afilada paleta a la terminación y que usan como “desollador” y si el árbol fuese muy alto, es atacado por dos “colleras”. En la “cuadrilla”, llevan unas pértigas (que es un palo largo de avellano, terminado al igual que las hachas en paleta afilada y con él llegan a lo más alto despegando el corcho). Antes una de las “colleras” ha subido a la cruz del árbol, usando una “burra” que llevan para este menester, (se trata de un palo de encina largo de unos dos metros y medio con unas hendiduras a modo de peldaños y terminado de una horquilla para sujetarlo al tronco, hoy día, llevan unas largas escaleras para este menester, que permite realizar este trabajo con menos esfuerzo, con más comodidad y rapidez). Con la ayuda de estos primitivos “instrumentos” y las hachas (que hay que decir de ellas, que las más famosas y mejores, y porque estaban fabricadas a mano, eran las que hacía el herrero José Castilla de Almodóvar del Río, así como las mejores botas de piel de becerro, con sus suelas llenas de tachuelas para su mejor agarre a los troncos, eran las que hacían Manuel Garret “El Cojo Garret” y “El Zapatero de San Calixto”, existía otro zapatero, pero le trabajaba “a la otra clase”, éste era Currillo Camacho, que como ayudante tenía a uno de los Tamayo, apodado “El Zopo”) que se van clavando una tras otra, o los escalones que se hacen en el propio corcho. Una vez en la cruz, van rayando las ramas y echo el “cuello” al “bornizo” (separar el corcho de fábrica del bornizo), se procede por todos a la extracción del preciado traje del árbol.

Pero amigos míos, los alcornoques tienen unos aliados para que los defiendan y que en muchos casos ponen en apuros a los hombres, son las bravas y temibles hormigas rojas, que tienen su hormiguero en la parte alta donde finaliza el corcho, llamado de fábrica y comienza el “bornizo”. Se han dado muchos casos de que un hombre se ha tenido que tirar al suelo desde lo alto de la cruz, porque era prácticamente devorado por lo voraces bichillos.

Al cabo de otra hora aproximadamente, se vuelve escuchar la esperada voz ¡Vamos al Rancho!, y “El Manijero” comienza a andar, él suele ir siempre delante, como un buen General de un Cuerpo de Ejército, hacía donde les espera una buena fuente de patatas fritas con cebolla y otra de exquisito gazpacho.

Una vez reparadas las fuerzas y afiladas las hachas, vuelven al “tajo” para seguir su trabajo hasta la hora de la comida, que esta vez será, unos suculentos garbanzos aderezados con buena carne (de conejos cazados por los propios corcheros), morcilla de Cártama o de Ronda y tocino con veta (desgraciadamente en aquélla época es donde se podía comer esa comida, en el resto se pasaba mucha hambre).

Después de una merecida siesta de unas dos horas, reanudan el trabajo hasta la hora de la cena, que se realiza antes de que las últimas luces del día se apaguen.

El corcho es sacado como ya se ha dicho por los “Rajamantas” y ayudados a última hora por los corcheros, a fin de que no se quede ningún corcho en el tajo.

Lo sacan a un claro del monte, donde es rajado y preparado por los “Rajadores” y llevado a la “pila” por los porteadores hasta altas horas de la noche, donde es pesado al día siguiente, ya que se deja reposar y orear hasta las once de la mañana aproximadamente.

Las mulas o burros con sus “garabatos”, llevan buenas cargas que los “muleros” o “arrieros” se cuidan de que lleguen a su destino sin problemas. (Actualmente y al igual que ocurre con las escaleras, también se usan “Tractores de oruga” con remolque, que aceleran la labor de recogida.

El corcho como todo en la sabia naturaleza, unas veces se “da” mejor y otras peor, pero siempre se consigue extraerlo con menos o más trabajo.

En los años de lluvias y de buena pluviometría, se “da” mejor y en los que las aguas no son tan benévolas y se “han resistido”, cuesta más extraerlo, no se suelta bien del tronco, (y a veces, si los “sacadores” se descuidan, se traen pegado a la plancha, un trozo de corteza, que será una “calva” perpetúa para el árbol), se rompe más y el precio baja. Los fabricantes quieren buenas planchas, y como todo en la vida tiene su categoría, en el corcho hay: clase extra, de primera, de segunda y de deshecho. La clase especial o extra, es un corcho, prensado, fino, sin poros y limpio de defectos, el de primera un poco inferior pero de características similares, el de segunda, bueno pero más grueso, con muchos poros y “fofo” y por último el de deshecho, es que sale de las “zapatas” (en la parte que pega a la tierra del árbol), los cuellos y los “palos” nuevos, que se les “pela” el “bornizo”, para que produzcan corcho dentro de nueve años, que es el tiempo de cría para una nueva “saca” y que en las planchas se puede comprobar la edad por la cantidad de vetas que tiene.

En la “pila” hay una gran “cabria”, de la que cuelga una potente romana (posiblemente fabricada en la herrería de Tiburcio Cárdenas), que puede pesar hasta dos o tres mil kilos. De la romana pende una plataforma que admite hasta cuatro quintales castellanos (46 kilos cada quintal), que van llenando de planchas los operarios, hasta que el “pesador” encargado, pronuncia la palabra ¡Peso!, y da el visto bueno el vigilante de la fábrica, que es el inspector por parte del comprador, para que se lleven las cosas con normalidad y procede al “refugado” de las planchas que no son de su agrado o que vienen en bruto, o sea, sin quitar el “bornizo” o las zapatas o “repies”, las planchas con pegas de otro año, las que tienen trozos de corteza, los segunderos los de cuarta y los quemados.

Por las manos de los tres o cuatro hombres o mujeres, (ya que actualmente para este menester contratan también a mujeres), después por los apiladores o apiladoras, que son hombres o mujeres puestas por los compradores, para organizar la “pila” y que luego van volteando para que el “oreo” del corcho suele pasar a diario, sin temor a equivocación y dependiendo de la cantidad de “colleras” de la “cuadrilla”, entre trescientos y quinientos quintales de corcho, y posterior traslado a la fábrica en vehículos preparados al efecto.

Fernando “El Corredor”, Román, Camacho u otra persona, representan al comprador y la persona que representa a la propiedad de la finca, controlan, como ya se ha dicho, cada pesada con pulcritud y buena voluntad, van apuntado las pesadas realizadas y al final de la jornada, cotejan las cuentas y se ponen de acuerdo, si surgiera alguna anomalía.

Un quintal de corcho de aquélla época, lo solían pagar a unas doscientas cincuenta pesetas el extra, doscientas veinticinco el de primera, ciento setenta y cinco el de segunda, y el refugado, bornizo, zapatas y quemado aprovechable a cincuenta pesetas. Actualmente el mismo quintal de corcho se paga a unas doce mil pesetas, dependiendo de la clase, el refugado o de deshecho es aforado y se calcula a ojo su peso y tiene un precio de mil a mil quinientas pesetas el quintal, ya que este producto lo destinan en la fábrica para el prensado de planchas de aislamientos, embellecedores de paredes y techos en Restaurantes y Bares y tiendas de moda, esto es después de triturado.

El buen corcho se cuece en grandes calderas, y de él salen los tapones del Cava, el Champagne, el vino de Rioja y demás excelentes caldos que se cultivan, crían y producen en nuestra piel de toro.

Por estos motivos y razonamientos, el corcho se puede considerar como uno de los sectores más importantes y de mayor trascendencia en mano de obra y empleo para este pueblo de unos siete mil quinientos habitantes por aquellos años y que junto con el ganadero, agricultura en general, caza cinegética, turismo rural etc., es uno de los pilares que sustentan el desarrollo fundamental y económico de la localidad.

La importancia de este sector viene dada a que como cada “saca” se lleva a cabo, cada nueve años y son muchas las fincas productoras, todos los años se extraen una o dos fincas importantes, por lo que ningún año deja de haber “varada” en el Parque Natural de la Sierra de Hornachuelos.

Con una producción aproximada de 8 a 9.000 quintales año, lo que genera una gran cantidad de jornales durante los meses de mayo, junio y julio, sobre todo en la tarea de la “saca” del corcho, ya que aún no cuenta el pueblo con una planta de transformación del producto. Lo que sí hubo por entonces una pequeña fábrica de triturado, de un tal Don Alfredo que vino desde Almería, (que por cierto ocurrió en ella un desgraciado accidente, que conmocionó al pueblo, que fue que el empleado que estaba en la trituradora del “refugado”, ésta se tragó su mano derecha, destrozándosela casi a la altura del codo) situada en un solar junto al final de la calle del Castillo, junto al Molino de Manolo Ortega, y que compraba parte de la recolección y todo el de la rebusca, con esto daba trabajo a ancianos, mujeres y niños, que después de la “saca”, se dedicaba a la “rebusca del bornizo”, que unos transportaban en un borriquillo, en sacos en la cabeza o colgados al hombro, que con su pequeña carga recorrían a veces, hasta quince o veinte kilómetros y que como comida llevaban, algunos, un poco de pan, bellotas, pan de higo, otros, y los más afortunados, un poco de queso o tocino, bebían agua de los veneros o arroyos que encontraban en el camino y con esto se ganaban su pequeño sueldo.

Y este, amigos míos, es el pasaje en un día cualquiera en la Sierra de Hornachuelos con la extracción del corcho.

Cuentan desde tiempo inmemorial que San Abundio fue un corchero excepcional, era “Rajador” y tenía su cuchillo tan bien afilado que cuando estaba cortando una plancha de corcho se le escapó y se cortó el cuello. Pero se le apareció un Ángel y le dijo: “Abundio, el Señor me envía para decirte que te curarás, pero con la condición de que te hagas sacerdote y veles por este pueblo y sus hombres y los protejas cuando estén realizando esa labor tan bella como es la de coger de la naturaleza lo que ella nos da para subsistir y ganar con el sudor de nuestra frente el Pan nuestro de cada día”. Y al igual que cada año se realiza la “saca” del corcho y, el día 11 de julio de cada año se celebra la Fiesta en Hornachuelos, en honor a San Abundio, Patrón de los corcheros.

Add your Comment

Calendario

noviembre 2024
L M X J V S D
 123
45678910
11121314151617
18192021222324
252627282930  

Archivos

UN PORTAL QUE CONTINÚA ABIERTO A TODO EL MUNDO