LA SANDÍA ICONO EN UN CUMPLEAÑOS (CÓRDOBA)
Nov 24 2018

POR FRANCISCO PINILLA CASTRO, CRONISTA OFICIAL DE VILLA DEL RÍO (CÓRDOBA)

La Sandía, icono en un cumpleaños

Todos los veranos, como ya es costumbre, nos reunimos, la familia más íntima con la Abuela, en su casa de campo el día de su cumpleaños para festejarlo juntos.     Enriqueta, que ese es su nombre de pila,  es una mujer gruesa, está muy ágil y este verano ha cumplido el 70 aniversario.

    Cuando se fue acercando la fecha de su nacimiento, ya tuvimos todos, movida, entre la familia y a través del móvil fuimos acordando, cómo homenajearla, la forma de llegada, etc. Sin embargo la Abuela, como siempre, se adelanta a nuestros movimientos, y unos días antes ya pernocta en la casería con todo lo necesario acompañada del servicio, y teniéndolo todo limpio y preparado para recibirnos.

    El día señalado, nos presentamos en dos coches en la parcela, y allí estaba la Matriarca, derecha como un junto en la puerta de la casa, mirando al camino y esperando el momento de abrazarnos y acariciarnos. Estaba radiante de satisfacción, un año más había reunido a comer juntos a sus dos hijos, sus dos nueras y sus cinco nietos; y esperaba pasarlo muy bien, y a nosotros nos vería disfrutar del aire puro de Sierra Morena  el día de asueto, que nos dejaba libres de trabajo y obligaciones.

    La fiesta y la alegría comenzó con nuestra llegada, felicitando todos en corro a la Abuela, y deseándole que nos invite muchos años más. Después nos dispersamos cada uno por un lado; los niños se fueron a jugar y a coger frutas de los árboles, las mujeres se retiraron al interior de la casa y a la cocina, y yo con mi hermano paseamos la finca recordando nuestra juventud y trabajos.

    El motivo más silencioso del día se dio en el porche, cuando la Abuela bendijo los alimentos antes de comer y recordó al Abuelo y los trabajos que aquí habían realizado juntos en esta casa que ahora nos cobija, con muchos sacrificios y soportando días con calores como el de hoy de más de 40º grados.

    Y el más jocoso y divertido, después de comernos una suculenta paella, precedida de entremeses y bebidas frescas. La Abuela se presentó con una gran media sandía que colocó en un extremo de la larga mesa y uno de los nietos, que le seguía, puso en el otro extremo la otra media sandía. Ambas mitades, nos parecieron dos soles por el rojo de su pulpa destacando dentro de la corteza verde del vegetal, y su atractiva presencia arrancó elogiosos  comentarios a su robustez, color, etc.

    El efecto gastronómico de su pulpa, tierna, jugosa y fresca, me resultó delicioso, aún recuerdo  el suave dulzor que produjo el contacto de su carne en mi paladar y la apetencia con que me comí, despacio y saboreándolas, dos largas tajadas de ella, y el homenaje que en un pim pam charlatán, conté a los presentes sobre mi relación con esta planta que  conozco de antiguo.

   “ Sería por los años 60 del siglo pasado. Mis abuelos ya poseían la parcela de terreno y en ella sembraban todas las primaveras semillas de frutos de verano: pimientos, cebollas, tomates, ajos, sandías, melones, etc. Yo era un niño con apenas una decena de años, y recuerdo que algunas veces los acompañé a sembrar semillas de sandía, del tamaño de las pipas de girasol, que durante la noche anterior habían tenido echadas en agua, y en un hoyo que hacíamos en la tierra poníamos 3 o 4 granos juntos, separados de la siguiente plantación como un metro, y los regábamos. El riego, lo continuaba el abuelo muchos días después hasta que nacían las plantas y aún así, él seguía regándolas hasta verlas más crecidas.

    Después las plantas se alargaban y extendían, y de los entrenudos de sus hojas, salían unas flores grandes que iban transformando en su base los pequeños frutos. Los frutos crecían y entonces, debajo de donde éstos se iban a desarrollar, les hacíamos en la tierra unas “cunitas” para que no se movieran y no rodaran; y allí seguían creciendo hasta parecer “cabezas calvas de personas” que detectábamos desde lejos.

    Cuando las sandías alcanzaban su madurez, el abuelo se hacía acompañar de unas personas aptas para arrancarlas de las matas y cargarlas en serones de esparto puestos sobre bestias: burros y mulos, donde se transportaban hasta la Capital para exponerlas a la vista del público, en montones con forma cilíndrica, en el mercado y después venderlas, obteniendo de la venta unos ingresos extras que le ayudaron a la supervivencia.

    Las sandías, las hay hoy de varios colores: toda verde oscuro es el más corriente en nuestra tierra, aunque también las encontramos en los supermercados con el verde rayado,  amarillas y con grandes lunares blancos y verdes, de diferentes tamaños y con pipas muy pequeñas, y casi todas con una zona más blanca en el centro externo de la barriga, en la zona donde no le ha dado el sol durante su desarrollo”.

    A continuación, ayudado de mi hermano, persona de hábiles manos, y de largos cuchillos troceamos la sandía y la repartimos en rebanadas a los asistentes y el resto la depositamos en una larga fuente de cerámica.

   A uno de los niños, comiéndola, con los carrillos mojados de zumo de la sandía, se le ocurrió decir que le parecía que mordisqueaba un trozo de luna roja, y que tenía un sabor muy rico. Todos nos reímos con esta ocurrencia y también la madre del crío que con un pañuelo le limpió los morros.

    ¡Qué gran verdad, acababa de decir aquél niño, expresada con toda su inocencia! Las rebanadas de sandía parecían medias lunas pintadas con el rojo color del sol por el “Artista”, una tarde de verano, cuando el astro se retira por poniente.

    Acabada la comida, con mucho jolgorio, nos pusimos todos de pie en el porche, y  con una tajada de sandía en la mano, se la brindábamos a la Abuela, y le cantábamos el ….   Cumpleaaños feliz, – cumpleaaños feliz – te deseeamos todos,  un cumpleaaños feliz.

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