LA SORPRENDENTE INDUSTRIA DEL CAPULLO DE LA SEDA • TEXTOS Y FOTOS INÉDITAS REFLEJAN LA BELLEZA DE LA CRÍA DEL GUSANO, CUYOS HUEVOS CUSTODIABAN LOS MURCIANOS EN ESTE MES COMO ORO EN PAÑO
Feb 13 2017

POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA

Dos mujeres alimentan a los gusanos.
Dos mujeres alimentan a los gusanos.

El niño trasladaba al corral los zarzos de las andanas del obrador, satisfecho pues ya no deslecharía ni volvería a extraviar el sacabocados, para que la familia comenzara el desembojo, pues era preciso ahogar de inmediato los capullos en el horno de cocer pan. Este párrafo anterior, hace apenas una generación, no encerraba misterio alguno para muchos murcianos, quienes comprendían -y aún en muchos casos sufrían- el significado de cada uno de los términos.

Pertenecen las palabras al vocabulario básico del mundo de la seda, al que Murcia debe entre otras cosas algunos de sus actuales monumentos. Pero hoy, por esa cátedra de desmemoria aplicada que ostentan los gobernantes, todo ha pasado al más asqueroso olvido. Así que cuando uno encuentra la obrita que se publicara en Madrid allá por el año 1929 intuye que su autor ni imaginó que llegaría el día, este día, en que a los murcianos les valdría el texto, más que para recordar, para redescubrir tan glorioso pasado.

El autor del librito, titulado ‘La crianza del gusano de la seda’, fue Felipe González Marín, entonces director de la Estación Superior de Sericultura de Murcia. Es una obra tan numerosa en ediciones como desconocida. Y fue muy reconocida en su época. En la segunda edición que me malvendió el otro día un tipo en el mercado del Almudí descubrí párrafos tachados y fotografías cubiertas con recortes de papel blanco.

Su propietario, sin duda, mutiló la obra durante la Segunda República. Porque al trasluz se lee que ocultan referencias al apoyo del Rey Alfonso XIII a la seda y aquella instantánea en que posaba rodeado de huertanos durante un desembojo. Pero el dueño del libro se cuidó mucho de que la improvisada ‘censura’ afectara al resto de la publicación, que incluye fotografías inéditas que hoy recupera ‘La Verdad’ para sus lectores.

La industria de la sericultura siempre abarcó dos ramas: el cultivo de la morera y la crianza del gusano, junto a la transformación de la seda en sus diferentes productos. El ciclo biológico del insecto abarca cuatro fases: semilla, larva, crisálida y mariposa, cuyo único empeño, claro, es perpetuar su especie. Y aquí comienza la historia.

Simientes e incubadoras

La semilla o simiente, que eran los huevecillos que ponían las mariposas -a una media de entre 400 y 500 cada una de ellas- se adquirían entre los meses de septiembre y octubre y debían conservarse en lugares frescos, secos y ventilados. Las semillas que se enviaban por correo después de noviembre, por las calefacciones, podían malograrse con facilidad. Otra posibilidad era invernar la simiente en cámaras frigoríficas durante los meses de diciembre, enero y febrero. De esta forma, las cosechas conseguidas eran un 25% superiores y producían larvas de mayor calidad.

El siguiente paso era la incubación de los huevos, que debían mantenerse a una temperatura uniforme, entre 15 y 22 grados, en un lugar ventilado. Para ello existían varios modelos de incubadora, cuyo sistema de calefacción era por llama directa o por agua, el más utilizado. De esta clase era la incubadora económica de la Estación Serícola de Murcia, que cualquier carpintero podía fabricar y era la más utilizada en toda España.

Constaba de dos partes: el depósito del agua y la cámara de incubación. El primero era de zinc, con una capacidad para ocho litros de agua, que circulaba en cuatro tubos del mismo metal. Bastaba una con una mariposa de aceite para calentar el recipiente.

La cámara de incubación estaba ocupada por cinco zarzos o bastidores de madera con fondo de linón, tela generalmente de hilo, poco tupida, engomada y algo rígida. Además, existían orificios para evitar que el aire se viciara. La cría de estos insectos tampoco tenía demasiados secretos: alimentación abundante y racionalmente aplicada, temperatura adecuada, ambiente seco, ventilación frecuente y poca luz. A menudo se llamaba obrador al local destinado a la cría.

Los gusanos se repartían en esos zarzos de poco más de un metro de ancho, lo que facilitaba su manejo, y longitud variable. Los mejores materiales para su construcción eran cañas montadas y tejidas con alambre fino galvanizado, o bien los de bastidor de madera o tela metálica por fondo. Los zarzos se colocaban formando estanterías denominadas andanas. Cada zarzo, de los cinco o seis que componían las andanas, quedaba separado del otro por unos 38 centímetros. Los pies de las andanas se recubrían de latón u hojalata para que no treparan animales.

Cada dos días, deslechar

En un principio, a las larvas se les echaba hojas de morera negra, aunque con el tiempo se demostró que la blanca daba sedas más finas y resistentes. Los gusanos podían resistir temperaturas de hasta cinco grados, aunque por debajo de los ocho permanecían aletargados. Y aguantaban hasta los 47 grados.

Cuanto más alta era la temperatura, mayor debía ser la cantidad de cebo. El obrador contaba con dos termómetros, uno fijo en la pared y el otro móvil para comprobar los grados en los diferentes zarzos. También se usaba un higrómetro, instrumento que se utiliza para medir el grado de humedad del aire. No era raro que se instalara un pequeño horno afuera, pero cuya chimenea atravesaba la pared, entraba al obrador y volvía a salir. Eso proporcionaba, de ser necesario, calor.

Cada dos días era obligado deslechar, esto es, retirar los residuos de hojas y excrementos. Era tan sencillo como colocar papel de estraza perforado y cubierto de hojas frescas sobre los gusanos, que enseguida pasaban a él dejando libre el zarzo para su limpieza.

Los gusanos, bajo ningún concepto, debían cogerse con las manos. Y los agujeros del papel se hacían colocándolo en una plantilla, llamada sacabocados, de número diferente según la edad del insecto. Era tarea obligada hasta que comenzaran a tejer los capullos y su posterior retirada, otra apasionante historia de la tradición murciana.

Fuente: http://www.laverdad.es/

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