POR DOMINGO QUIJADA GONZALEZ, CRONISTA OFICIAL DE NAVALMORAL DE LA MATA (CÁCERES)
De acuerdo con los datos que disponemos, así como de los festejos que en este concepto aún se conservan, Navalmoral fue un pueblo muy taurino antaño. Afición que ha disminuido en los últimos años, por diversas circunstancias.
Conste que yo NO soy simpatizante de dicho “arte”, pero mi obligación como cronista es divulgar la historia, tradiciones, acontecimientos, etc., de la ciudad que me dignó nombrarme. Vayamos al tema:
Dichos festejos arrancan desde el siglo XVIII, con los Borbones, cuando el pueblo toma la iniciativa en la tauromaquia (con las típicas “capeas”), al perder la nobleza la exclusividad y el interés que antes tuvieron.
Pero, en la segunda mitad de ese siglo, surgen nuevos gustos sociales y culturales (como el aprecio por los valores estéticos y el refinamiento); por lo que aparecen los primeros reglamentos (tratados y normas) y una serie de toreros (Costillares, Pedro Romero y Pepe-Hillo) que serán claves.
Desde entonces, y dependiendo de la mayor o menor evolución de esos dos conceptos taurinos (donde actúan otros aspectos: antropológicos, etnológicos, psicológicos, culturales, económicos, sociales, incomunicación…), los espectáculos tauromáquicos siguen dos derroteros diferentes (cada uno con sus defensores y detractores): las corridas (con espectáculos de toreo más depurados) o las capeas (pero con el modelo menos “cruel” que hemos observado en otros lugares).
Y, así, desde mediados del siglo XIX encuentro referencias escritas a estos espectáculos, «que tenían lugar en la Plaza Pública» (entonces, la popular «Plaza Vieja»). Pero será en el siglo XX cuando tengamos más datos concretos, como vamos a comprobar.
Las fechas preferidas eran las de Septiembre («según era costumbre…), al combinarse la festividad de la Virgen de los Dolores (o Angustias) con el fin de la cosecha.
En 1901 se repite el espectáculo del año anterior. Leo en el permiso otorgado por la autoridad que, «según la legislación, la plaza debería estar cerrada, con burladero, y se prohibía intervenir a mujeres, ancianos y niños»… Entonces, el cierre se conseguía por medio de numerosos carros y tablas, como en casi todas partes.
El uso festivo era el más habitual. Pero, a veces, como sucedió en épocas pretéritas y posteriores (muy típico en Franco, imitando a los pragmáticos romanos), la mejor forma de contentar y tranquilizar a las masas incultas era darles «pan y toros» (o circo, o fútbol…). Y asevero eso porque observo que, casi siempre que había elecciones políticas o actos similares, hubo festejos taurinos.
Sin embargo, también celebraban festejos en otras fechas (sobre todo el 15 de agosto, festividad entonces de la Virgen de las Angustias, o cuando había que calmar o contentar a las masas…) y en otros lugares: como en los corrales de diferentes Casinos que entonces existían en Navalmoral (el de Javier Muñoz, el de Simón Marcos, Carlos Hernández y otros).
Pero, a partir de 1908, la nueva legislación afecta a los toros en las zonas rurales (reglamento y plazas), por lo que los aficionados se quedaron con la miel en los labios. Aunque, a pesar de esas normas, las autoridades hacían la «vista gorda» cuando les interesaba (elecciones, crisis políticas, celebraciones, etc.). Después, la situación y normativa anterior se complica con otros sucesos: bélicos, económicos, sociales, etc. Es lo que ocurrió a partir de 1914, cuando se recrudece la Guerra de Marruecos, se inicia la 1ª Guerra Mundial, se extiende la Crisis de Subsistencia (por el conflicto anterior) y surge la epidemia de gripe de 1918.
Tras la tempestad vuelve la calma y, así, con la Dictadura de Primo de Rivera vuelve a
renacer con más brío (para ensalzar al régimen y tranquilizar al populacho). En esa época, solucionan la carencia de un coso fijo -como era reglamentario- con uno portátil. Surge, de este modo, la primera plaza desmontable en «Amarnie»: en la Feria de Abril de 1926 (hoy desaparecida) se inauguró esta plaza «habilitada» con carros y maderas (con capacidad para 2.000 personas), que se instaló en el campo de fútbol de «Amarnie» (antigua estación de autobuses de Auto-Res, convertido hoy en un bazar).
Precisamente, esa tarde fue cogido el diestro Isidro Lagares, «con heridas de pronóstico reservado» (quien alternó con los afamados entonces Villalta y Joselito Martín)..
Pero, durante los años de la Segunda República (1931-36) no se celebró ni un solo festejo en Navalmoral, por varias causas: importancia de la ganadería en la actividad agraria, nuevas ideas favorables a la protección de los animales (sobre todo entre los anarquistas, tan numerosos en Navalmoral), la crisis que imperaba con pobreza y mucho paro (los que podían se desplazaban a Talavera y otros lugares), la mentalidad de los habitantes del Arañuelo, muy influenciada por la castellana, con una débil tradición taurina (se criaba muy poco ganado «bravo» en las dehesas del término), etc.
Aunque leo que, por esos años, se celebraron algunas capeas en la Plaza de Vázquez (hoy Plaza de Abastos), donde se habilitaba una plaza de toros con carros: allí se hizo famoso «el tío de la blusa», que imitaba a don Tancredo (y se tiraban los «soplillos»…).
Como es evidente, mientras la Guerra Civil la tauromaquia brilló por su ausencia (en esos años hubo otras «corridas» más sangrientas y trágicas…).
Después, una vez que se restableció la normalidad y se superaron los «años del hambre», de nuevo vuelve a resurgir este espectáculo; especialmente en forma de novilladas y corridas celebradas en plazas portátiles que, una vez que urbanizan los herederos de «Amarnie», se instalan en otros parajes: zona de San Isidro, al lado de Brasilia, frente a Cetarsa, junto al Campo de Fútbol, etc.
Y, para ello, lo más adecuado era contar con una organización o planificación acorde con los actos que deseaban celebrar, cosa que hacen recuperando una Delegación que ya se había distinguido años antes (en los “felices años veinte”…): la Comisión Taurina Morala, en 1945.
Más tarde, a principios del verano de 1985, se crea la «Peña Taurina de Navalmoral», gracias al interés y esfuerzo de numerosos moralos que sentían una gran afición por la llamada «fiesta nacional». Organizan festejos, forman su Junta Directiva, etc., que se encarga de organizar un festejo taurino en la Feria de San Miguel: intervienen el «Niño de la Capea», Juan Antonio Esplá, Tomás Campuzano, Juan Mora y Fernando Lozano. Se instaló la plaza en la zona de San Isidro, y constituyó un gran éxito. Instalación que varían de lugar según los años, como hemos dicho.
Hasta que, el 31 de mayo de 2008, se inaugura el Edificio Multiusos, en la avenida de las Angustias (obra del arquitecto local José Manuel Cerezo, y que se dedicó a la difunta 1ª tenienta de alcalde ‘María Victoria Villalba’ ), una vez concluidas las obras que comenzaron en el otoño del 2006.
Desde entonces, se han celebrado algunos festejos. Pero la polémica con este asunto hizo que su número no sea el que algunos esperaban.
NOTA: para mis paisanos de Montehermoso, muy aficionados a la “fiesta nacional” (aunque algunos la ataquen…) sabrán que las primera vaquillas se celebraban en la plaza Morón, luego en una plaza de toros cerrada (ya desaparecida, aunque yo la conocí en mi niñez) que Juan Antonio Garrido (“Carita”) levantó frente a la ermita del Cristo, más tarde en el “lagar” de aceite de tío Eladio Ruano (camino o cañada de Santibáñez), a continuación en plazas portátiles instaladas cerca de la subestación eléctrica y el “charco” del arroyo del Pez, después se corren vaquillas por las proximidades de San Sebastián hasta el pozo “Encima”, finalizando en estos últimos años con la celebración de los festejos en el Edificio Multiusos (junto al Polideportivo).