POR SANTOS BENÍTEZ FLORIANO, CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE CÁCERES
En el año 1169 y después de constantes luchas entre los almohades y los cristianos que se alternaron el dominio de la villa de Cáceres, Fernando II de León con una espectacular incursión guerrera conquista Cáceres para las huestes cristianas.
En ese momento, a muchos kilómetros de la Villa, se funda una orden militar y religiosa, tomando como protector al Apóstol Santiago y al Obispo de Salamanca como guía en los aspectos terrenales. Sus caballeros juraron los votos de obediencia y lucha. Eran nobles caballeros que conscientes del avance árabe y del peligro que ello suponía para la cristiandad decidieron unirse para orar a Dios y luchar por expulsar a los moros de la Península.
Los trece caballeros fundadores, en memoria de Cristo y los 12 apóstoles, ingresaron en el monasterio de monjes eremitas de Loio o San Eloy en Lugo, nombrando primer Maestre de la orden a Pedro Fernández de Fuentecalada, ocupando el cargo de 1170 a 1184.
El 1 de agosto de 1170, el rey Fernando II de León les hace entrega de la recién conquistada villa de Cáceres para que la protegieran, la defendieran de posibles ataques árabes y cuidaran de los peregrinos que iban por el Camino Mozárabe hasta Santiago de Compostela.
Se llamaron «Freyles o Fratres de Cáceres» en agradecimiento a esta primera Villa que les fue donada, y después también fueron conocidos como los “Fratres de la Espada” por tener como insignia emblemática una cruz roja en el pecho en forma de espada
Casi tres años después, las mesnadas del califa sevillano Abú-Ya-Kub, probablemente mandadas por el sayyid Abú-Hafs-Umar, reconquistaron la ciudad a los cristianos el 10 de marzo de 1173, tras varios meses de asedio.
Los Fratres, cuarenta caballeros según cuentan las Crónicas, se refugiaron en una torre almohade que daba a la actual plaza mayor y fueron degollados por los almohades. Algunos historiadores señalan que este suceso militar pudo acontecer en la torre del Palacio de Carvajal, torre redonda que se encuentra adosada a dicho Palacio y que formaba parte asimismo del recinto amurallado almohade. Estos mismos investigadores la muestran como la torre emblemática de la orden.
Este es el origen de la que más tarde fue conocida como orden de caballería de Santiago. Y del nombre del emir almohade Abú-Ya-Kub el pueblo empezó a llamar a esta torre de “Bujaco”.
Fue esta torre construida en el siglo XII por los almohades sobre sillares romanos. Es de planta cuadrada, con veinticinco metros de altura, almenada y fue reconstruida en el siglo XV presentando sendos matacanes de piedra a ambos lados y años después en la cara occidental se añadió el Balcón de los Fueros.
Por ello fue conocida con el nombre de Torre Nueva y también Torre del Reloj porque desde finales del siglo XVI a finales del siglo XVIII tuvo un reloj que marcaba las horas de los cacereños, sobre todo de los comerciantes cacereños. Dicho reloj se trasladó a San Mateo.
En 1820 se instaló en la parte alta de la torre una especie de espadaña donde se colocó una estatua romana de mármol que apareció en unas excavaciones. En 1962 desapareció la espadaña siendo restituidas las almenas de esta espectacular torre.
Es la más suntuosa y bella de todo el recinto amurallado, uno de los símbolos de Cáceres con una imagen de gran fortaleza que impresiona al turista cuando la ve desde la Plaza Mayor.
Hoy alberga en su interior un Centro de Interpretación de las Tres Culturas que convivieron en Cáceres hasta finales del siglo XV y que dieron tanto esplendor y diversidad cultural a la Villa.
La orden de Santiago tuvo un gran poder e influencia y fue una de las principales órdenes religioso-militares hispánicas. Pertenecer a la orden era signo de distinción social y representaba fuertes sumas económicas. Las personas más destacadas de la iglesia y la nobleza copaban los cargos de la orden santiaguista.
Los Reyes Católicos consiguieron el control total de las órdenes militares y siglos después en el siglo XIX perdieron su patrimonio, su función religiosa-militar y pasaron a ser unas simples asociaciones nobiliarias.
La II República Española las suprimió, resurgiendo más tarde como corporaciones civiles de derecho común, con funciones más acordes con la situación actual de la sociedad.