POR ANTONIO DE LOS REYES, CRONISTA DE MOLINA DE SEGURA (MURCIA)
Es tradicional en muchas localidades suponer que han existido comunicaciones subte-rráneas con fortalezas o castillos. Molina a este respecto no podía ser menos.
De siempre ha sido habladuría y comentario que el viejo castillo molinense, del que solo quedan retazos sueltos de sus murallas, tuvo allá por el tiempo medieval, un túnel que le unía con la llamada Casa de los Moros de Alguazas.
Su comunicación justificaba la huida de los huertanos hacia un lugar más seguro y el escape de los cercados en la fortaleza. Circunstancia, una y otra, que nunca se dio. Justificaba su presencia algo que era cierto, la presencia de bandas armadas de ladro-nes de almacenes de granos o ganados, muchos de ellos pretextando rencores de gue-rras aunque éstas fuesen encuentros a garrotazos.
La imaginación nos invita a soñar con comunicaciones rápidas y seguras. La realidad nos habla de la inestabilidad de los pueblos y lugares a la orilla del río Segura durante muchos años, cuando tenían necesidad de hermanarse para la defensa común de sus intereses (prisioneros, ganados y cosechas). La imaginación y la leyenda buscan un punto de unión entre miedo y fortaleza. Para ello hacía falta una torre resistente capaz de guardar ganado, cosechas y hasta pastores y labradores. Más la Torre de Alguazas, para el diario quehacer, y como plaza fuerte para eludir a peligrosos asaltantes, era sufi-ciente. Los años de reconquista ya habían pasado.
La leyenda habla de la insuficiencia de la Torre y la necesidad de contactar con alguna fortaleza. En la proximidad estaba Molina. Solo faltaba la unión segura entre ambos, o sea, un túnel.
Pero hay que considerar la imposibilidad de construir un túnel tan largo. Demasiados metros de separación. Necesidad de una ventilación acorde, cosa imposible a todas lu-ces por el cruce subterráneo del rio y sus niveles freáticos.
Justificarlos con la presencia del pozo profundo existente en la fortaleza molinenses, no encaja. La misión de este era simplemente servir agua al alcázar desde el nivel freático.
Ello no deja que aún hoy muchos sean los que sueño con ese pasadizo, añorando un tiempo pasado lleno de zozobras, temores y valentías. Leyendas y novelas al fin.
La realidad viene a decirnos otra cosa. La “Casa de los Moros” alguaceña no pudo ser construida en tiempos en que los musulmanes ocuparon estas tierras ya que fue empe-ño del obispo Pedro de Peñaranda para almacenar el grano de los diezmos (la décima parte de la cosecha) que recibía de sus feligreses. Y concluyéndola Alonso de Vagas. Eran los años de 1350 y tantos cuando los islamitas ya hacia un siglo que habían firma-do sus acuerdos de claudicación con los castellanos.
Con el obispo Comontes, 1442, había en la Torre bombardas, ballestas, lanzas y escu-dos para proteger la recaudación y, a veces, cumplir como cárcel eclesiástica.
También, y más importante, servía de atalaya de alarma tañendo una campana de cobre que se oía en toda la huerta, avisando del peligro de inundaciones.
Esto no quita, o acaso fortalece, que los alarifes de la construcción de la casa-torre huertana, fueran mudéjares, residentes en la localidad y sabedores del buen arte de la construcción, como significan las dos plantas inferiores.
Con esto contesto a los muchos que me preguntan por la morisca casona.