POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Corrían tiempos del siglo XV cuando en Castilla reinaba don Enrique IV.
A este «buen hombre» lo casaron con doña Blanca de Navarra, joven y guapa, educada para ser una esposa perfecta. Y aunque ella «cumplía», su esposo el rey, que al sentir de Marañón era un eunucoide acromegálico, no logró que doña Blanca perdiera su virginidad durante los tres años que duró su matrimonio, que finalmente fue anulado.
Las malas lenguas, los trovadores y juglares (el «Sálvame» de entonces) acoplaron al monarca el sobrenombre de «El Impotente».
Nuevo matrimonio de don Enrique con doña Juana de Portugal y, ahora sí, la reina quedó embarazada y dio a luz a una niña, que se llamó doña Juana.
De nuevo las malas lenguas, trovadores y juglares (otra vez el «Sálvame») corren la voz de que la niña-infanta no es hija del rey, sino de su Privado, don Beltrán de la Cueva y la llaman despectivamente «La Beltraneja».
Una parte de la nobleza castellana, a la vista de un reinado tan deplorable, en una representación burlesca (la farsa de Ávila) hace como que destronan a don Enrique y nombran rey de Castilla a su hermanastro don Alfonso, niño aún. Si ese nombramiento hubiera terminado en realidad histórica, el nuevo rey hubiera tenido el título de Alfonso XII.
Pero no fue así.
Cuando don Alfonso, pretendido rey para algunos, cumplió 14 años, su hermana Isabel (que luego sería Isabel I la Católica) le invitó a celebrar tal efeméride con una regia cena donde, entre otros manjares, se sirvieron truchas del Adaja.
¡Oh dolor! La nobleza que engrandeció a don Alfonso fue «agente» de su muerte en manos de su hermana Isabel. Las truchas que ofrecieron al joven monarca estaban ¡¡envenenadas!!
Hubo que esperar a los finales del siglo XIX para tener a un Alfonso XII, un Borbón hijo de doña Isabel II.
Pues para recordar este retazo de nuestra historia prepararemos una trucha asalmonada asada en horno.
Ya limpio y eviscerado el pez (lo hacen en la pescadería) lo salpimentamos al gusto y se «rellena su vientre» con unas lonchas de jamón serrano.
Se dispone en una fuente de horno, dándole unos cortes transversales en el lomo, y se recubre con un pisto hecho con cebolla, pimiento (poco) y un toque de ajo picado fino. Se riega con vino blanco (medio vasito) castellano y otro medio vasito de caldo de ave.
Hornea a 180º C hasta que esté al punto, que ha de resultar muy jugoso.
Se ofrece emplatado en trozos mediano-grandes, acompañando con una ensalada de lechuga y tomate.
No teman; esta trucha, así preparada, es «inofensiva».
¡¡Disfrútenla!!