POR EL CRONISTA OFICIAL DE TELDE, ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN, (LAS PALMAS DE GRAN CANARIA)
El pasado sábado, 19 de mayo de 2024 y en la Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, se llevó a cabo la Ruta Galdosiana, instituida hace años por el Cabildo de Gran Canaria, a través de la Casa-Museo del escritor. Nuevamente, fuimos invitados a participar en calidad de ponente.
Al principio no tuvimos claro sobre qué asunto versaría nuestra intervención, pero después de varios días pensándolo, llegamos a la conclusión que bien valdría la pena hablar sobre un asunto, que hoy nos pudiera parecer baladí, pero que fue una realidad palpable durante casi medio siglo. Tal vez más. Nos referimos a la división social que acarreó la admiración y la fobia por lo galdosiano. Me explico: Fue don Benito hombre que no dejó indiferente a nadie, fueran éstos coetáneos o no. Éso suele pasar con algunos genios de las Artes. Así Francisco de Goya y Lucientes (Fuendetodos, Zaragoza 1746 Burdeos, Francia 1828) o Pablo Ruíz Picasso (Málaga, 1881–Mougins, Francia–1973) han tenido y tienen grandes defensores y detractores. Para unos sus creaciones son sublimes, para otros abominables.
Don Benito fue un alma libre y como tal se comportó a lo largo de toda su longeva vida. El autor de los Episodios Nacionales, Electra, Doña Perfecta, Fortunata y Jacinta, El Abuelo… fue un conocedor profundo del Alma Nacional e individual de España y los españoles. Como cronista del siglo XIX y parte del XX, no tuvo, ni tendrá parangón.
Su realismo, tiene que ver mucho por su exacerbado gusto por la Historia y, en un orden menor por el Periodismo, pero siempre ambos bajo el denominador común de la objetividad. Sus manuscritos conservados, en un altísimo porcentaje en su casa natal de la calle Cano de la capital grancanaria, nos muestra el gusto por la escritura y la convicción de que ésta debe hacerse a través de una prolija elaboración para no dejar cabos sueltos.
Don Benito, como librepensador, situación ésta heredada de sus padres y abuelos, muy pronto sintió el desprecio agresivo de los poderes conservadores, léase esa España oscura, tétrica, amarga, que ve en el inmovilismo su castillo protector. La Iglesia Católica del XIX, no es la del actual siglo. El Concilio Vaticano II vino a renovar antiguas usanzas, que poco o nada tenía que ver con los Evangelios y mucho con los modos egoístas de los hombres. Así, Galdós pudo ser y de hecho lo fue, seguidor y admirador de Jesús de Nazaret, al mismo tiempo que un acérrimo defensor del espíritu libre de los seres humanos.
El anticlericalismo galdosiano, no sólo fue patrimonio del escritor canario, ni siquiera de sus ávidos lectores, sino patrimonio común de muchos creyentes de entonces y de ahora. El clero hizo mucho para merecer éso, pues sus ejemplos de vida, en muchos casos dejaban muchísimo que desear.
Por eso mismo, no nos ha de extrañar que las fuerzas eclesiásticas más ortodoxas del luteranismo nórdico (Suecos y noruegos) y la de los países del Orbe Católico, confluyeran en unas huestes supra nacionales que no tenían otro objetivo que evitar, por todos los medios a su alcance que Pérez Galdós lograra el más que merecido Nobel de Literatura. Dado con suma alegría, no carente de sorna, al también español, pero mucho más elemental escritor Echegaray.
Nunca sabremos cuánto le dolió y afectó ese Nobel no recibido, pues don Benito sólo hizo alusiones muy volátiles en alguna que otra entrevista periodística. ¿Pero qué pasaba con la sociedad madrileña y española? Pues que, muy a la manera hispana, se dividieron en dos bandos, los pro-Galdós y los anti-Galdós. Y así, en gran parte seguimos…
Don Benito fue respetado y admirado. Hay quien nos recuerda cómo, las gentes de Madrid, se paraban para aplaudirle y vitorearle durante sus paseos y cómo él correspondía, saludando a conocidos y extraños. En los cafés y durante sus tertulias siempre destacó por su forma inteligente de saber estar. Congratulándose con la mayoría, llegó a ser un escritor excelentemente apreciado por el público. Pero todo no fue mieles sobre hojuelas, ya que tuvo que soportar, de forma estoica, las embestidas del clero, que desde los púlpitos y otros escenarios públicos, lanzaban sus peroratas como arietes contra las puertas de la fortaleza galdosiana. Pronto, muy pronto se pidió el secuestro o la prohibición de algunas de sus obras por, según sus juicios, ser contrarias al buen gusto y a la moral cristiana (El caso de Electra, que nos presenta un claro incesto, fue recurrente para esos ataques).
Antes reseñamos que en su deambular diario por las calles de la Villa y Corte o de su estival Santander, las gentes lo aplaudían. Pero otras tantas veces, bochornosamente tuvo que soportar improperios de tal calibre que podrían sonrojarnos aún hoy.
Así, también sucedió con los llamados lectores galdosianos incondicionales. En las sociedades culturales y de recreo, tan en boga en aquella época, las hubo que tenían a gala tener sobre las baldas de sus librerías las obras completas de Galdós y, por el contra, quienes alardeaban de haberlas quitado o no haberlas adquirido jamás. En Canarias y concretamente en nuestra Diócesis formada territorialmente hablando por las islas de Lanzarote, Fuerteventura y Gran Canaria, se estableció un particular y peculiar campo de batalla sobre ambos procederes. En Telde también, como no. Fue Montiano Placeres Torón un leal defensor de don Benito, no solamente poseía su obra, sino que además alentaba a otros a adquirirla e hizo lo imposible por dotar al Casino La Unión de una buena representación de ésta.
Desde que tengo uso de razón y mis conocimientos me lo han permitido, he disfrutado de la lectura galdosiana. Mi tío Blas Guedes Santos, propietario de una librería en el Barrio de Los Llanos de Telde, tenía la destreza de forrar las obras de Galdós con tapas de catecismos, cuando no de Vidas Ejemplares, de manera y forma que no fueran percibidas por las inquisitoriales mentes de nuestros ciudadanos, que en época tardo-franquista estaban al acecho de todo y de todos. Así, Antoñito el de don Luis, se podía hacer con los ejemplares que quisiera y llevarlos a casa para su lectura, sin levantar sospecha alguna.
Echando la vista atrás y poniéndonos en otro tiempo, en medios de otras gentes, diremos que, a partir de 1936, el frente amplio anti-galdosiano, llenó de injurias al prolijo autor. Las fuerzas conservadoras que vencerían en la Guerra Civil, nunca fueron del todo neutrales en esa lucha. Es más, pudorosos a la hora de poder ser tomados como defensores de lo galdosiano, tímidamente ocultaron sus preferencias por él, si las hubieran tenido. Así, cuando Monseñor don Antonio Pildain Zapiain, Obispo de Canarias, prohibió tajantemente que la casa natal de don Benito se convirtiera en Museo, amenazando con la excomunión a todos los que, de una manera u otra, la pudieran hacer posible, el Régimen miró para otro lado y dejó pasar el tiempo. Fue entonces cuando un intelectual canario de gran talla moral y ética, defendió con muy sonoras palabras al escritor universal.
Nos referimos al profesor don Alfonso Armas Ayala, quien más tarde sería nombrado Director de todas las Casas-Museos del Cabildo de Gran Canaria. Éste Catedrático de Lengua y Literatura Española, Director del Instituto de Enseñanzas Medias Isabel de España, removió consciencias de aquí y de allá, hasta obtener del también Obispo don Antonio Infantes Florido, el plácet para definitivamente abrir las puertas de la Casa-Museo Pérez Galdós. Actualmente institución de gran prestigio nacional e internacional. Sesenta años después, queda demostrado cómo don Alfonso y don Federico Díaz Beltrana (Entonces, Presidente del Cabildo Insular de Gran Canaria) no erraron. Hoy, esta realidad museística es el corazón que mueve el galdosianismo mundial, a través de los Encuentros Galdosianos y su muy estimable presencia en ACAMFE (Asociación de Casas-Museos y Asociaciones de Escritores de España y Portugal). Además de la muy acertada Asociación de Amigos de Galdós. Unas más que atractivas programaciones han venido jalonando todas estas décadas, en que un grupo de profesionales capitaneados primero por don Alfonso, después por doña Rosa María Quintana y ahora por doña Victoria Galván, nos permiten ahondar en la obra y en el autor.
A la hora de escribir el presente artículo y, desde sus inicios, hemos tenido presente a la gran investigadora y divulgadora galdosiana doña Yolanda Arencibia Santana, quien con maestría nos va dejando una estela imborrable de investigaciones acertadas y siempre novedosas.
Por todo lo dicho con anterioridad, el presente artículo bien se pudo titular: Un sacerdote (Don Alfonso) y tres vestales (Doña Yolanda, doña Rosaría y doña Victoria).
FUENTE: https://teldeactualidad.com/art/162034/la-valentia-de-ser-galdosiano