POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
El otoño, no sé por qué, invita al recuerdo, a la añoranza, a la valoración de todo aquello que «fue nuestro» y la modernidad arrinconó en el olvido. LES SOPES DE LECHE entran en esa categoría de vida pasada.
Antiguamente, salvo en casas de grandes propietarios, la Asturias campesina era minifundista. Una casina, una cuadra (a la que se llamaba corte), un hórreo o panera (en ocasiones compartidos), un gallinero, una cubil para los cerdos, unas tierras de labrantío, unos huertinos, el «ganau» (ganado) y el «ganaíllo» (volatería de gallinero). Un burrín (asno) o burrina para llevar las cargas (leña, hierba verde que llamábamos «pación»…) y, en algunas casas, ganadillo lanar.
El «ganau» refiere al ganado vacuno de razas autóctonas (casina, de los valles, ratina, holandesa…) y de ejemplares híbridos. Su destino era el laboreo de tierras, la cría, la producción de carne y, sobre todo, la producción de leche.
Ganado que se alimentaba en los pastos verdes («praos») y, ya en la invernía, en la cuadra con hierba seca que se guardaba en la «tenada» o se almacenaba en el exterior en «facines».
Cuando se llevaba el ganado a los pastos era preciso vigilarlo (en Colunga decíamos «llendar»), labor que solía recaer en rapaces, rapazas y en gentes que no podían trabajar en otra cosa. Ya lo decía el refrán; «A recaos, a la llende y al molín, siempre manden al más ruin».
La leche que se ordeñaba se llevaba en bidones para su recogida por las empresas lácteas, labor encargada a un vecino que los transportaba en su carro hasta el punto de recogida.
Pero, y aquí está lo importante, cada campesino tenía una vaca selecta, la que el consideraba como mejor, para que su leche fuese exclusivamente para la casa. Era la «vaquina pa en casa». La que garantizaba la calidad de la leche y la de las mantequillas y quesos que se elaboraban con ella.
En estas noches frías de otoño-invierno nunca faltaban las sopas de leche. Se hacían de este modo.
En una cazuela, al fuego, con la leche de la vaquina de casa, da unos hervores junto con una piel de limón (al gusto) y una rama de canela. Se sacan el limón y la canela y se agregan unas sopas muy finas de pan de hogaza asentado de dos o tres días. Siguen los hervores, continuos, a fuego moderado, y después se suma azúcar al gusto, pero que quede suficientemente dulce. Finalmente se agrega una cucharada de mantequilla. Se mantiene el hervor durante unos minutos; reposa y se ofrece en cuencos de barro muy calientes adornando, si se desea, con un espolvoreo de canela molida o con unos «currusquinos» pequeños de pan frito.