POR FULGENCIO SAURA MIRA, CRONISTA OFICIAL DE ALCANTARILLA Y FORTUNA (MURCIA)
Hablar de lo que se ama siempre es bueno, y sobre todo si es de un pueblo, un paisaje que has vivido e incluso investigado. Por ello hay razones para hablar y escribir, sobre todo cuando, al anochecer las sombras se apoderan de sus plazas y calles y necesitas cobijarte junto al fuego de la chimenea y hurgar en sus crónicas inéditas. Ya ha tiempo que lo solía hacer, aunque ya han pasado años, en la casa de algún familiar evocando cuitas de personajes y lugares tan atractivos como los que se integran en la mágica sierra de la Pila, y no solo hurgando sobre algún que otro episodio del bandolero afamado que tan mal terminó.
Solo que esta vez había razones para hacerlo una vez que cansino me encontraba, al recorrer el tramado urbano de la vieja villa, en esas horas que el crepúsculo deja pinceladas oscuras por los callejones y adarves que apenas se conocen y que forman parte del concejo, que a lo largo del siglo XVII y siguientes se fue consolidando en un trazado constante de su identidad. A veces de tanto pasar por las zonas urbanizadas donde abunda el comercio se olvida aquel entramado edilicio que dio origen a la villa.
No era para menos quedarse, durante aquellas horas solitarias, sorprendido ante el paisaje urbano que conformaba la serie de calles recoletas, cortas y alargadas que entonadas por la luz de alguna farola, dejaba espacios de sombríos contrastes y donde, a lo lejos se oculta siempre una figura que se dirige a su morada. Bien que en esos momentos todo se envuelve en sombras aliviadas por las luces que salen de alguna que otra ventana. Casas construidas a la antigua forma, algunas con sus tejados y chimeneas altas que en el invierno exhalan un humo blanquecido y nos invitan a entrar en su interior. Una de aquellas calles empinadas nos deja en solitaria placeta, donde apenas se escucha el paso de alguien que transita por otra calleja en dirección a la ermita de San Roque.
Nos adentramos en la villa auténtica, la que en el siglo XVII comienza a cobrar vida con una serie escueta de vecinos que dependían de la ciudad capitalina. Pero es que con su Carta Puebla de 1628 se hace concejo por adquisición de villa por el monarca Felipe IV. La ermita de san Roque queda situada en el centro de la barriada más apartada, se mantiene erguida con un remate de campanario que deja una silueta de sencillez y acogimiento. Con su carácter de iglesia parroquial en su interior se aprobó y, a “concejo abierto” tan egregio documento, cuyos vecinos quedan anotados en la crónica local, ahora unas palmeras le cobijan como no hace mucho quedaba a su lado, en franca fidelidad la celebérrima Fuente Vieja, que mantenía un sesgo de antigüedad a la vez de sombrío monumento que más semejaba fantasma de ópera, aunque ha sido renovada y trasladada a la placeta contigua, no sin cierta fealdad, pues ya no impone tanto como lo hacía hace unos años en que su piedra afincaba ese color y pátina que el tiempo provoca en tales efigies.
No podía ocultar, en tan singular ruta unos sentimientos de satisfacción, al encontrarme con el silencio de la plaza bien iluminada y a su costado, en lugar contiguo la presencia de la Fuente Vieja renovada, que sus vecinos consideran como algo propio. Para ello había a travesado sus calles de más hondas raíces de san Leandro y san Isidoro y otras que mantienen nombres de santos y en una y otra esquina saludaba a algún habitante con el que hablaba sobre su vida. Sus moradores se encuentran orgullosos con mantener cercana la ermita y la fuente. No podía ser de otra forma pues tanto una como otra acogían las básicas necesidades del vecino. Esta última conserva su arquitectura barroca con sus dos pilones y tres caños y un abrevadero que serví para abrevar las ovejas cuando el pastor las trasladaba a prados mejores. Una fuente que el mismo Carlos IV restaura amén de otras posteriores. Nosotros contamos con un documento de Archivo sobre “ peones que se gastan en la fuente y acequia” de 1692, donde participaba el controvertido regidor Jusepe Benavente en una situación delicada de la vida local. Ya en el interior de la vivienda de los amigos les fui narrando estas sensaciones dando detalles de la historia de la vieja Fortuna con la promesa de nuevos itinerarios.