POR JOSÉ ANTONIO RAMOS, CRONISTA OFICIAL DE TRUJILLO (CÁCERES)
El ámbito cronológico de nuestro estudio tiene marcado como límite histórico inicial la instauración de la Diócesis de Plasencia a fines del siglo XII (1189) y abarcaremos hasta el siglo XIX, período cronológico en el que se circunscribe la imaginería exenta de la catedral de Plasencia. En relación al estudio de las imágenes más arcaicas no hemos olvidado la reconquista y repoblación de los territorios musulmanes por parte de los ejércitos cristianos, ya que el arte cristiano del momento está marcado por la empresa reconquistadora, enlazando directamente con la construcción de iglesias y la introducción en las mismas del arte mueble, así como la llegada a Plasencia de algunas obras que acompañaban a los ejércitos cristianos en sus campañas militares.
El arte popular románico prolonga los mismos esquemas compositivos hasta el pleno gótico. No obstante, el catálogo de obras contiene algunas plenamente románicas, procedentes de otros puntos ajenos a la Diócesis placentina, traídas por las tropas cristianas con la reconquista o por otros cauces (por ejemplo, como piezas personales de algunos obispos procedentes de otras provincias en su llegada a Plasencia), procedentes de talleres foráneos o realizadas en Extremadura por artistas llegados de otras latitudes; y, de otra, aquellas que surgen en los talleres artísticos locales, de artistas residentes en el territorio de la Diócesis.
Las manifestaciones medievales de la catedral de Plasencia muestran unos esquemas devocionales e históricos que proyectan analogías para la comprensión del fenómeno religioso. Como ejemplo, las relaciones entre las imágenes de María y las Órdenes Militares, la principal fuerza cristiana. Son creaciones de un arte, cronológica y espacialmente fronterizo, sin grandes exigencias estéticas, como correspondía a la mentalidad de sus devotos: soldados y campesinos, colonos de las feraces tierras de la Extremadura leonesa. Con ellos llegarían imagineros poco cualificados, prestos a llenar el vacío icónico de su nueva tierra, cuando no traerían sus entrañables imágenes protectoras, rudas como ellos mismos.
No obstante, tenemos en la catedral de Plasencia obras de notable calidad artística, como la Virgen del Sagrario, de madera con revestimiento de chapas de plata, culminación de las Vírgenes Madres en Extremadura, una de las mejores réplicas de la Virgen de la Sede, de la catedral de Sevilla, reflejando el esquema compositivo que muestran las imágenes de la Virgen en las viñetas de las Cantigas de Alfonso X. Obra fechable en la segunda mitad del siglo XIII, la imagen es de madera y se representa a la Virgen sedente sobre un sencillo escaño, sosteniendo sobre la pierna izquierda al Niño, mientras que tiene la derecha vacía (posiblemente llevaba una fruta esférica). El Niño sujeta con la mano izquierda la esfera del universo, símbolo del poder divino, y bendice con la diestra. La cabeza, el cuello y las manos de Madre e Hijo son de madera policromada, el resto de los cuerpos van recubiertos por un chapeado de plata, aplicaciones de plata sobredorada que ofrecen reiteración sistemática de leones y castillos, así como otro signo que pudiera referirse a Plasencia, además de distintos círculos y rombos que contienen rosáceas. Estas referencias heráldicas nos inducen a pensar que esta imagen fuera una donación regia a la catedral de Plasencia.
La actitud frontal, corona y trono, son los tres elementos de su soberanía. El elemental escaño responde a esquemas repetitivos; el trono admite una teoría simbólica, desde las pinturas de las catacumbas, mediado el siglo IV, hasta su dependencia simbólica y formal de la Majestad Domini.
Los pliegues del manto y de la túnica son muy realistas, lejos de los duros plegados del románico. Calza la Virgen sus pies con los típicos zapatos puntiagudos, cubiertos por una rica chapa, con aplicaciones doradas geométricas. El Niño viste túnica y manto, cuyos ribetes presentan decoración naturalista gótica constituida por flores de seis pétalos, y lleva los pies descalzos.
En el período medieval era habitual revestir de plata a las imágenes que eran muy veneradas, encarnando rostro y manos para darles mayor vivacidad. Estas imágenes de madera chapeada en metales preciosos tienen una larga tradición francesa, que se introduce en la Península por la vía de las peregrinaciones.
La Virgen lleva una corona de madera, constituida por unos florones, y el velo de la sabiduría que deja entrever sus dorados cabellos.
La Virgen es una escultura de gran belleza y está ahuecada por la espalda, propio de las imágenes fernandinas que acompañaban a los ejércitos en campaña; por eso se las aligeraba de peso, como ponen de manifesto las Cantigas de Alfonso X; también para evitar el agrietamiento de la madera por el excesivo peso.
La actitud de las dos efigies indica el abandono del hieratismo románico en benefcio de un mayor naturalismo, propio del gótico, patente en los rostros agradables, la disposición de María al sujetar delicadamente al Niño por el hombro izquierdo, y el ligero desplazamiento de las piernas del Niño hacia el regazo de su Madre y el giro de su cabeza hacia el espectador.
Fuente: Revista GRADA, nº 74. diciembre de 2013