
EL CARÁCTER DE BIEN MUNICIPAL HA SIDO ESTUDIADO Y DOCUMENTADO SOBRADAMENTE EL HISTORIADOR, ACADÉMICO Y CRONISTA OFICIAL DE SAN SEBASTIÁN DE LOS BALLESTEROS JUAN RAFAEL VÁZQUEZ LESMES EN EL SUPLEMENTO ZOCO DEL DIARIO CORDOBA
Hace muy pocos días me abordó en la calle un señor (al parecer una persona bien asentada en la clase media, de hablar pausado y fundado; desde luego, no un subvencionado del yihdaismo) que, después de animarme a seguir mi línea en mis artículos de prensa, me preguntó, parece que de absoluta buena fe:
–¿Es que nadie va a parar la voracidad inmobiliaria de la Iglesia? ¿Es que vamos a tener que echarnos a la calle?
Me apropio la pregunta para titular estas líneas y dejo para el ciudadano lo que le dije, si bien apunto que me remití a las leyes y a los tribunales. Al referirme a las leyes pensaba, sobre todo, en las que se promulgarán en este país cuando el BOE deje de estar controlado por la derecha de incienso.
Por lo que a Córdoba respecta, el adalid de esa voracidad fue monseñor Asenjo, que en Sevilla sigue sus despojos con notables encuentros, incluso con los suyos.
Es curioso que la apropiación aparece cuando el inmueble ha sido restaurado por otros –iglesia de San Pablo– o empieza a ser rentable –la Mezquita–. La Iglesia terrenal –algo muy distinto a la fe y a lo puramente religioso– no deja de ser una institución muy humana, muy fenicia, un apéndice de un estado extranjero –el Vaticano–, que no se comporta peor que cualquier otra institución a la que se hubieran abierto de par en par las puertas del Registro de la Propiedad, para hacer de su capa un sayo, como lo hizo Aznar en 1998 para la Iglesia Católica, con el famoso artículo 206 de la Ley Hipotecaria. Para registrar a tu nombre solo tienes que firmar una cuartilla en la que digas que el inmueble es tuyo.
¿Eso en un estado aconfesional? Sí, así es aunque no debiera ser.
Asenjo empezó los despojos por los suyos. Le era apetecible la iglesia de San Pablo, con sus aledaños, que los claretianos recibieron a principios del siglo XX en ruinas, y que con su esfuerzo y el dinero recaudado por ellos consiguieron restaurar y mantener. Esta vez Asenjo fue de cara, y demandó la propiedad del templo frente a los claretianos y ante los tribunales. El pleito fue largo y llegó al Tribunal Supremo que, en sentencia de 31 de octubre de 2011 confirmó la desestimación de las pretensiones de la Diócesis de Córdoba, imponiéndole el pago de las costas.
Nada más desembarcar en Sevilla Asenjo inmatriculó para la diócesis sevillana la capilla que la hermandad de El Gran Poder tiene como suya –desde 1703– en la parroquia de San Lorenzo. Se negocia la retroacción a la situación precedente.
A prisa, para tomar adelanto sobre la probable derogación del privilegio hipotecario, el arzobispado gestiona la inmatriculación del Salvador –segundo templo de la ciudad por rango tradicional; cuatro euros la entrada para ver al Cristo de la Pasión de Martínez Montañés– aunque podría tropezar con ciertos obstáculos «como la más que previsible reclamación de la Hermandad de Pasión, que posee la capilla sacramental, una casa de hermandad y la conocida cripta donde hay enterramientos de miembros de la realeza española».
Naturalmente la torre de La Giralda ya fue engullida por Asenjo.
En Córdoba dejó Asenjo aventajados discípulos, que no se detienen ante nada. A su talega registral van incluso calles y plazas, o sea, vías públicas, que como tales son –debieran ser– imposibles de adquirir por un particular, que es lo que es la Iglesia Católica. Así ya ha registrado a su nombre parte de la plaza de La Fuensanta, y el suelo en que se asienta el triunfo de San Rafael, cuyo carácter de bien municipal ha estudiado y documentado sobradamente el cronista oficial de San Sebastián de los Ballesteros, historiador y académico Juan Rafael Vázquez Lesmes en el suplemento Zoco del diario CORDOBA.
Cualquier día nos enteraremos de que ha sido inscrito en un registro cordobés de la propiedad, como de la diócesis, un solar de tantos y cuantos metros cuadrados, con acceso por Torres Cabrera y la Cuesta del El Bailío, exenta de edificaciones, y en el que se alza una escultura encuadrada por una verja. Es decir, la plaza de Capuchinos.
No hace falta ser laico o agnóstico u ateo o un pagado de los árabes para reconocer que se está produciendo en España una contradesamortización de proporciones absolutamente desmesuradas, que el futuro suave o violentamente tendrá que remediar.
Dicen que Jesucristo dijo que su reino no es de este mundo y el Papa Francisco –a quien habría que recomendarle que no tome café– hace muy poco en el sínodo ha alertado a los obispos de quienes tienen la tentación de apoderarse de la sociedad a causa de una codicia «que nunca falta en nosotros, seres humanos».
Fuente: http://www.diariocordoba.com/ – Rafael Mir
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