POR JOSÉ LUIS YÁNEZ RODRÍGUEZ
Cuando el Cabildo de Gran Canaria inicia el procedimiento administrativo para revisar el acuerdo del Consejo de Ministros de 9 de noviembre de 1939, que decretó la agregación del municipio de San Lorenzo a Las Palmas de Gran Canaria y a Teror, el cronista de la ciudad e Isla, el buen amigo Juanjo Laforet, pregona las fiestas de este destacado y relevante, por muchísimos conceptos, barrio de la capital. Un barrio que ve hoy, como nunca, amenazadas sus señas más relevantes: la pérdida progresiva de todo su potencial agrícola y ganadero de antaño; el aprisionamiento que los planes municipales de los últimos años han dejado a su comercio, a sus raíces, a su razón de ser que, por distintas razones desde los altos de Teror, al Román, Tenoya o la Playa de Las Canteras, ha quedado completamente diluido en ese maremágnum que es la capital de isla y provincia y que, quizás sólo quizás, necesite hoy como nunca pensadores permanentemente ocupados en elucubrar cómo impedir que el avance no arrase.
Siempre he defendido el hecho indiscutible -al menos para mí- de que gran parte de la ‘imagen’ del paisaje ideal, de la fuerza que como símbolos podían transmitir lugares tan señeros como San Lorenzo, Teror, o los fuegos de su víspera o la romería de septiembre, se debía a los innumerables trabajos de tantos y tantos hombres y mujeres que con sus investigaciones, poemas, músicas… han ido configurando su mito y su realidad.
Y uno de ellos, destacado, elegante, discreto en el tratamiento de todo lo relacionado con nuestra tierra es Juan José Laforet Hernández. Juanjo nos ha hablado, informado y deleitado con escritos y conferencias sobre mujeres y hombres de nuestra tierra o aquí arribados, del pasado, de proyectos y futuro, de fiestas, de caminos, de llanto y sentimiento y también de leyendas…, que todo es uno.
En esta labor, a la que con dedicación, paciencia y hasta un íntimo sentimiento que me atrevería a calificar como amor, profundo afecto, pasión y cariño por Teror y lo terorense, ha descollado singularmente los últimos años la eminente figura de Juan José Laforet, antaño como investigador e ilusionado querencioso hacia la tierra, hogaño como cronista oficial de la Gran Canaria y también de su capital. Cargos que desempeña honrosamente, dando distinción y honor a la ínsula toda y a los que en ella vivimos con su extraordinaria labor.
Si ello fuese poco para considerarlo como un insigne y sincero amigo, ha investigado y expuesto mucho y bien sobre Teror. Cosas tan hermosas como: «Cada comienzo de septiembre aires de fiestas mayores acarician el suave rostro de la Isla, insuflan los sentidos más perennes de sus costumbres y tradiciones, pero, sobre todo, oxigenan los recuerdos más entrañables que florecen de una memoria personal, familiar, que, al compartirla con convecinos, con este y aquel paisano, se convierte en verdadera memoria del sentir y la identidad de esta Isla, de este ‘continente en miniatura’ -como dijera Domingo Doreste Fray Lesco, otro grancanario asiduo visitante y enamorado de Teror-, de esta isla grande en sus arcaicos tiempos prehistóricos, en pasado de cinco siglos, en su presente y en ese futuro por el que sabe bregar cada uno de sus día, pues por algo el primer gran poeta de Canarias, Bartolomé Cairasco de Figueroa, ya destacó en sus versos como «?y sobre todas Gran Canaria puede/ llamarse siempre bien afortunada?», sobre la que reina y reluce su Madre y Señora la Virgen de Teror, la Virgen del Pino».
Seguro que a San Lorenzo dedicará iguales o mejores letras propias de su verbo insigne y erudito y nacidas de un corazón lleno de savia canaria.
Y a ese verbo insigne de nuestro insigne cronista le seguirá un reconocimiento al cuerpo de Bomberos -que tan atentos estarán a la seguridad en estas fiestas- en el 150 aniversario de su fundación por aquel prohombre grancanario nunca suficientemente ponderado que fue el alcalde Antonio López Botas. Antes de terminar el año sacaba a la luz el siguiente edicto para organizar correctamente el trabajo de aquel incipiente cuerpo:
«Don Antonio López Bolas, alcalde constitucional de esta ciudad. Hago saber: que, a propuesta de la comisión permanente de bomberos, creada con el objeto de organizar los trabajos que han de tener lugar en los casos de incendio, he dispuesto, de acuerdo con la autoridad eclesiástica, que, en lo sucesivo, cada vez que desgraciadamente ocurra en esta ciudad un caso lamentable de aquella naturaleza, se toque a fuego en la catedral y parroquias, sin necesidad de previo mandato, una vez cerciorados los campaneros de la certeza del siniestro. Que la población se subdivida en cuatro distritos, denominándose el primero de San Agustín, y comprenderá desde el barranco hasta el extremo de la población por el sur, y de la calle Nueva, continuando por la del Colegio y siguiendo la de San Marcos hasta la muralla de los Reyes; el segundo, de Santo Domingo, comprenderá desde las calles Nueva, del Reloj y San Marcos a toda la parte oeste, incluyendo los barrios de San José, San Juan y San Roque; el tercero, de San Francisco, que comprende desde el barranco hasta la calle de Torres y callejón de San Francisco siguiendo éste hacia el oeste, incluyendo el risco de San Nicolás; el cuarto, de San Bernardo, que comprenderá lo restante de la población hacia el norte, incluso los riscos de San Bernardo y San Lázaro, y nuevo barrio de las Arenas. Y que para que se determine claramente el punto donde ocurra el siniestro, y todos puedan concurrir sin ninguna vacilación a prestar los auxilios convenientes, el toque de fuego tendrá lugar en la forma siguiente: Si el caso ocurre en el primer distrito, deberán darse veinte campanadas sucesivas, tanto en la Santa Iglesia Catedral como en las parroquias, concluidas las cuales, deberá pararse el toque, dar luego una campanada suelta y, a corto tiempo, repetir las veinte campanadas más o menos y dar otra campanada suelta, y así sucesivamente; Si el fuego fuese en el segundo distrito, en lugar de una campanada suelta después de las veinte, deberán ser dos, y, por este orden tres, si en el tercer distrito y cuatro si en el cuarto. Todo lo que se pone en conocimiento de los vecinos por el presente edicto [fechado en noviembre de 1867]».
López Botas terminó como muchos grancanarios en un destino de ultramar que le consiguiera el ministro teldense Fernando León y Castillo, y a Cuba marchó como fiscal del tribunal de cuentas. Falleció lejano y olvidado en 1888, aquel que creara precisamente el partido llamado ‘Bombero’ y que siempre tuvo como lema de su vida «todo por Gran Canaria y para Gran Canaria». Los grancanarios muchas veces somos así: olvidadizos de lo bueno y elevando lo mediocre.
Nuestro cronista Laforet, no; y lo demostrará de seguro en su pregón anunciador de las Fiestas en honor a San Lorenzo del presente año. Y allí estaremos para seguir aprendiendo de sus enseñanzas.
Fuente: http://www.laprovincia.es/