POR ALBERTO GONZÁLEZ, CRONISTA OFICIAL DE BADAJOZ
Por decirlo en expresión refranera, como éramos pocos parió la abuela. Esto es, por si no bastaran para controlar a la gente durante esta epidemia las mil fakes y trágalas sobre escaladas y desescaladas; milimetraje del movimiento; mascarilla sí o mascarilla no; bar o no bar; escuela o no escuela, y demás para tener distraído, atontado y dominado al personal, ahora aparece un cocodrilo en Valladolid. Ni los hermanos Marx. Aunque no se puede negar imaginación a quienes trazan la estrategia. Porque mientras se habla del cocodrilo no se habla de otros depredadores.
La del cocodrilo es historia vieja, y raro es el lugar que no ha tenido el suyo y cuente con su leyenda. Básicamente la de un monstruo que asola los campos asustando y comiéndose a la gente y los ganados, que finalmente es cazado por la astucia o la intercesión de fuerzas sobrenaturales.
Muy conocida es la del cocodrilo o lagarto de Jaén, el llamado de La Malena, al que se dio caza poniéndole como cebo una oveja llena de pólvora. De ahí la expresión «Reventar como el lagarto de Jaén». El monstruo incluso tiene una escultura dedicada en esa ciudad. O la terrible sierpe que habitaba bajo la calle sevillana que ostenta tal nombre.
No menos popular es la del indiano abulense que en América se vio atacado por un gran caimán. Aterrorizado impetró la ayuda de la Virgen de Sonsoles, patrona de su ciudad, quien hizo que el palo que llevaba en la mano se convirtiera en una espada con la que mató al animal, cuyo cuerpo mandó colgar luego en su ermita.
Más cercano es el lagarto de Calzadilla de Cáceres, que ataca a un pastor. Este, ante el peligro, recurre al Santo Cristo, patrón del pueblo, que convierte su cayado en escopeta con la que abate al bicho, cuyo cuerpo se cuelga también en su iglesia.
En Badajoz no hubo lagarto, pero se temió la llegada de la terrible tarasca de Chaves, monstruo de gran movilidad que en Portugal devoraba a la gente por los campos, y que tras escapar a varios intentos de captura por parte de tropas numerosas, fue abatido mediante la treta de ponerle como cebo a un niño colgado por la cintura de un árbol, al que desde arriba se balanceaba para atraer al animal, que al acudir fue abatido por doce escopeteros. Aunque la fiera no llegó a la ciudad su leyenda estuvo aquí muy extendida. Un cronista de Badajoz del siglo XVIII dibujó la escena. Si no esa, Badajoz contó también con su propia tarasca. La que tenía su guarida en el molino del Rivillas cuyos restos aún existen.
Ya veremos en qué termina el caso de Valladolid. Ese que para unos es un cocodrilo, para otros una nutria, y para otros un bicho de distracción llegado a través de los albañales del gabinete competente en la materia.
Fuente: https://www.hoy.es/