POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
‘Lágrimas de Sal’ es el título de una exitosa novela del escritor molinense-torrevejense Alfonso Rebollo, que ya ha alcanzado su segunda edición, y recomiendo su lectura; este preámbulo me recuerda la dura vida del trabajador salinero en tiempos pasados y de esas lágrimas de arte que expresan la artesanía salinera.
No se sabe con certeza cuándo comenzó a tomar cuerpo la artesanía salinera como tal. Las fuentes orales recogidas no van más allá del s. XX, y las pocas escritas que existen no precisan la época de su comienzo, aunque se ha sugerido el último tercio del s. XIX como fecha probable. Por las características intrínsecas del proceso de cuajado en sal no pudo comenzar antes de 1841. En esta fecha, bajo el arrendamiento de las salinas de Torrevieja por el banquero José de Salamanca, se produce un cambio sustancial en las labores de extracción, abandonándose el método seguido hasta entonces, característico del resto de salinas (evaporación total del agua y posterior extracción), y adoptándose el que ha llegado hasta la actualidad, consistente en el mantenimiento de cierto nivel de agua en la laguna durante todo el año, procediéndose a la extracción de la sal que se va precipitando en el fondo.
La documentación escrita más antigua encontrada sobre artesanía salinera se remonta al año 1883, en el que tiene lugar la publicación de una novelita donde se narra una excursión realizada por gentes de Alicante, a Torrevieja y a la Dehesa de Campoamor. En ella se describen distintos objetos cuajados en sal que adornaban la casa del, por entonces administrador de las salinas Vicente López Zapata:
“[…] Nos acompañó a un gabinete cuyo techo, piso, paredes, muebles y cortinajes, era todo de sal; el arte y el ingenio habían creado aquello, era una habitación cuadrilonga en donde la luz jugaba con millones de facetas, producto de aquella cristalización que resplandecía a los ojos de una manera deslumbrante. Del techo pendían unas cuantas arañas sobrecargadas de bujías, las cuales inundaban de reflejos y de destellos aquel gabinete, obra del capricho y de la más feliz de las extravagancias. Todos aplaudimos el pensamiento del señor [Vicente López] Zapata, puesto que de él había sido la iniciativa y bajo sus auspicios y dirección se fabricó todo aquello. Omitimos describir punto por punto cuantos objetos causaron nuestro asombro, basta decir que si nos propusiéramos hablar de aquella consola de una piedra de sal más fuerte, mucho más fuerte que el cristal de roca, si intentáramos analizar el techo y las paredes sobrecargadas de adornos y rosetones, y luego hablar de aquel cortinaje y de aquella profusión de muebles salpicados de diamantinas chispas, y de aquel piso del que al crujir a nuestros pies surgían luminosas fosforescencias, en una palabra, si tuviésemos intento de hacer un sucinto relato de la habitación de sal del señor [Vicente López] Zapata, muchas páginas tendríamos que invertir para llenar nuestro cometido, y aún así, sería pálida la narración para expresar la admiración y la sorpresa que tuvimos a vista de tanta luz y de tan deslumbrantes destellos.”
El 30 de julio de 1883, fallecía en Torrevieja, a la edad de 57 años, aquel administrador de las salinas a causa de una enfermedad cardiaca. Fue muy querido en la población salinera como denota la carta publicada en el diario ‘La Paz’ a su muerte, que dice: “Esa poderosísima mano invisible que todo lo puede, que todo lo sabe y que todo lo dirige al bien de la humanidad, trajo a este infortunado pueblo hace dos años próximamente al dignísimo administrador de estas fábricas D. Vicente López Zapata a quien todos llamamos providencia, porque real y efectivamente a todos trata con la mayor dulzura, les tiende su bienhechora mano dándoles el tratamiento de hijos queridos, y desde que en ésta puso los pies no ha descansado un solo instante en busca de medios para dar de comer al hambriento, vestir al desnudo y, para decirlo de una vez, practicando cuantas obras de misericordia se necesitan para hacer la felicidad a todos”. A su desaparición, el pueblo le dio muchísimas pruebas de cariño y afecto en justa gratitud, a las que ahora, en el siglo XXI nos sumamos, por ser, además de benefactor de los torrevejenses un precursor del valor de la artesanía salinera.
Unos años después, en 1887, se publicó un primer anuncio en la prensa local de Torrevieja ofertando este tipo de artesanía. En el establecimiento del artesano Francisco Carratalá, sito en la calle del Progreso –actual calle Canónico Torres- se ofrecían para su venta diversos trabajos cuajados en sal: barcos, jarrones, lámparas, imágenes y otros muchos objetos. La noticia evidencia un interés por la adquisición de este tipo de artesanía, fruto de la naturaleza y del sudor y duro trabajo de los salineros: ‘Lagrimas de Sal’.