POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Estamos en estos días en los que faena la luz tamizada, pregonando el sofoco del membrillo. En la espera de que se hilvane el traje de los chaparrones generosos que vestirán los dioses de la liturgia de octubre, en el recitar de la jaculatoria antigua y hermosa del otoño y su otoñada.
Pacientemente las granadas, sin molestar, van madurando bajo el sol de los últimos rescoldos que nos embauca haciéndonos ver que aún queda verano. Los pasillos de la memoria recuerdan cómo desde una silla baja con asiento de enea, sus manos se entregaban al saludable oficio de machar la estirada piel de las aceitunas, tras haber caído las primeras lluvias que la ponen morada, dándole tamaño y convirtiéndolas en pan. Así es como este tiempo despierta las orzas, volviendo al cabo de un año los sabores de la temporada en las primeras aceitunas bajo el aliño mejor guardado.