POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
La preservación de la vegetación, en la ribera del río Segura y en la acequia mayor, de Ulea, corría a cargo del sobre acequiero, en la segunda mitad del siglo XVIII.
En todos los paseos ribereños, abundaban los nogales, álamos, moreras, olmos y, por supuesto, baladres y juncos.
En Ulea, son dignos de mención los paseos también llamados alamedas del Parque de la Marquesa, El Jardín, La Morra, así como el Soto, en donde se ubicaba el muelle de la barca, y el tramo del poblado Tardo romano, en la margen izquierda del río Segura. También, en las márgenes de la acequia mayor a la altura del Henchidor y de la acequia menor; en su tramo final.
La conservación de dichas alamedas fue encomendada al sobre acequiero uleano Juan Pedro Vicente Moreno, tal y como consta en el Memorial de D. Pedro Thomas, Juez de Aguas.
El Sr. Vicente era remunerado de forma adecuada, por mantener las alamedas y, la replantación de las mismas con el salario de 36 ducados y 200 reales de vellón, al año.
Especial atención se le prestó a la alameda del soto, lugar en donde se encontraba el embarcadero de la barca que transportaba a personas, animales de carga, ganado, calesas o galeras y carros, cruzando el río Segura al unir a Ulea y Villanueva del río Segura.
Juan Pedro Vicente se esmeraba en cuidar y adecentar dichas alamedas hasta empalmar con el camino de la Era, lugar por donde se encaminaban todos los viajeros que llegaban a Ulea. Dicho camino de la Era les conducía hasta el Carrón de la Aceña y, una vez llegados a los Árboles Grandes se adentraban en el casco urbano de Ulea, si giraban hacia la izquierda y, si lo hacían hacia la derecha se encaminaban hacia los parajes de La Capellanía, en donde estaba ubicado el Cementerio y el Molino.
En este corto trayecto del camino de La Era de unos 800 metros, se disfrutaba contemplando la maravillosa huerta uleana; oliendo a jazmín y azahar, en las épocas de floración.
Un detalle puntual y anecdótico era que durante el verano, un sobrino de Juan Pedro Vicente apodado el Curica, instaló un puesto de bebidas refrescantes en el muelle de la barca; líquido que aliviaba los calores del estío y que era demandado por los acalorados viajeros. Se da la circunstancia que las bebidas eran de zumos naturales de las huertas de Ulea. Lo más curioso es que el transporte lo hacía en una carretilla de madera, a cuyas varas se asía el Curica. Dicha carretilla hacía las veces de mostrador y la bebida era extraída de las orzas con una alcuza.