POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Estábamos en la década de 1940 a 1950, cuando viviendo con mis abuelos en la cueva de Verdelena, me mandaban a pagar la «iguala médica», tan pronto como cobraban la paga de la vejez.
En aquellos tiempos no existía la Seguridad Social y, esa iguala médica, era como una especie de contrato entre el médico y los ciudadanos, que te permitía ser asistido por el médico del pueblo, cuando surgiera algún contratiempo en nuestro organismo. Ese contrato médico te permitía asistir a la consulta o bien, ser visitado en tu domicilio.
Adquirir los medicamentos era cuestión aparte, ya que teníamos que acudir a la botica, aunque en el mismo pueblo no había farmacia, y había que abonar la totalidad de su importe; salvo que se tuviera carnét de la Beneficencia Municipal, como «pobre de solemnidad».
Cuantos médicos conocí, tenían implantado el sistema del «Igualatorio médico» y, su cobrador oficial era el veterano vecino del pueblo Emilio Tomás Pastor; quién, resguardándose con su gorra bien ajustada del sol y las inclemencias y su inseparable carpeta, pateaba el pueblo casa por casa, desde el Henchidor hasta el molino, cobrando las mensualidades de las familias ‘igualadas’ con el médico. Los emolumentos que percibía Emilio, era el 10 por ciento del dinero recaudado.
Desde 1940, conocí a varios médicos, pero fue desde el año 1958 al 1961 cuando comprendí perfectamente el funcionamiento de dicho igualatorio, al acompañar en la consulta a los médicos Manuel Rodríguez Bermejo y Enrique López Giménez, durante las vacaciones, hasta que acabé la carrera de medicina y quedé incardinado en el Hospital Clínico Universitario «San Cecilio» de Granada, adscrito a la cátedra de Obstetricia y Ginecología.
Las circunstancias no siempre eran favorables y, como consecuencia, los ciudadanos de mi pueblo se veían obligados a demorar el pago de la iguala hasta que vendieran sus cosechas de naranjas, limones, frutas, cereales, etc., o bien vendían algún animal de corral: gallos, gallinas, conejos, cabritos, corderos, cerdos cebados. Para pagar.
Emilio, el cobrador conocedor de las vicisitudes de cada uno de los vecinos, guardaba los doce cupones de la iguala del año, uno correspondiente a cada mes, hasta mejor ocasión. Eso sí, avisaba al médico de tal eventualidad.
Durante los dos años que estuve en la consulta de. Enrique López, aprendí lo que no se ahondaba en profundidad en las aulas de la Facultad de Medicina: el gran valor de la comunicación médico-paciente, en su trato profesional.
En estas fechas mi relación con Emilio Pastor era muy frecuente y, como persona amable y con la experiencia de sus muchos años, me explicaba lo mal que lo pasaba cuando llegaba a una casa y le decían que volviera después.
Muchas familias, me decía Emilio, no tenían ni para comer y, en esas circunstancias, agachaba la cabeza y quedaba en regresar cuando me avisaran que podían abonar el importe de la iguala; o parte de ella. Muchos de ellos eran familia mía, y el resto, amigos y conocidos- me decía Emilio- y, a veces, me marchaba tan triste como ellos se quedaban.
Cuando comencé a trabajar como Médico Titular en Andalucía-Aldeire, la Calahorra, Ferreira, Alicún de Ortega y Dehesas de Guadix, estaba implantado el sistema de pago por medio de «La Iguala Médica» y, cada familia pagaba en función de las personas que la componían.
En tierras andaluzas, unos pocos pagaban sus igualas con dinero pero, la mayoría, como ocurría en Ulea, pagaban cuando recolectaban sus cosechas.
Al llegar a Alicún de Ortega me alojé en la casa y consultorio del médico predecesor y, en una sala amplia tenía unas trojes para guardar el trigo y, al preguntar cual era su significado, quien ejercía como cobrador de las igualas, Antonio «el electricista», me informó que unos pocos pagaban sus cupones mensuales, como reflejo en la tarjeta adjunta.
Sin embargo, la mayoría, pagaban con fanegas de trigo al terminar la trilla de sus cereales. Comenzó a reír y, de pronto, me dice: tendrá Vd. que alquilar una caballería y un arriero para transportar el grano y, después, cuando abran el servicio nacional del trigo, en el Silo, llevarlo para que le abonen la cantidad que le corresponda, según las fanegas entregadas.
Desde ese momento, le indiqué al cobrador de las igualas que hiciera campaña para que al año siguiente, y sucesivos, llevaran toda la cosecha del trigo al Silo y, cuando la cobraran, abonaran la cantidad adeudada.
Con la experiencia de un año, aprendí que esa tarea era innecesaria y, cuando acudían a la consulta o charlábamos en reuniones informales iba haciendo campaña para cambiar esas costumbres ancestrales. Los ciudadanos lo entendieron y no tuve ningún problema. Le pagaban al cobrador y yo le descontaba el 10 porciento como emolumentos por su trabajo.
La Seguridad Social estaba en sus inicios, comenzando por el régimen agrario y, poco a poco, iban desapareciendo los afiliados al igualatorio médico, hasta qué, en el año 1972, lo eliminé por completo. La seguridad Social, me abonaba la cantidad que me correspondía y, si quedaba alguien sin asegurar, me pagaba el importe de la consulta; sin mas relación contractual.