POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Las penurias económicas, de los uleanos, a finales del siglo XIX, por la falta de comercialización de sus frutas y hortalizas; unido al declive de la minería, obligó a muchos agricultores, a cobijarse en sus huertas. Para ello se construyeron-a nivel artesanal- unas barracas, habilitadas para vivir en ellas y almacenar los productos agrícolas que no fueran perecederos, a corto plazo.
Dichas barracas, similares a las existentes en la vega baja de la huerta murciana, estaban construidas con paredes de adobe—con el fin de que tuvieran la consistencia necesaria para mantenerse en pie—y, el resto del material, a base de cañas, barro, carrizos, paja y juncos. La cubierta, que no podía soportar el peso de las tejas, era, exclusivamente, de cañizo y paja. En Ulea, además, se utilizaba para la cubierta, la caña resecada de la planta del maíz.
La puerta de entrada, estaba orientada hacia el sur y, en la parte posterior, habían dejado un hueco, para colocar una discreta ventana, o una puerta pequeña, con el fin de garantizar la ventilación del interior de la barraca. También les servía para vigilar la huerta.
En su interior, según las dimensiones del habitáculo, tenían una estancia central que servía de cocina, sala de estar y comedor. Algunas tenían un pequeño lavabo, pero, la mayoría, se aseaban en el exterior de la barraca. Incluso, para muchos uleanos, era utilizada como dormitorio, ya que, las exiguas dimensiones, no daban para más. Las más amplias—que eran pocas–, tenían uno—o varios compartimentos—que hacia las veces de dormitorio independiente y, preservaban la intimidad de sus moradores.
La mayoría, como expongo, solo disponía de un solo espacio y, allí, realizaban todos sus menesteres. Algunas—siempre la excepción—disponían de una cambra, en la parte superior, a la que se accedía mediante unos barrotes, incrustados en los ángulos de las paredes de adobe, por los que había que trepar. Esa cambra, o cámara, era utilizada para guardar los aperos de labranza, así como secadero de hojas de tabaco, secadero de pimientos, para la crianza de gusanos de seda y, algunos, de palomar.
El techo estaba construido en bisel, con el fin de que escurriera el agua de lluvia y no calara en el habitáculo; aún así, casi todas tenían “goteras”. También, para no hacer parapeto al aire y evitar, con ello, el derrumbe o los desperfectos. Generalmente, todas estaban orientadas hacia el sur.
Los aseos estaban en el exterior de la barraca; en la huerta o en un corral aledaño. Algunas—siempre unas pocas—, disponían de un pequeño espacio, en el interior de la estancia, en donde colocaban un zafero (artilugio de madera—rara vez metálico— para sostener la zafa, o jofaina, o palancana, o aljofaina, o palangana) qué, a veces, soportaba un discreto espejo, en la parte superior y unas abrazaderas, en los laterales, para la toalla y el jabón. A la izquierda del zafero colocaban un soporte de madera en donde colocaban una jarra de agua.
El horno, de adobe, estaba ubicado en el exterior—a pocos metros de la barraca y, casi siempre, en la parte posterior de la misma.
En el último decenio del siglo XIX, se produjo un éxodo importante, de la población uleana, hacia la huerta; en donde habilitaron sus barracas. Unas tenían dimensiones aceptables que proporcionaban una discreta comodidad, como la construida por el señor Ríos, originario de La Algaida, que, al casarse con la hija del tío Torrecillas—“el tío conciencia”—, se afincó, en Ulea, de forma definitiva. De ellos descienden los importantes uleanos Ernesto, Virgilio y José Ríos Torrecillas.
Otros uleanos que construyeron sus barracas -y vivieron en ellas- con los materiales que pudieron (algunos protegían la parte exterior con latones y cartones) fueron: el tío Manco y, su mujer, la Secundina; el tío Floro; el Federo; “el Chichás”; “la Merendeta”; “el Forcas”; el tío Gallo”; “el padre del chispa -oriundo de Ojós-”; “el Menuo”; “el Genaro” y algún otro, que omito deliberadamente. Como digo: todos a finales del siglo XIX.