POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Durante todo el siglo XIX, y hasta bien avanzada la primera mitad del siglo XX, los labradores uleanos le dieron especial importancia -yo diría que eran imprescindibles- a los «aperos de labranza».
Consideraban que si querían obtener buenas cosechas de sus tierras tenían que ser ‘verdaderos maestros en el cultivo de sus haciendas’.
Además de poseer un par de bueyes se procuraban una buena reja para roturar la tierra, y una carreta, con el fin de poder transportar los aperos de labranza, así como los materiales para arreglar márgenes y avenidas en las temporadas de lluvias copiosas y, por supuesto, para acarrear los abonos y estiércol con el fin de enriquecer las tierras labradas y, de esa forma, obtener opíparas cosechas, que transportarían en su carreta tirada por su yunta de bueyes.
Así las cosas, una familia procedente del campo de Cartagena se afincó como colono arrendatario en la finca de Don Diego, en las tierras de secano ubicadas en los campos de Ulea. Esta familia que atendía por el nombre de ‘Los Medrano’ de Cartagena, le compró dos bueyes y una carreta a Juan Matheo, por el importe de mil ciento cincuenta reales de vellón, los cuales pagarían en los plazos acordados: setecientos reales de vellón para el día de San Juan, del año mil ochocientos setenta y seis y, el resto, para la navidad del mismos año; coincidiendo con las fechas de la recolección de los cereales y la aceituna, respectivamente.
El otorgante no firmó el documento de compraventa, por no saber leer ni escribir y, a su ruego, lo hizo un testigo.