POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Desde el año 1924, de forma asidua, se celebraban todos los años las corridas de cintas, durante las fiestas de la Santa Cruz y San Bartolomé. Con la salvedad de los años de la contienda civil española, siguieron celebrándose a partir del año 1939.
Se trataba de uno de los festejos más económicos en los que podían participar cuantos vecinos quisieran, y con un gran colorido. Corría el año 1949; del que tengo constancia del mismo, que en vísperas de fiestas se exponían las cintas bordadas por las mozas, en las ventanas y balcones de sus casas.
Todos cuantos paseábamos por las calles contemplábamos su gran riqueza artística. Muchos novios, amigos y pretendientes decían `para sus adentros: ¡ésta me la tengo que ganar yo!. Solamente podían participar los mayores de 16 años y, los que teníamos menos edad, deseábamos que el tiempo corriera más deprisa para cumplir los 16 años y poder participar en dicho evento festivo.
Para tal menester, las jóvenes del pueblo, bordaban con entusiasmo unas cintas de seda, con figuras alegóricas. Eran verdaderas artistas. Tras ser confeccionadas por jóvenes de «La Sección Femenina», «Grupo de Coros y Danzas», «Hijas de María»; además de «la reina de las fiesta, sus damas de honor y toda su cohorte», se exponían en los balcones y ventanas de sus casas, para que todos pudiéramos contemplarlas.
Llegado el día señalado, se colocaban como una especie de portería de fútbol, enclavada en el suelo y, sobre el larguero de madera de la parte superior, a una altura del suelo de un metro y ochenta centímetros, se colocaban las cintas.
Estas, se enrollaban y solo quedaba libre una pequeña argolla o anillo, por donde tenía que penetrar el puntero de madera de los ciclistas participantes. Estos, por orden riguroso, mediante sorteo, tenían que pasar por debajo del larguero, en donde estaban las cintas, y tras empinarse sobre los pedales, intentar tener buena puntería y llevarse el trofeo soñado: la cinta bordada por su amiga o enamorada; que exhibirían blandiendo al aire como si fuera una cometa; ante la ovación atronadora del público asistente.
Como era lógico, no se podía circular despacio, ni pinchar la cinta, ni cogerla con a mano. Para efectuar tal control, existía un jurado competente qué, este año 1949, recayó en Antonio Yepes Tomás, Joaquín Moreno Tomás y Eufronio Carrillo Abellán.
Todos los años, en el centro de la plaza mayor, nos congregábamos jóvenes y mayores; dejando un pasillo central por el que circulaban los jóvenes en sus bicicletas, con el fin de enfilar bien sus punteros y conseguir sus ansiados trofeos.
En un estrado, montado para tal menester, a las puertas de la casa del tío Pío y de la de Rafael «de la botica», se acomodaban todas las mozas del pueblo que habían bordado sus cintas. Todas ellas acompañadas del alcalde José Carrillo Hita y el presidente de la Comisión de Festejos.
Cada cinta llevaba el nombre de la joven que la había bordado y, cuando un participante obtenía su trofeo, le era impuesto en bandolera, por su bordadora, a los acordes de la música festera, apostada en las escalinatas de la iglesia. Además de la imposición de la cinta, la joven le daba dos besos en la mejilla al ganador.
Ese año 1949, el vencedor fue Antonio Salinas «El hornero» quien, en el baile de los participantes con las jóvenes, se vio obligado a bailar con tres de ellas ya que había conseguido tres trofeos. Se daba el caso que muchos de ellos no conseguían las cintas de sus novias o amigas y otros participantes bailaban con ellas, provocando una gran desazón al comprobar que otros participantes se exhibían con sus novias en medio de todo el jolgorio festivo.
Alguno dejó entrever sus celos al ver que otros lucían a sus novias, tanto en el baile como en un pasacalles qué, al terminar el baile en la plaza, se efectuaba por toda la calle mayor, desde la plaza hasta la punta del pueblo, en el que la joven bordadora iba cogida del brazo del agraciado participante, a los sones de la banda de música.
Se constataba que algunas de las jóvenes bordadoras, tras la corrida de cintas, se hacían novios y, otras, como el ciclista galardonado fuera más marchoso y elegante, apostaban por cambiar de pareja; dejando en entredicho al anterior novio de la bordadora.
En años anteriores se permitía el trueque de las cintas entre los concursantes pero, en este año 1949, quedó prohibido dicho cambio.
Este espectáculo, de gran colorido y muy tradicional en las fiestas patronales de mi pueblo, comenzó a perder su encanto y, por consiguiente, dejó de celebrarse hace ya más de 50 años. Para mí ¡¡Una lástima!!