POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Por exceso, en forma de riada, o canalizada para su disfrute. Pero siempre fue el agua el detonante de las cuatro visitas del dictador Francisco Franco a la Región. La primera se produjo el 29 de abril de 1946. El motivo fue una terrible inundación que asoló la vega del Segura. El río registró a su paso por la capital más de 400 metros cúbicos por segundo. Unas tres mil familias se refugiaron en la ciudad, entonces bajo las órdenes del gobernador civil, Cristóbal Graciá, y el alcalde, Agustín Virgili. El ambiente andaba caldeado. El obispo de Astorga llegó a advertir de que la riada era «un terrible castigo colectivo de Dios por cometer el pecado de celebrar un desfile carnavalesco, el Entierro de la Sardina». Y se quedó tan fresco. Pero no fue lo más vergonzoso de aquella avenida que se conoce como la Riada de Franco, quien protagonizó además la más infeliz pancarta que los anales recuerdan.
La palma de la euforia se la llevaron los habitantes de Molina de Segura. A la entrada de la población de Torrealta colocaron un enorme cartel que rezaba: «Bendita la riada que nos trae al Caudillo». Y los diarios describieron la frase, sin que temblaran las rotativas, como una «dedicatoria poemática». El dictador, que recibiría la Medalla de Oro de la ciudad de Murcia y ya atesoraba la Medalla de Oro de la Provincia, sí anduvo acertado al denunciar que el desastre se había producido por la falta de previsión. «Ha habido más de medio siglo para arreglarlo, para evitarlo, y no se ha hecho», advirtió Franco. Al día siguiente se trasladó a Cartagena, donde visitó el Arsenal Militar y la base de submarinos. Navegó hasta Escombreras, donde las «hordas rojas» hundieron el ‘Castillo de Olite’, un mercante que sirvió de ataúd a más de 1.400 almas. El protocolo incluyó una visita a la Caridad, Patrona de Cartagena, la inauguración de un instituto de enseñanza media, una comida en Capitanía y, ya de regreso a Madrid, una inesperada parada en la carretera donde lo asaltaron los cadetes de la Academia General del Aire.
Franco no regresó a la Región hasta el 7 de octubre de 1957, por la inauguración de la central térmica de Escombreras. El vehículo entró a Murcia por la plaza de Santo Domingo y se dirigió a lo largo de Trapería hacia al Ayuntamiento. Allí pasó revista a las tropas vestido con el uniforme blanco de Marina de Guerra. Apenas caía la tarde cuando llegó a Cartagena, directo a una función religiosa en la Caridad. La ciudad también quiso concederle su Medalla de Oro. En el balcón del Consistorio advirtió a los cartageneros de que «el agua traída hizo posible la refinería de Escombreras, que hoy da vida a vuestro puerto» y abriría la comarca «al mundo nuevo de la petroquímica».
Tres años después, un 29 de abril, el Caudillo volvía a Murcia y Cartagena para presumir de los últimos proyectos de obras hidráulicas acometidas. Acababa de terminarse el pantano del Cenajo y el Generalísimo había autorizado el estudio del acueducto Tajo-Segura. Además, el Ministerio de Obras Públicas aprobó una mejora del plan de regadíos de Lorca y se impulsaron otras acciones para evitar los desbordamientos en la vega del Segura. En una de las pancartas con las que los vecinos recibieron a Franco podía leerse: «¡Viva el Caudillo que nos traerá el riego!».
«El centro de Murcia»
La última vez que el dictador pisó suelo murciano fue el 5 de junio de 1963. Y también por cuarta ocasión giraría su periplo en torno al agua. Inauguró los embalses del Cenajo y Camarillas, además de la planta de fertilizantes Repesa. Contaría ‘La Verdad’ que unos 15.000 huertanos aclamaron a Franco al día siguiente en el campo de fútbol del poblado obrero del Cenajo. La prensa coincidió en señalar que aquella obra desterraría para siempre el peligro de riadas. De hecho, le entregaron al dictador una caracola, «símbolo de que en las huertas del Segura no será preciso hacer más llamadas de alerta». Menudo mojón de profecía. En este viaje se acercó al Museo Salzillo. Y también a la fuente de la redonda, que estaba en construcción. Allí mismo, el entonces alcalde Antonio Gómez Jiménez de Cisneros, tuvo más tino profético al anunciar: «Esto que veis, Excelencia, será el centro de la futura Murcia». Una Murcia que el dictador no volvería a ver en los doce años de vida que le restaban.
Fuente: https://www.laverdad.es/