LAS DOS CARAS DEL ESPLENDOR MINERO
Dic 17 2014

UNA INVESTIGACIÓN DEL CRONISTA OFICIAL DE MAZARRÓN (MURCIA) Y ANTROPÓLOGO MARIANO GUILLÉN PONE EL FOCO EN LOS AVANCES Y LOS DESASTRES DEL ‘BOOM’ DE LA MINERÍA EN EL XIX

Mineros de 'exterior', entre ellos niños y ancianos, en el conjunto de San Antonio. La imagen, que data de principios del siglo XX, aparece en el estudio 'Industrialización y cambio social en Mazarrón'. / LV
Mineros de ‘exterior’, entre ellos niños y ancianos, en el conjunto de San Antonio. La imagen, que data de principios del siglo XX, aparece en el estudio ‘Industrialización y cambio social en Mazarrón’. / LV

Con el descubrimiento del filón Prodigio (solo su nombre ya da cuenta de su inmensa riqueza), en 1871 y gracias al empeño del famoso empresario marsellés Hilarión Roux, Mazarrón vivió sus años dorados del negocio del plomo. Pero detrás del despegue industrial y de los avances socioeconómicos que trajo consigo el ‘boom’ de la minería, hay una página de desastres y abusos, con un rastro que todavía perdura hoy. El cronista oficial y antropólogo Mariano Guillén Riquelme aborda este dilema en su última investigación, titulada ‘Industrialización y cambio social en Mazarrón. Estudio antropológico de una comunidad minera (1840-1890)’, a la que ha dedicado siete años de trabajo. Una detallada obra en la que, por encima de todo, sobresale la defensa que el autor hace del paisaje minero por su valor histórico y su belleza.

Guillén asegura que el progreso económico derivado de la extracción de la galena argentífera «vino a enderezar el rumbo decreciente de una comunidad muy quebrantada por la continua esterilidad de los tiempos, malas cosechas, ciclos de hambruna, epidemias y despoblamiento». Y sirvió para sacar del olvido a esta población costera: nuevas carreteras, el ferrocarril, todo tipo de locales de diversión… Pero estos años de esplendor también tuvieron un reverso: «los perjuicios derivados de una asfixiante revolución industrial», resume el investigador. Deja constancia «de la explotación generaliza de la clase proletaria», de un rosario de accidentes laborales que ponen la piel de gallina (el más grave, en la mina Impensada, con 28 muertos tras una explosión) y del desequilibrio social. El cronista también se refiere a los ataques contra el medio ambiente (los vertidos de la fundación Santa Elisa en la playa de La Isla todavía son visibles) y contra el patrimonio histórico (llegaron a abrir un pozo dentro del mismo castillo).

La publicación se ilustra con una cuidada selección de fotografías, muchas de ellas inéditas hasta ahora, conseguidas tras un minucioso rastreo del autor por mercadillos, colecciones privadas y ferias de papel antiguo. En esas imágenes también salta a la vista cómo el desarrollo de la minería dejó riquezas a unos pocos y miserias al resto.

Fuente: http://www.laverdad.es/ – M. Rubio

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