POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
Como la mayoría de mis queridos lectores podrá comprobar en estas crónicas que les vengo regalando puntualmente los últimos siete años, no creo que haya vecino más feliz con la responsabilidad otorgada por la Corporación Municipal que un servidor. Año tras año, crónica tras crónica, este humilde Cronista ha venido esforzándose en trasladarles la suerte que tiene de vivir en semejante Paraíso.
Sin embargo, hay días en que resulta prácticamente imposible que las palabras puedan honrar lo que presencio. A veces, el sol se escapa entre dos pinos sobre el roquedal de La Chorranca, cegándome un instante, para dejar mi boca abierta al momento con un horizonte que rebosa de verdor. En otras ocasiones, el repiqueteo del agua juguetón, rebotando entre cantos y raigones, es aclamado por algún pajarillo carbonero, dejando que las moscas exploren mi boca una vez más. También suelo desgajarme la mandíbula viendo cómo las vacas pastorean sus terneros entre los matorrales de jabinos y piornales, llevándolos al frescor delicioso de los brotes del pino chaparro en las cercanías de la caseta de Aránguez, allá por la Majada Hambrienta. Recuerdo una vez, sentado en el Balconcillo de Majalapeña, haber sentido la risa de una vieja ardilla al verme pasmado, absorto en las labores de arrastre y preparación de los orgullosos pinos apeados por los mozos del Real Sitio. En otra ocasión, mi querido amigo Tomasele Artola pensó que me había dado un aire al ver por primera vez el valle desde el collado de Dos Hermanas, a la sombra de Peñalara.
Así debí quedarme, una vez más, el pasado lunes en la casona de la peña del Tizo, en el Real Sitio Primitivo. Esta orgullosa comunidad de amigos y vecinos, constituida en el año 1975, tuvo a bien esforzarse en recuperar los restos de aquel viejo casetón hundido que coronaba la loma que hay sobre Valsaín, en las proximidades de la vieja casa de la hierba. Con ayuda del Ayuntamiento del Real Sitio y de las instituciones que han ostentado la titularidad administrativa de los terrenos del Real Sitio Primitivo, ya fuera Patrimonio Nacional, Patrimonio del Estado, ICONA o el actual Centro de Montes de Valsaín, los peñistas del Tizo fueron recuperando poco a poco la integridad del local hasta convertirlo en uno de los recursos sociales más importantes del municipio. Bajo miles de horas de trabajo regaladas por cuantos integran y han integrado la sociedad, descansa un espacio común, hermoso y acogedor, como la sierra que lo acuna.
Fue en ese lugar, en el casetón de la Peña del Tizo, donde tuve otra crisis de felicidad, en esta ocasión, gracias a mis admirados vecinos. Sentado entre autoridades municipales y sociales, asistí a la comida tradicional que esta sociedad imprescindible viene organizando desde 1977. En ese agraciado año tuvieron a bien preparar una comida homenaje a los mayores de Valsaín y la Pradera, del Barrio Nuevo, de los pinares y el robledal, haciéndolo desde aquel entonces hasta el presente.
Cada año sin falta, lleno el casetón de mesas y bancadas, los abuelos y abuelas, padres, madres, tíos, sobrinos, hermanos, amigos y paisanos, todos ellos retirados de la dura vida laboral, se sientan y son servidos por los socios de la Peña del Tizo en ágape ceremonial. Como podrán comprender, lo menos importante son las viandas, cocinadas con idéntica cantidad de amor y primor por los peñistas en los fogones que cierran la pared baja del casetón. Lo importante, lo verdaderamente digno de ver, de sentir, es la felicidad que todos aquellos vecinos destilan ante tamaña demostración de respeto y amor. No importa si les gusta el novillo cortado en rosbif al modo de un gran hotel decimonónico o el meloso y azucarado ponche segoviano. Qué más da. Lo significativo es que pueden comprobar que, tras años de duro esfuerzo y trasiego, tras mil sinsabores y frustraciones, pérdidas y decepciones, pueden comprobar que su vida ha tenido sentido; que han traído a este mundo esperanza y pasión; que después de todo, al menos durante esos momentos en la peña del Tizo, pueden decir orgullosos que la vida ha sido justa con ellos regalándoles semejantes hijos. Así lo debieron de sentir, hace ya cuarenta y dos años, Luis Fernández e Inés Castán, elegidos por ser los mayores en el primer homenaje y receptores del primer reloj conmemorativo.
Y, qué quieren que les diga, viendo la cara de felicidad de los que nos han precedido, viendo su rostro iluminado por la alegría y la certeza del trabajo bien hecho, un servidor no pudo más que intentar cerrar la boca de asombro y disimular que los párpados de mis ojos no podían contener, por una vez en la vida, tanta justicia.
Quizás al año que viene, si vuelvo a ser invitado, aprendiendo de mi querido amigo, Evelio España, lleve conmigo las gafas de sol para poder llorar alegremente la felicidad que todos los años nos regalan en la Peña del Tizo.
Fuente: https://www.eladelantado.com/