MARÍA VICTORIA HERNÁNDEZ PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE LOS LLANOS DE ARIDANE (CANARIAS), HA ESTUDIADO MUCHO ESTE ASUNTO
En La Palma, en Los Llanos de Aridane, las costumbres de nacimiento, vida y muerte siempre, como no puede ser de otra forma, eran integrante de día a día de los canarios. La encargadas de ‘recibir a niños’, que era como se las llamaba, fueron, entre otras, Josefa Cruz Brito (1833–1931), Susana Brito Fernández (1895–1990) o Leocadia González Fernández y María Isabel González Leal. Entre ellas, se trasladaban el conocimiento para atendera sus vecinas.
Eran mujeres que protagonizaban el aumento demográfico de una isla rodeada de miseria sanitaria. Lo hacían ellas porque apenas había médicos, que en el mejor de los casos, usaban caballos para trasladarse asistir a un nacimiento desde Santa Cruz capital. De esa miseria sale la riqueza cultural de La Palma, una isla que cuenta con buena parte de los mejores expedientes académicos ede las universidades canarias y centenares de líderes institucionales y empresariales.
Los canarios de La Palma lo pasaron muy mal. Las mujeres que no emigraron, trabajaron muy duro para poder estructurar los hogares. Muy pocos medios técnicos y humanos. La visita de un médico a una mujer a punto de dar luz era un acontecimiento social en toda regla.
María Victoria Hernández Pérez ha estudiado mucho este asunto. Ella es la cronista oficial de Los Llanos de Aridane. En su texto ‘Costumbres de Nacimiento, Vida y Muerte’ detalla la experiencia de Josefa Pérez, que nació en 1920 y era de de Breña Alta. Cuando era muy pequeña contempló asombrada «a un montón de gallinas muertas en el cuarto de un parto».
Josefa Pérez preguntó el motivo y nadie le respondió. Pasaron los años y, en 1951, a ella misma se le presentó el parto de su hija Nieves María García Pérez. «El momento se presentó difícil y se temía por la vida de la criatura. La niña nació como muerta y de inmediato trajeron gallinas vivas y por el culito le introdujeron el pico y Nieves María comenzó a respirar». Josefa Pérez continuó diciendo: «si la gallina moría, moría el niño. Si vivía, el niño también».
«Cuando se adelantaba el parto y nacía un sietemesino se le tenía abrigado con mantas y además botellas de agua o piedras calientes», recuerda Hernández Pérez, que detalla: «Muchos sietemesinos palmeros tuvieron por primera cuna una teja árabe de barro, que se calentaba en una hoguera de leña y que se cambiaba por otra cuando se enfriaba».
«Al pequeñito se le acunaba entre ropas de abrigo, dentro del reverso de la teja. El alimento se le facilitaba, gota a gota, por medio de una pequeñísima cuchara con leche de la madre, cada dos horas y media», afirma la cronista de Los Llanos de Aridane.
María Victoria Hernández Pérez, que actualmente es diputada regional del PSOE en las islas, apunta que, para aumentar la leche de la madre se solía dar raleas de vino y gofio y caldo de gallina negra, además de la comida normal. «Acompañadas, eso sí, de un vasito de cerveza». Terminado el parto, la placenta se enterraba en sitio fresco y sin luz solar. Sin acceso para animales.
«El niño debía permanecer ocho días con los ojos tapados, para evitar que le diera luz. Tampoco se le dejaba ver la luna porque le daban diarreas. Las ropitas lavadas no podían quedar al sereno ni a la luna pues le podían dar diarreas a la criatura. Si por un despiste la ropa cogía la luz de la luna, había que esperar que cogiera la luz del sol», detalla Hernández Pérez en ‘Costumbres de Nacimiento, Vida y Muerte’.
Laprimera salida del niño coincidía con la fecha del bautizo, al que no asistía la madre. En el tiempo que el menor estaba en la casa, sin ser bautizado, permanecían unas tijeras abiertas debajo de la almohada o cama, en previsión de que «las brujas no se lo llevaran», según afirmaba Traslación González, consultada por la autora.
La cronista oficial palmera recuerda que «nos decía que también se solía poner un cuchillo, acompañando a las tijeras». Otra protección, detalla Hernández, «contra los malos espíritus o hechiceras era el arrojar en el suelo granos de mostaza en la habitación donde dormía el niño».
De acuerdo con los relatos contrastados por la cronista de Llanos de Aridane, a los niños se les protegía del ‘mal de ojo’ «porque se creía que se le podía reventar la hiel poniéndole la camisita interior al revés». También se le solía hacer «una cruz con añil en la espalda». «Todos los consejos y remedios eran pocos para evitar este mal. Se solía santiguar, hacer sobre el niño la señal de la Cruz y tener agua bendita en una pequeña concha, que sobresalía de una imagen de un santo o Virgen», relata.
Apostilla que «en las enfermedades de los niños pequeños se utilizaban remedios tradicionales, que algo tendrían de científicos», apunta la cronista. Y es que las vejigas blancas «se curaban con agua traída de la lejana fuente de Tamarahoya (El Paso)». Otro remedio era beber «un batido de yemas de huevos con azufre». Después de beberlo, el niño debía correr, «para que se le broten las chillas». Era la época en la que los niños jugaban descalzos porque los zapatos eran para ir a misa los domingos y a las fiestas.
Fuente: http://www.abc.es/