LAS GRIETAS Y EL ABANDONO CERCAN EL HISTÓRICO EREMITORIO DE LA LUZ • EL DETERIORO DEL CONJUNTO, A CARGO DEL OBISPADO PERO PROPIEDAD MUNICIPAL, OBLIGA A INTERVENIR DE INMEDIATO PARA EVITAR UNA TOTAL DEGRADACIÓN
Oct 20 2016

POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA

La cúpula central del templo, donde se aprecian profundas grietas en todos los arcos. / A. B.
La cúpula central del templo, donde se aprecian profundas grietas en todos los arcos. / A. B.

Si alguien desea recordar cómo era el eremitorio de La Luz debería darse prisa en subir al monte. Porque el histórico complejo monacal se desploma a pedazos. Literalmente. Y sus actuales ocupantes, unos religiosos que en 2007 sustituyeron a los antiguos frailes legos, intentan en vano que no se les caiga sobre sus cabezas, además de reformar algunos espacios sin contar con los preceptivos permisos de la Dirección General de Cultura.

Los desconchones en la nave principal del templo, inaugurada en 1801 y reformada durante el siglo pasado, ya han dejado paso a profundas grietas que, en algunas estructuras, alcanzan dimensiones alarmantes. Es el caso, por ejemplo, de la gran cúpula sobre el altar mayor, donde son perceptibles desde el suelo y a varios metros de distancia, o en el campanario. A ello se suma la degradación y humedades en paredes y pavimentos y el cambio en la estética de la mayoría de las capillas, con repintados de dudoso gusto incluidos.

El resto de espacios no es visitable porque pertenece a la clausura de la orden conocida como Ermitaños de Nuestra Señora de la Luz. Pero el estado general, como aseguran fuentes próximas a la comunidad, es incluso peor que el de la iglesia. Desde luego, el también histórico huerto de la comunidad solo es un recuerdo y se desconoce el estado de la cripta donde, durante siglos, se enterraron los frailes. O la maquinaria que utilizaron para elaborar el popular chocolate de La Luz, elaborado con algarrobas.

El exterior del eremitorio no está en mejor situación. Las grietas se extienden al campanario, que aún sujeta dos campanas, y la pintura de todo el entorno presenta más desconchados y humedades. En un patio contiguo a la plazuela de entrada al templo permanece aparcada una destartalada caravana que despierta la curiosidad, cuando no la indignación, de los visitantes que se acercan a La Luz.

¿Inquilinos legales?

El complejo está formado por otros edificios de finalidades bien distintas. Algunos de ellos, por si fuera poco, fueron arrendados por los frailes en su día a familias murcianas, percibiendo a cambio un arrendamiento. Esta situación, por otro lado, resulta supuestamente ilegal por cuanto todas las casas que ocupaban pertenecen, con la ley en la mano, al Ayuntamiento de Murcia, cuyas arcas no perciben ni un céntimo por esos conceptos.

¿Y por qué el Consistorio es el propietario y el Obispado el poseedor? Para aclararlo basta con atender a la historia. Uno de los primeros documentos sobre la existencia del lugar se remonta a 1429. En aquel año, el Concejo permitió a un ermitaño, de nombre Pedro Busquete, utilizar las aguas de un manantial ubicado en la zona. Desde ese momento, el lugar atrajo a incontables eremitas que, en muchos casos, disfrutaron en vida fama de santidad. Y, en otros, tuvieron que padecerla. Como le sucedió al eremita Juan, quien ocupaba una cueva donde hoy se levanta la ermita de San Antonio el Pobre: tuvo que recluirse en un convento pues las continuas visitas no lo dejaban rezar. Poco a poco, la sierra se llenó de pequeñas capillas, hasta que se erigieron en comunidad allá por 1696. Y enseguida el Consistorio apadrinó a los frailes, lo que a la larga salvaría el monasterio de su desaparición en la desamortización de Mendizábal.

Fue entonces cuando los frailes se convirtieron, de forma oficial, en «labradores» y funcionarios municipales que pagaban un arrendamiento por explotar el eremitorio. De ahí data la propiedad pública sobre el lugar, aunque la posesión recae, según la tradición, en el Obispado «mientras quede un fraile vivo».

Entrado el siglo XX, un Consistorio republicano intentó recuperar la finca. Pero las protestas de los murcianos disuadieron a los ediles. Aunque en 1936, con el inicio de la Guerra Civil, el edificio fue asaltado. Imágenes de Francisco Salzillo y un cuadro de Murillo se convirtieron en cenizas. Durante la última década del siglo XX solo quedaban en el monasterio tres frailes y tras la muerte del último hermano, Manuel del Santísimo Sacramento, el obispo Juan Antonio Reig Pla lo cedió a nuevos religiosos que, desde el año 2007, continúan la tradición, si bien desvirtuada en lo que a conservar la mayoría de las históricas devociones del eremitorio.

Fuente: http://www.laverdad.es/

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