POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Sobre el uso que les dieran nada registró la historia, quizá en beneficio de sus memorias. Pero es indudable que alcaldes murcianos de muchas generaciones dispusieron de dos habitaciones en el eremitorio de La Luz, un auténtico vergel de tranquilidad a solo cinco kilómetros de la urbe. Y para que nadie se llevara a engaño, en los contratos oficiales incluso figuraba que un cuarto debía ser de invierno y el otro de verano.
Las referencias a las habitaciones municipales se extenderán a lo largo de la nutrida historia del eremitorio de cuya propiedad, por cierto, jamás disfrutó el Obispado de Cartagena, ni siquiera antes de la desamortización de Mendizábal, ministro de la regente María Cristina de Borbón, de 1836. Ya en una sesión municipal del año 1836 se dio cuenta del acuerdo adoptado por el Concejo en julio de 1669 sobre la cesión del «sitio de la luz y las Cañadas contiguas a los Hermitaños [sí, con hache]».
El acuerdo establecía que el Concejo se reservaba el «dominio directo, así del edificio como de las Cañadas, para en caso que estos se suprimiesen o variaran de instituto». Este detalle invalida de plano la tesis de que la propiedad se convirtió en municipal durante la desamortización para evitar que se vendiera el eremitorio. También, por otro lado, es posible encontrar acuerdos de cesión en los años siguientes de 1700, 1701 y 1737.
Llegado 1836, el Ayuntamiento, en la misma sesión donde se recordara el origen de la propiedad sobre el lugar, nombró una comisión formada por los regidores Tomás Córdova y Mariano Valero para que «en el Tribunal de Justicia, salgan en el día de hoy practicando las diligencias oportunas, a fin de pedir y obtener la posesión del edificio y tierras que cultivan los expresados Hermitaños [también con hache]». Y se armó un revuelo por el cariño que la ciudad tenía a aquellos eremitas.
Cuando la razón imperó sobre la política, en el Ayuntamiento hallaron la solución: convertir a los frailes en «labradores de La Luz» y, puesto que tierras y edificios eran municipales, establecer sobre ellos un arrendamiento. De esta forma se evitó que aquel lugar histórico fuera vendido. Así que, en diciembre de 1836, el Consistorio acordó conceder el arrendamiento de La Luz a los religiosos por un periodo de ocho años, pero reservándose el Ayuntamiento sus «dos habitaciones».
La curiosa petición de dos cuartos se mantendría durante el siguiente siglo, si tenemos en cuenta que se seguía incluyendo como cláusula, por ejemplo, en el acuerdo alcanzado entre la comunidad y el Consistorio en el año 1931. En aquella ocasión, el punto quinto del contrato establecía que los eremitas «han de dejar en el expresado edificio dos habitaciones a disposición del Ayuntamiento, amuebladas, una de verano y otra de invierno, para que pueda utilizarlas y usar de ellas a su voluntad dicha Corporación».
La fuente, de uso público
El contrato fue firmado por el alcalde, Manuel Maza Ruiz, y el hermano mayor de los frailes, Juan López Hernández. En aquel documento se describía el objeto del alquiler: el edificio «denominado de La Luz», con su huerto, fuente, hospedería y tierras que lo rodeaban, que no eran moco de pavo si tenemos en cuenta que el documento eleva su extensión a trece hectáreas. Además, se recordaba que la finca había sido exceptuada de la desamortización después de que el Ayuntamiento así lo hubiera solicitado al Gobierno por considerar el espacio «de utilidad común».
El arrendamiento tendría un plazo de cinco años, a contar desde el 1 de enero de 1930, aunque se firmara el 22 de julio de aquel año, y el precio era de cincuenta pesetas anuales, a satisfacer cuando concluyera cada anualidad. Los frailes se comprometían a cultivar el huerto y las tierras «a uso y costumbre del buen labrador».
Como sexta estipulación, la comunidad religiosa quedaba obligada a dejar «a beneficio del público el agua de la fuente que existe en la finca, siendo obligación de los arrendatarios la limpia, monda y conservación de la cañería».
Especial trascendencia adquiere estos días, ante el deterioro evidente del complejo por la falta de cuidado municipal y eclesiástico, otro de los puntos de aquel histórico contrato. En concreto, donde se advertía a la comunidad de que «el edificio de La Luz lo han de cuidar y conservar a su costa cual corresponde, con objeto de que se conserve en la misma forma e iguales condiciones en que se encuentra, o mejor si fuera posible». Aunque lo imposible era descubrir cómo demonios unos frailes tan pobres podían hacer frente a las reparaciones impuestas.
Cinco años más tarde, el nuevo hermano mayor, Joaquín de Nuestra Señora del Carmen, pidió la renovación del acuerdo, que fue aprobado y el plazo de concesión se amplió hasta los 20 años. El texto acordado es una copia del anterior, incluso en lo referido a las dos ‘obligadas’ habitaciones.
Superado con creces el tiempo concedido, en 1962, los eremitas reclamaron al Ayuntamiento la propiedad de La Luz. Otro nuevo intento con similar éxito que el resto de ellos, más o menos documentados, a través de la historia. Era entonces hermano mayor Matías de la Santísima Trinidad. Y argumentó que existía un acuerdo de 9 de febrero de 1527 sobre «la cesión en propiedad de los terrenos de Val Hondillo para edificación de celdas, oratorio y plantación de arbolado». Extremo que desde el Consistorio rebatieron de inmediato. Y a otra cosa. Pese a todo, es cierto que la propiedad siempre fue lo único que se discutió [y discute], pues en ningún momento de la historia, incluso bajo regímenes políticos de lo más adversos para la Iglesia, jamás aquellos pobres frailes abandonaron su ancestral hogar.
Fuente: http://www.laverdad.es/
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