POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Ignoro la causa, pero hay un «algo» entre esa villa extremeña de Badajoz, Monterrubio de la Serena, y mi manera de sentir y es querer «la vida».
Una villa-municipio que en sus páginas de Facebook desgrana historias, recuerdos, nostalgias, vivencias… cuya finalidad, más que saber-ciencia, es «saber-amor».
En esas vivencias, lógicamente- está la cocina; tradiciones transmitidas de generación en generación y que, en cierto modo, son espejo del carácter de un pueblo.
Las HOJUELAS DE CARNAVAL, dulcerías muy generalizadas en Extremadura, Andalucía, Castilla-La Mancha, Castilla-León, tienen en Monterrubio un «algo muy especial».
Lo recordaba en 1921 aquel gran poeta extremeño Luis Chamizo en «El miajón de los castúos»:
«Yo tamién me gusta
la Semana Santa,
por sus comilonas
llenas de durzainas
………………….
¡Chacho!, qué potingues y cuántos guisotes
y cuantas cosinas y cuántas durzainas
pa ponese jartete y da dirse
a los monumentos pa vé las muchachas…»
En esas cosinas y durzainas (dulcerías) del carnaval monterrubiano están los rellenos, las sopas de carnaval, las rosquillas de Tetuán, las HOJUELAS…
¿Cuál es la historia de las hojuelas?
Pues hemos de remontarnos a la peregrinación de los judíos cuando, salidos de Egipto, atravesaron el desierto hacia la Tierra Prometida. Leemos en el Libro del Éxodo (Ex. 29-23) esta norma dada por Yahvé relativa a la consagración de los sacerdotes: «Toma un pan, una torta y un frisuelo y pon todo en las palmas de las manos de Aarón y de sus hijos y haz que las agiten como ofrenda ante Yahvé».
La palabra latina que el intérprete traduce como frisuelo, y que hubiera debido traducir como HOJUELA es LAGANUM, torta hecha con harina y aceite y frita. San Isidoro de Sevilla, en Etimologías, la define en estos términos:
«Laganum est latus et tenuis panis, qui primun in aqua, postea in oleo, frigitur.»
Es decir, una fina masa de pan amasada con agua, extendida y frita en aceite.
Haremos así las hojuelas monterrubianas.
Se baten dos huevos con un chorro de aguardiente y un poco de aceite y sal (una pizca); después, poco a poco, se incorpora harina de trigo, amasando con las manos, hasta lograr una masa fina, homogénea, compacta y «brillante».
Reposa durante una hora y se estira con el rodillo formando una lámina delgada.
De ella se cortan tiras alargadas o pequeños círculos, que fríen en abundante aceite bien caliente. Se retiren, escurren y espolvorean con azúcar.
NOTA
Recuerden el viejo dicho «omo miel sobre hojuelas».
Pues eso, cúmplanlo.