LAS JUDÍAS DE TOMASELE
Abr 14 2019

POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)

Anda este humilde Cronista que suscribe entre preocupado y ofuscado; mosqueado y enfurruñado; saturado y ofendido. Vamos, que no entiendo muy bien el debate que se ha construido en los últimos tiempos acerca de la despoblación. Parece ser que ahora nos damos cuenta de que el interior peninsular está convertido en un erial. Incluso le ponemos nombres de esos que triunfan en las redes sociales, que usamos para hacer camisetas y que nos da pie a organizar fiestas políticas y reivindicaciones vacías de todo punto. “La España Vaciada” les ha dado por llamarlo, como si hubiera un culpable de vaciarla. Como si fuera posible encontrarlo para solucionar tal dislate.

Y no piensen que es algo nuevo. En realidad, eso de buscar culpables es a lo que se llevan dedicando los políticos españoles los últimos doscientos años. En concreto, desde que una élite oligarca, aristocrática y controladora de lo financiero, tomara la decisión de constituir un nuevo régimen en este País, llamándolo Estado Liberal; hablando de parlamentarismo y reparto del poder, cuando, en realidad, estaban perpetuando las redes clientelares previas al advenimiento del citado estado. Fue morirse Fernando VII y empezar las excusas, perdón, la búsqueda de culpables para solucionar los problemas que el propio sistema había creado.

Y hasta hoy con esta milonga de la España Vaciada. No hace falta pensar mucho para comprender que no se trata básicamente de un problema de movilidad, de recursos, de contingencia geográfica. Como bien les podría explicar mi buen amigo y geógrafo de postín, Luis Carlos Martínez, este vaciado tiene que ver, entre otros factores aglutinantes, con el envejecimiento de la población. La realidad es que nadie ni nada vacía el centro de la península. Somos nosotros mismos, desde haca más de tres generaciones, que venimos reduciendo nuestra reproducción, llegando ya a límites alarmantes.

Tampoco crean que somos los únicos: dense un paseo por Dinamarca y demás países escandinavos. Andan todavía peor. Y allí no preparan saraos con lemas propios de Twitter, que hasta allí ha caído la inteligencia política española.

Nos hacemos viejos, queridos lectores, y no hemos alimentado suficientemente nuestro legado, de modo que no hay españoles de sobra para ocupar todo el espacio. Cada vez somos menos y, dominados por una extraña furia que nos aleja de la realidad, rechazamos la llegada masiva de inmigrantes, no sea que nos cambien las costumbres como ya hicieran fenicios, griegos, romanos, cartagineses, suevos, vándalos, alanos, visigodos, árabes, beréberes, francos, sajones y demás turistas constructores de la realidad española actual.

Aunque todo esto, mi enfurruñamiento, puede deberse a que mi querido Tomasele Artola se esté haciendo mayor. El otro día me comunicaba que ya no haría más judiones. Que la tierra de Tomás Serrano ya no produciría mas joyas blancas del Paraíso. Ni siquiera su cuñado, Pedrín Marcos, va a seguir con la labor. Y nadie parece que le sustituirá. ¿Qué va a ser de mí? ¿Dónde conseguiré los judiones de Tomasele? ¿Qué ocurrirá con las varas secas del pinar? ¿Ya nadie subirá a la majada del Peñote, a la Pradera de los Soldados, a por las varas? ¿Languidecerán los pinos secos sin que nadie los reutilice? ¿Acabará la simbiosis entre pinar, habitantes del bosque y devoradores de judías? ¿Tendré que poner una queja formal ante la Sra. Juani Gómez para que meta en la vereda de las judías a mi amigo?

Lo cierto es que este drama del envejecimiento es el que debemos atajar. Necesitamos jóvenes para las ciudades, para los pueblos, para desarrollar todos los recursos posibles. Para que la vieja España rebose de juventud, sea de donde sea, y que, a ser posible, sea en España.

Por lo que a mí respecta, seguiré expectante, deseando que la tendencia cambie y los jóvenes vuelvan al corazón del país. Y, sobre todas las cosas, esperando que Pedro Antonio Gómez Benito, Enrique Bellette Puente o mi querido Joaquín gasten un año de vida cada tres o cuatro míos. Bien alimentados, eso sí, con judiones del Paraíso.

Fuente: http://www.eladelantado.com/

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