POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
La lucha contra la muerte, que no era sino una lucha contra la enfermedad, se desarrollaba en un doble frente: la prevención y la curación. Con diferentes disposiciones, las autoridades municipales intentaban aminorar las situaciones negativas anteriormente descritas. La más importante que se puso en práctica fue: la formación de una Junta Local de Sanidad que canalizaría todas las disposiciones, encargándose de estudiar cada situación, para adoptar las soluciones más convenientes.
PROHIBICIÓN DE LOS ESTERCOLEROS
Evitar que la suciedad se acumulara en las calles, prohibiendo la formación de estercoleros, y el arrojar animales muertos a ellas. En este sentido se acordaba en las normas de buen gobierno: “Que el estiércol no se haya de tener en la calle y calleja más tiempo que el necesario para trasladarlo fuera de la población bajo la multa de dos ducados por primera vez y doble por segunda vez”. Junto con la prohibición del lavado de ropas, la aproximación de los animales a los pozos públicos. Sin embargo la eficacia de todas estas disposiciones hay que ponerla en tela de juicio, ya que cuando aparecía alguna epidemia en la región o en la comarca no se conseguía impedir la entrada de ésta en la villa.
La contaminación de las aguas, las zonas pantanosas, representadas en charcas y arroyos, que durante el verano tenían sus aguas estancadas, son el caldo de cultivo para la aparición de insectos y gérmenes patógenos, los cuales harán que las enfermedades como las calenturas (tercianas y cuartanas), dentición y aquellas relacionadas con el aparato digestivo (gastroenteritis, colitis y diarreas) tengan una mayor presencia, especialmente el cólera morbo y el tifus. Unidas a ellas las endémicas como el sarampión, viruela, escarlatina y parótidas, haciendo que en la población infantil la muerte impacte más que en la adulta.
Los mendigos, causantes en muchas ocasiones de la traída de epidemias, por su actividad de transeúntes, contaban con un centro para su asistencia, aunque en la época tratada el hospital de pobres contaba con dependencias muy anticuadas y una economía muy precaria, para asistir a los indigentes del momento. Si las medidas preventivas no eran las más adecuadas, tampoco los enfermos de la villa encontraban en la asistencia médica la solución a sus males.
CAUSA DE LA MUERTE EN PUEBLA DE LA CALZADA 1839-1850
Para una mejor distribución he dividido las enfermedades y causas de la muerte que los anotadores parroquiales inscriben en cinco apartados: Enfermedades infecciosas, a la vez subdivididas en: Aparato digestivo, las encuadradas en diarreas, cursos, disentería, enterocolitis, gastroenterocolitis, fiebres tifoideas y tifus (tabardillo). Aparato respiratorio, aquellas correspondientes a bronquitis, difteria (garrotillo), pulmonía (dolor de costado y pecho) y tuberculosis (afecto al pecho, apostema en el pecho, inflamación del pecho, inflamación del pulmón, tisis). Otras infecciones: en esta subdivisión entran las calenturas (continuas, inflamatorias, pútrida), gangrena, carbunco, meningitis (calentura nerviosa), paludismo (cuartanas, tercianas, intermitente perniciosa, bazo, inflación del bazo, calentura maligna), parótidas, sarampión, escarlatina, viruelas y erisipela. Fallecieron en este apartado 186 adultos y 285 párvulos (471 óbitos)
Otro apartado es el relacionado con las enfermedades sin un claro carácter infeccioso, a la vez subdividas en las de Aparato digestivo, como los cólicos, dentadura (boca, dientes, dentición), dolor de vientre o estómago, hinchazón o inflamación de vientre y úlcera de estómago. Aparato respiratorio, que engloba a las anginas, inflamación de garganta, asma, catarro, constipado, resfriado, tos y falta de respiración. Se registran 42 defunciones de adultos y 54 párvulos (96 óbitos).
Un tercer apartado integrado por las enfermedades cardiovasculares y del sistema nervioso central, formadas por el accidente nervioso, apoplejía (accidente apoplético) ataque al cerebro, cabeza, epilepsia (accidente epiléptico, calentura convulsiva), perlesía (accidente perlático), presión del pecho, histerismo, repentina y sincope. (Fallecidos: 50 adultos y 46 párvulos). Los traumatismos conforman otro apartado, en los que se incluyen las muertes de tipología violenta: ahogados, asesinados, balazo, caída, por el rayo de una tormenta, atropellados por un carro, (19 adultos y 11 párvulos).
Por último aquellas defunciones a las que hemos denominado como otras causas, muerte natural, vejez, achaques, parto o sobre parto, cáncer, calentura biliosa, ictericia, al nacer, debilidad, inapetencia, desgana, desnutrición, hidropesía, hernias, pobreza o miseria, reumatismo. (48 adultos y 73 párvulos).
Se registraron en el período estudiado (1839-1850) un total de 766 defunciones (345 adultos y 421 párvulos). De estas cifras, 402 fallecimientos que representan el 52,48% sobre el total de las defunciones registradas, desde el nacimiento hasta la edad de cuatro años, produciéndose una gran criba en la expectativa de la supervivencia de vida. Una segunda selección se plantea para los que tienen entre veintiuno y treinta años. Manteniéndose una continuidad en los porcentajes para los que fallecen entre edades comprendidas entre los cuarenta y ochenta años, con un total de 188 defunciones, a las que corresponden un 24,79%. No obstante vuelvo a incidir que desde el nacimiento hasta la edad de siete años fallecen un 54,96% del total de los registrados, 421 inscritos.
Diez años después, en 1860, dos eran los médicos que había en Puebla de la Calzada, Francisco López Espejo, que vivía en la calle Nueva y José Romero, en la calle Puerto, si bien, éste último figuraba como cirujano. Junto a ellos aparecen dos sangradores, Manuel Amantes y Fernando González. Los pacientes acudían a remediar sus males a la botica de Francisco Yerto en la calle Silos. Los enfermos pobres, transeúntes y menesterosos, buscaban cobijo y socorro a sus necesidades en el Hospital de Caridad que había sobrevivido a las Leyes Desamortizadoras, ejerciendo su ejemplar labor de caridad y beneficencia. La encargada del establecimiento hospitalario era María Herrero, una leonesa natural de San Román de la Cuba de Campos.
MONTIJO. UN CONVENIO CON LOS SEGADORES. AÑO 1871
El atraso en el que aún estaba inmersa la medicina de la época, y el escaso número de profesionales que la ejercían, eran las causas de esta situación. Los productos habituales de consumo no aportaban todos los componentes que el cuerpo humano necesitaba. La dieta alimenticia estaba muy desequilibrada, de mala calidad, generalmente escasa, y ocasionalmente inexistente, perjudicando a los mecanismos de defensa del cuerpo, hasta eliminarlos o hacerlos inútiles ante los gérmenes patógenos. El paludismo, difteria, tuberculosis, sarampión, viruela, escarlatina, hidropesía, o una simple calentura, se adueñaban del individuo, ocasionándole la muerte.
La escasez de los cereales (trigo) en años de crisis agrarias, obligaban a los vecinos a comer cualquier cosa. El pan y el aceite constituían la base de la nutrición. Cruzando otras fuentes documentales, he localizado un convenio, firmado en Montijo, en 1871 con los segadores, donde se contempla el salario y lo que han de comer: “Principiamos la siega el quince de mayo, ganan doscientos cuarenta reales, que se ganan toda la cosecha, comida, un cuarterón de tocino; o media libra de carne el día que se le ponga con medio cuarterón de tocino, pan y medio, la medida chica de aceite cada hombre, sal y ajos y media libra de garbanzos”.
Dos años después del acuerdo del convenio descrito, los documentos hablan de la presencia del Sagrado Corazón de Jesús gestionando el Hospital de pobre Jesús Nazareno, a solicitud del Ayuntamiento de Montijo.
SITUACIÓN CALAMITOSA EN LOBÓN. AÑO 1874
Las fuentes civiles, en este caso las municipales, nos ofrecen el estado delicado al que llegó la sociedad de aquel momento y las convulsiones que produjo. El 18 de septiembre el Consistorio municipal celebra una sesión extraordinaria, en la que se da cuenta de una solicitud presentada por los vecinos que piden el rebaje en el pago de los impuestos ante el año calamitoso: “La Corporación Municipal ve con dolor la situación triste de sus administrados: ve a éstos emvueltos en la miseria, a los hacendados agotados sin recursos y sin poder ocupar a la clase sirviente, y sin ganados en la mayor escasez por la falta de pasto; a los labradores sin grano y sin paja para sus caballerías, único sostén de las faenas campestres a que están dedicados; a los jornaleros sin jornal y sin esperanza de tenerlo, recorren las calles y cuando se restituyen a sus casas ven con dolor a sus hijos llorar por pan y se les rompe el corazón biendo que no pueden suministrárselo; y todos en fin desean enagenar ya una casa, ya una tierra y ya cualquier cualquiera objeto, aunque le sea necesario para su tráfico y no encuentran quien se lo compre, y por último ven acercarse a sus respectivos domicilios al delegado del Banco a pedir sus contribuciones, y como carezcan de medio se les embarga lo que puede, de modo que se les aumenta su desgracia”.
Ante esta situación los regidores municipales acordaron por unanimidad elevar la referida solicitud, con certificación literal del acuerdo, a la Diputación Provincial, para que a la vez ésta lo eleve al Gobierno de la nación “a fin de que en vista de las justas razones que en ella se esponen y que se ratifican en el presente, se sirva relebar a este pueblo del pago del cupo de Territorial del presente año económico, y en el entrante tiene lugar este estremo, mande retirar al Delegado del Banco a que suspenda la acción agenciatiba contra los contribuyentes por referido impuesto”. Era médico-cirujano de la villa Juan de Dios Fernández.
CALLES MAL EMPEDRADAS Y SUCIAS
La situación higiénico-sanitaria fue determinante, en buen grado, para la aparición de condicionantes en el desarrollo de enfermedades y epidemias. Muchas zonas de la población servían de basureros y vertederos, apenas existía red de saneamiento, las calles poco empedradas y sucias por los excrementos de los animales y las inmundicias que sobre ellas se arrojaban eran verdaderos focos de infección muy perjudiciales para la salud pública.
El agua empleada para la higiene y el consumo provocaba la extensión de enfermedades que encontraba en ella una importante vía de difusión al surtirse el vecindario de aguas insalubres. En las casas, algunas habitaciones no tenían ventilación directa, solían vivir dos y tres familias en la misma casa, causando un problema de hacinamiento. Muchas viviendas contaban en sus corrales con graneros y pajares, alojándose los animales que se utilizaban en las labores agrícolas, aves de corral y cerdos, conviviendo así el hombre con éstos, siendo muy frecuentes los estercoleros. Otra incidencia negativa eran las aguas estancadas que proliferaban por la población.
Los productos habituales de consumo no aportaban todos los componentes que el cuerpo humano necesitaba. La dieta alimenticia era desequilibrada, de mala calidad, generalmente escasa, y ocasionalmente inexistente, perjudicando a los mecanismos de defensa del cuerpo. Junto a ello, los enfermos no encontraban en la asistencia médica la solución a sus males.
SANITARIOS EN MONTIJO, AÑO 1884
La medicina la ejercían, Eduardo Llano Jalees (calle Peñas), Esteban Amaya Moro (calle Santa Ana), Alonso Piñero Salguero (calle del Pozo), Narciso Santé Gutiérrez (calle Cárcel). Dos eran los licenciados en Farmacia, Hermenegildo Bautista Guzmán (calle Cárcel) y Mariano Díaz (calle del Pozo). Cuatro eran los sangradores, Miguel Tejada Cabezas (Campo de la Iglesia), los hermanos Luis y Vicente Melara Fernández (calle Cárcel) y Alonso Gragera Rodríguez (calle Cárcel). Teresa Bueno era la matrona (calle Conde), y Francisco Martín Martín (calle Porras) ejercía de veterinario.
Ese año los montijanos fallecían de tuberculosis, bronconeumonía, pulmonía, gastroenteritis, tifoideas e infecciosas, en los adultos. La causa de la muerte de los párvulos era: gastroenteritis, enteritis, enterecolitis, meningitis y fiebres infecciosas.
NOTA. La fotografía corresponde a la parte inferior del exvoto pictórico del “Cólera Morbo”, pintado por el zafrense José Antonio Álvarez. Se conserva en la ermita de Ntra. Señora de Barbaño, Patrona de Montijo. Se trata de una vista parcial de Montijo en el siglo XIX, año 1863.
Los textos que ahora ofrezco, pertenecen a varios trabajos de investigación que he realizado y publicado en libros, Jornadas de Historia, Coloquios y artículos en revistas especializadas.