POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
La «Matraca» también llamada «carraca» es un instrumento de percusión que consta de un tablero macizo de madera, al que se le adosan unos martilletes metálicos, en algunos casos pueden ser de madera.
En uno de los extremos lleva un asa que sirve de agarradero, para poderla sujetar con fuerza y seguridad. Una vez asida por el mango por «el matraquero», se hacen girar los martilletes metálicos y, de esa forma; al impactar contra la madera, se produce un ruido especial cuyo sonido es proporcional a la intensidad de los impactos sobre la madera.
Aquí en mi pueblo se hacía sonar en la iglesia, durante la Semana Santa, tras la muerte de Jesús en Jueves Santo, hasta el día de su Resurrección; periodo de tiempo en el que las campanas y campanillas quedaban en silencio.
Tanto José Muñoz Martínez, como Antonio Rodríguez López párrocos del pueblo en aquellas fechas, nos indicaban cuando debíamos salir con la matraca, haciéndola sonar por el pueblo, con el fin de que los feligreses, estuvieran al corriente de las misas y Oficios de Semana Santa.
En mi época de monaguillo, desde el año 1946 al 1949, revestidos con nuestro atuendo de acólitos, salíamos por parejas a darle a la matraca por las angostas calles del pueblo, con el fin de relevarnos en la tarea; ya que teníamos que realizar gran esfuerzo para que sonara bien la matraca.
Era curioso comprobar cómo los niños pequeños seguían a los matraqueros como verdaderos fan: para ellos, sin lugar a dudas, era una fiesta callejera. Sí, disfrutaban de lo lindo. Cuando, yo era un poco más pequeño, hacía lo mismo.
Las personas mayores, sobre todo las mujeres, se asomaban a las puertas de su casas, con el fin de escuchar los originales sones de la matraca y el bullicio de la gente menuda.
Al mismo tiempo preguntaban que toque era y para que Oficio Eclesial, teniendo en cuenta que el recorrido lo teníamos que efectuar tres veces seguidas; porque tres eran los toques separados por 15 minutos, para cada uno de los actos religiosos. Tras darles cumplida respuesta, continuábamos adelante, según el itinerario establecido por dichos Párrocos. De esa forma, regresábamos a la puerta de la iglesia y reanudábamos, el pasacalle siguiente.
Se daba la circunstancia de que como el pueblo está edificado en la ladera de la montaña, la calle Mayor era muy larga y apenas nos daba tiempo para regresar e iniciar el toque siguiente.
Este ritual en la parroquia de San Bartolomé, que comenzó a ser tradicional desde finales del siglo XVIII, gracias a los sacerdotes Francisco Piñero Yepes y Miguel Tomás Vicente, ha desaparecido hace varias décadas.