POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ).
Hoy llamo a la memoria bajo la sombra de las moreras, en estos días de la segunda quincena de mayo, que en sus contrastes camina hacia los calores de los días eternos. Sus hojas verdes constituyeron el alimento básico de nuestros gusanos de seda. Rito hermoso concentrado en una caja de cartón que daba cobijo y alojo a huevos, larvas, capullos y mariposas. Bajo el régimen general de autónomos ejercitamos, sin apenas percatarnos, nuestro primer empleo, el gratificante y productivo oficio de la sericultura. Quehaceres, afanes, juegos saludables y competitivos, ya que se organizaba toda una pugna sana para ver quién cosechaba más capullos de seda.
Porque somos, como afirma José Saramago, “la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos. Sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizás no merezcamos existir”.
Mayo camina a las fiestas que nos esperan. El último domingo será la Ascensión, cuando se celebraba en jueves, brillaba más que el sol. Luego Pentecostés, con romeros y rocieros que harán el camino y llegarán a la aldea almonteña, tras dos años sin poder hacerlo. El misterio de la Santísima Trinidad, donde la Iglesia da gracias por la vida contemplativa que habita en los conventos de clausura. Y pasado mediados de junio, colgaduras en los balcones, para encontrarnos ante una custodia de Corpus, flor, cera y romero; con la blancura de los trajes de chicos y chicas de primera comunión.
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