POR ANTONIO BOTIAS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Creyeron que la fin del mundo, que en Murcia siempre se invocó en femenino, había llegado. Y no les faltaba razón. Sin electricidad ni agua potable, árboles derrumbados sobre las calles, tejados hundidos y heridos, muchos heridos. Y todo porque una espesa capa de nieve, que en algunos lugares alcanzó el metro de altura, había cubierto la ciudad. Sucedió en 1926 y aún hoy se considera la más terrible nevada que se recuerda.
Y eso que se recuerdan otras muchas.
Para no ahondar demasiado en el pasado, las crónicas del siglo XVII ya consignaron la fecha del 27 de enero de 1681, cuando una tempestad de nieve arruinó gran parte de la vega murciana. O aquella del 4 de junio de 1755, la más curiosa de toda la historia y que, casi en pleno verano, cubrió Carrascoy con un blanco manto.
Sin olvidar que otra nevada en 1802 causó el hundimiento de muchos tejados en la capital. En los pozos de nieve de Sierra Espuña se recogieron hasta 2.000 toneladas, el suministro de dos años.
En otras ocasiones, porque el tiempo murciano es tan paradójico como el resto de cosas que conforman nuestra idiosincrasia, llegó a nevar en abril. Eso sucedió en 1910. El genial periodista Martínez Tornel, en su columna titulada ‘Diario de Murcia’ en el periódico ‘El Liberal’, notició que «ayer [día primero del mes] amanecieron nuestras próximas sierras de coso blanco», en recuerdo de la fiesta en que los murcianos ricos se vestían de ese color para dar vueltecitas en carrozas, más o menos.
Las ramas de los árboles, junto a los tendidos eléctricos, comenzaron a desplomarse en 1926
Tornel se sorprendía de que nevara «cuando todos los frutales de nuestra huerta están en sus primeros y tiernos brotes, cuando el inmenso moreral está echando las más tiernas hojitas, que han de alimentar a los gusanos de la seda». Y advertía de las consecuencias que el temporal podía acarrear a la huerta. «El consuelo que nos queda es que en ocho días hará calor», concluía el recordado murciano. Paradojas, como leen.
Otra espectacular nevada cayó en la madrugada del 2 de enero de 1914 y se extendió hasta entrado el mediodía. A la nieve sucedió un brusco descenso de la temperatura que la convirtió en hielo, provocando muy diversas calamidades, lo que constituyó «uno de los azotes más grandes que ha conocido» la huerta, como recordaría años más tarde ‘El Liberal’.
Primer día de Pascua
Si alguna nevada merece el adjetivo de histórica, sin duda y porque la del 18 de enero de 2017 nos queda aún cerca, fue la caída sobre Murcia en la Navidad de 1926. La nieve apareció a las 23.30 horas del día 25. Muchos se apresuraron a celebrar el fenómeno, creyendo que era pasajero. Sin embargo, el amanecer reveló un panorama increíble.
Todas las calles tenían una capa de nieve que alcanzaba los 30 centímetros de espesor, los mismos que presionaban los tejados de numerosas viviendas. Pero al tratarse del primer día de Pascua, los afectados no encontraban obreros que les ayudaran a descargar tanto peso.
Algunos, incluso, acudieron al ayuntamiento para que les «facilitaran nombres, cuyos jornales serían pagados por ellos; más todo fue en vano. En la Casa del Pueblo no había más que dos guardias de servicio», denunciaron los periódicos.
La situación empeoró el domingo: la nieve aguantaba el deshielo. Las ramas de los árboles y los tendidos eléctricos comenzaron a derrumbarse sobre calles impracticables. El alumbrado público y el de los hogares, el teléfono y el telégrafo dejaron de funcionar. También se interrumpió el suministro de agua. El ficus de Santo Domingo, aunque apuntalado, dejó caer algunas ramas. Un desbarajuste.
Ya entrada la noche volvió a nevar, «haciendo que la nieve, tanto en las calles como en las terrazas, alcanzara una altura de gran consideración», como señalaba ‘El Liberal’.
En algunos lugares incluso el metro. «La ciudad quedó convertida en un cementerio desde las últimas horas de la tarde». Las cosechas de naranjas y hortalizas se perdieron. Los daños a la agricultura se cifraron en 150 millones de pesetas. El tranvía, como el resto de carruajes, suspendió sus servicios.
Hasta el pan escaseaba
Al llegar el lunes, no se instalaron los puestos en la plaza de abastos y hasta el pan escaseaba porque algunas panaderías funcionaban con hornos eléctricos. Un desastre, vamos. Aún hoy, ninguna nevada ha sido tan intensa como aquella.
A comienzos del mes de febrero de 1942 retornó la nieve a cubrir la ciudad. Y vino a hacerlo un domingo, lo que animó a muchos a salir a las calles,
abundando las caídas casi tanto como las subidas a la torre de la Catedral «para gozar de la belleza del panorama», como destacó el rotativo ‘Línea’. Jardines y calles nevadas donde apenas se registraron incidentes, como un par de árboles que se desplomaron en Ronda de Garay.
Aquel temporal también causó problemas en el suministro de hortalizas y verduras a los mercados murcianos.
En febrero de 1956 se produjo una sucesión de invasiones de aire polar y ártico siberiano que en Murcia hicieron descender los termómetros hasta -3,4 grados. Este episodio también está considerado como uno de los históricos fríos en la serie cronológica. a nieve no se hizo esperar muchos años. El 18 de enero de 1957 volvía a repetirse el prodigio en la ciudad, que se cubrió de un manto blanco, aunque la lluvia pronto lo hizo diluirse.
La temperatura mínima registrada aquel día fue de -1,4 grados a las nueve de la mañana. A las cuatro de la tarde, la máxima no superó los 3,4 grados. Los diarios llegaron a titular que el mercurio había caído hasta los cinco grados bajo cero. Aunque la nieve no volvería a caer con gracia en la ciudad hasta marzo de 1971. Y luego, por todo lo alto, el 13 de febrero de 1983.
Fuente: http://blogs.laverdad.es/lamurciaquenovemos/2018/02/03/las-nevadas-de-la-fin-del-mundo/