POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
La Virgen de las Gracias, en la portada de la Catedral, cuya malla se apoya destrozada a la altura de las rodillas y el pecho y es pasto de los excrementos de decenas de palomas.
A los retrasos administrativos y a la indiferencia popular, tradicionales acicates para la desaparición del patrimonio histórico, se suma un enemigo igual de silencioso, aunque más pestilente y brutal. Se trata de los ácidos excrementos de las palomas que, en los más diversos monumentos de la ciudad, horadan minuto a minuto aquellas piedras labradas que son orgullo de generaciones. Y en unos casos lo hacen porque las redes que las separaban del espléndido barroco murciano se desprendieron por el paso del tiempo. O bien porque ni siquiera se tuvo la precaución de colocarlas.
Este último es el caso de las tres esculturas -el Salvador, San José y San Francisco- que presiden la portada barroca de la iglesia desacralizada que perteneció al antiguo convento de Verónicas, junto al mercado del mismo nombre. Allí, cada cierto tiempo colocan una grúa para instalar los carteles publicitarios de las exposiciones que acoge el templo. Pero, aunque está a la misma altura y costaría lo mismo el alquiler de los andamios, nadie extiende una red que impida a las aves posarse sobre la delicada piedra de la portada.
Pero no es un caso aislado. Por ejemplo, la falta de redes en el mismísimo imafronte de la Catedral. Y no en cualquier sitio, sino en la gran exedra central, sobre la puerta del Perdón. En ese espacio se encuentra a merced de las palomas la titular del templo, la Virgen de las Gracias, que fue representada rodeada de ángeles y arcángeles… plumas y excrementos. Una porción de la antigua red reposa, como el Niño Jesús, en las rodillas de María.
Mientras el sol y las inclemencias meteorológicas cuarteaban las redes, la decisión de colocar alargados pinchos en algunas cornisas y esculturas tampoco parece que ha dado el resultado que se esperaba. De hecho, las palomas han llegado a componer sus nidos sobre esas púas afiladas.
Hosteleros molestos
Hace ahora tres años se colocaron cinco jaulas-trampa en los tejados del primer templo de la Diócesis para reducir el número de estas aves. Entre 2.500 y 3.000 ejemplares, en opinión de los expertos, es el número adecuado para que no provoquen problemas en la urbe. Las jaulas de la Catedral, junto a la falta de árboles y sombra en la plaza, permitieron reducir el número de ejemplares. De hecho, los hosteleros de la zona reconocen que, «salvo ensuciar los toldos, no molestan a la clientela».
No todos tienen la misma suerte. Algunos empresarios del sector, como lamenta Manuel Blaya, del quiosco del jardín de la Pólvora, ya no saben qué hacer ante semejante plaga. «Se suben a las mesas y picotean la comida, incluso cuando hay clientes aún sentados», advierte Manuel, quien señala que hace un par de semanas avisó a los técnicos municipales de Zoonosis «y vinieron sin demora a capturar a algunas. Pero ya han regresado otras».
No resulta extraño. Determinar cuántas palomas viven en la ciudad es complicado si se tiene en cuenta que se multiplican de forma incesante. Y eso no es lo peor. Cada ave produce al año unos 12 kilos de excrementos que, en muchos casos, se depositan sobre esculturas.
Las heces, debido al ácido que contienen y su acumulación, provocan la prematura corrosión y oxidación en edificios, estatuas y otros monumentos. A eso se suma, por si fuera poco, que la piedra caliza empleada en muchos monumentos comienza a deteriorarse en cuanto se pone en contacto con la palomina.
Revisiones periódicas
Desde la Consejería de Cultura señalan que «se realizan limpiezas periódicas y la última se efectuó este verano». Además, aseguraron que «durante la semana pasada» los técnicos inspeccionaron «las cubiertas» de los edificios «y determinaron que la próxima limpieza podía efectuarse más adelante», aunque no descartaron actuar en aquellos lugares donde sea necesario. Otras fuentes de Cultura señalan que el único remedio eficaz contra las palomas «es colocar grandes redes que impidan su paso. Y luego vigilar que se mantienen en condiciones». La colocación de las mallas en la Catedral, hace ya varios años, ha evitado que esos animales permanezcan durante todo el día posados sobre el imafronte.
Ahora, en pocas semanas, lo han convertido en un hogar de lujo que, poco a poco, comenzará a deteriorarse si nadie lo remedia.
Fuente: http://www.laverdad.es/