LAS RAÍCES DE LA SEMANA SANTA
Mar 24 2024

POR SANTOS BENÍTEZ FLORIANO, CRONISTA OFICIAL DE CÁCERES

En el siglo IX, la Iglesia estableció con carácter universal que la Resurrección del Señor debía celebrarse en el primer domingo siguiente al plenilunio posterior al 20 de marzo. Fijada así la conmemoración gloriosa y con arreglo al relato evangélico, situó en ellos la conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Así fue como nació la Semana Santa.

A finales del siglo XIX se descubrió en un monasterio italiano un manuscrito que se llamó ‘Itinerario’, firmado por una mujer llamada ‘Eteria’ o ‘Egeria’, que describía un viaje a lo que hoy llamamos Tierra Santa, que la protagonista realizó durante varios años del siglo IV. En él describía la liturgia ‘jerosolimitana’ de la Semana Mayor, que es como llama a la Semana Santa, explicando el origen de algunos ritos que se conservaban, pero sin saber exactamente de dónde venían.

Es emocionante que sigamos celebrando la misma liturgia de la Iglesia de Jerusalén después de tantos siglos, la cual también está cargada de notables expresiones de piedad popular.

España fue uno de los lugares del mundo cristiano que acogieron la Semana Santa con un mayor entusiasmo y con un más encendido fervor. Precisamente aquí, la doctrina de Jesucristo fue escuchada en las primicias evangélicas, por las predicaciones de Santiago y de San Pablo, prendiendo bien la semilla de la fe a lo largo de los siglos. Y Cáceres es un ejemplo claro de ello.

Se tiene conocimiento de que las procesiones comenzaron ya en la Edad Media. Tenían éstas sus antecedentes cristianos en los cortejos fúnebres que se organizaban para dar sepultura a los cuerpos de los mártires, y para la traslación de las reliquias. Más tarde, una vez lograda la paz en la Iglesia, se organizaron las de letanías,

Que tenían carácter propiciatorio, gratulatorio u honorífico. Y, por último, ya instituida la Cuaresma, las de las Estaciones de Penitencia, que tenían peculiarmente un carácter expiatorio.

Eran procesiones como actos de fe, donde acudía el pueblo entero, presidido por el clero, realizando penitencias, desfilando en ellas largas filas de disciplinantes, entonando lamentaciones y salmos, implorando perdón y confesando culpas. Pero en ellas no desfilaban imágenes al estar en vigor las disposiciones del Concilio Nacional de Elvira, que en su Canon XXXVI había prohibido el culto de las imágenes.

Si España sirvió tan firmemente a la Fe de Cristo, era natural que entendiese mejor que ningún otro pueblo el drama de la Redención, comprendiendo que no era suficiente el templo. Allí estaba el Crucificado, abriendo sus brazos a los fieles; allí estaba su Madre, llorosa, arrebatada al pie de la Cruz… Pero hacía falta un dinamismo más dramático.

El correr de los tiempos, siglos XVI y XVII, exigía ese ritmo, porque el signo del Imperio presidía todo. Era preciso ensanchar la fe, se necesitaba que Cristo muriera a plena luz, entre gemidos y gritos de las muchedumbres, para que viviera para siempre en el alma de cada hombre.

A partir del Concilio de Trento (1.545-1.563) las imágenes salen a la calle procesionalmente, debido al auge que cobran las hermandades penitenciales.

La fe, hondamente sentida en el interior de la persona, se concretó en la ‘cofradía’, en la reunión piadosa de un grupo social que se proponía honrar con su devoción a una imagen o a un misterio de la Pasión de Cristo. Eran las cofradías de Luz y de Sangre. El cofrade quería dar pruebas públicas de que oraba en la Pasión del Salvador y hacía penitencia.

El siglo XVII es el período culminante de la Semana Santa Española. En él, el espíritu cofradiero, que ya había aparecido entre nosotros en el siglo XV, comienza a desarrollarse y con él se intensifica la manifestación cultural de las procesiones, que se revisten de una gran importancia y de una gran solemnidad.

La Semana Santa fue desde entonces un gran movimiento popular que se extendió rápidamente por toda España, surgiendo como la manifestación colectiva de un sentimiento unánime de nuestra religiosidad popular, como una necesidad espiritual incontenible de proyectar las vibraciones, ante el recuerdo de la gran tragedia.

En Cáceres se tiene constancia documentada de celebrar desfiles procesionales ya desde el año 1609; procesiones con imágenes que recorrían las calles empedradas de la vieja villa, para orar ante los sagrarios de las distintas parroquias, donde se entonaban los salmos Miserere.

Las Cofradías Cacereñas, desde hace siglos, han contribuido con sus emotivos recorridos a que puedan presenciarse unos actos verdaderamente impresionantes, un espectáculo que cautiva el corazón de los católicos. Porque además de los itinerarios emocionales (especialmente los que se desarrollan por el marco incomparable del Cáceres viejo y señorial, por ese Adarve de la ciudad amurallada que embelesa y que nos transporta a Jerusalén), las cofradías cacereñas cuentan con imágenes, pasos y tronos de una gran riqueza, que es justo pregonar y divulgar por todos los vientos para que se sepa del valor de la Semana Santa de Cáceres.

Hablamos de una fiesta que ha adquirido el reconocimiento de Interés Turístico Internacional desde el año 2011, con una solera indiscutible en los anales hispanos, que mantiene procesiones tradicionales que son el orgullo externo de los días santos.

FUENTE: https://www.elperiodicoextremadura.com/caceres-local/2024/03/23/raices-semana-santa-99827133.html

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