POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)
En el ambiente festero de la Navidad, resaltan los quioscos de la prensa, como cuadriláteros mágicos del ensoñamiento ciudadano y sus ganas de saber. No sabemos lo que pasa y “nos pasa” de verdad hasta que alguien nos lo cuenta, con pelos y señales, semen o sangre, sobres u obras en B, como en el caso Asunta o en el caso UGT de los ERE de Andalucía (y alrededores), malversación contra el trabajador aparte, en medio de una zambra sevillana de mariscos. Báilenle el agua, o mejor, el vino sanluqueño.
Ese alguien es el periodista, todo él, en cuerpo y alma, afanado en la profesión intermitente de informar, comentar y darle la luz de la inteligencia al pueblo ¿soberano?, para que forme su opinión y decida en consecuencia. En esas estamos, con dolor de parto o aborto, un día sí y otro también. (Aunque Gallardón parece haber cerrado el grifo de la ley herodianoinfanticida). Paso.
Pero Cataluña nos trae a mal traer aún, suspendidos entre si la burbuja del champán separatista se disipa o se mantiene enhiesto y retorcido góticamente alzado como el templo de la Sagrada Familia. Sagrada familia indisoluble no hay más que una, y es la nación española. Además de la del divino Pesebre, claro, que es la que nos salvó del desastre en que acabó el Paraíso terrenal. A ver, a ver, las cosas claras, y el chocolate espeso para todos. ¿No os parece?
El primer periodista occidental, tal como lo entendemos todavía, fue el ángel Gabriel –santo él- que anunció a María Santísima y al mundo entero el nacimiento del Niño Dios redentor y conciliador. ¡Ole la Pax, no sólo romana, sino universal! Luego llegarían los evangelistas, los historiadores y los comentaristas de toda laya y condición –izquierda, derecha, centrocampista…- que difundieron la noticia salvadora, hoy por hoy un pelín difuminada, a pesar de las proclamas del Papa Francisco. La nave va.
Me he ido por las ramas de la vida en este artículo celebratorio de las bondades de los quioscos y quisiera insistir en su función social comunitaria: De comunión, digo, que es fortaleza.
La casa o palacio de papel que son los libros, los álbumes, los periódicos y las revistas nos cobijan del frío y la soledad de la insolidaridad. Ellos nos dan de todo: sociedad, cultura, deportes, gastronomía, economía, política, viajes, loterías, tiempo, crucigramas…Y esquelas.
Veo el escaparate de las “primeras planas” y se me hacen los ojos chiribitas.
-¿Me da EL ADELANTADO DE SEGOVIA, por favor?
-Tenga usted.