POR EDUARDO JUÁREZ, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
No hay nada más gratificante que encontrarte una fuente en el pinar de Valsaín. Que la naturaleza te brinde la posibilidad de enjuagar tu sudor con el agua filtrada desde los riscos, no tiene precio. Cuántas veces habré ansiado la aparición de alguna de ellas, escuchar el cristalino repicar del chorro sobre la pila de piedra o sentir ese olor a humedad fresca y viva. A veces la fuente no puede contener el borbotón de agua que brota de su interior y cae en delicada cascada sobre la tamuja seca de los pinos centenarios. Al mezclarse, acícula y manantial, te devuelven un aroma a bosque y montaña indescriptible.
Como bien saben Nacho Maderuelo, Jesús Espinar o Francisco Benito, como bien sabía Juan Antonio Marrero, el Paraíso alberga una plétora de manantiales a la espera de ser encontrados.
Rastreadores como son de todo tipo de agua manante o estante en el bosque y pinares de Valsaín, son capaces de indicarte un par de ellas, al menos, allá donde estés. Y no piensen que es fácil menester. El bosque está ahíto de fuentes, pues tal es su riqueza acuífera. Desde las más altas, como la fuente de los Pájaros en el collado de Dos Hermanas a más de dos mil metros de altitud, hasta las más cercanas, como la fuente del Cura en las cercanías de las Pesquerías Reales de Carlos III, es tal su magnitud y cantidad que resulta harto complicado cuantificarlas. Aún así, en los últimos años se han producido ímprobos esfuerzos por parte de estos pastores del agua para establecer un censo definitivo. Es esta una ardua tarea que, si no imposible, se antoja más que complicada, aunque absolutamente necesaria debido a su carácter ancestral y a la continuidad de un esfuerzo iniciado hace más de ochocientos años.
En efecto, los vecinos del Real Sitio han convivido durante siglos con estas joyas etéreas y susurrantes de discreta presencia y necesario ser. Desde que se asentaran los peones segovianos en los cuarteles del bosque con privilegio de Alfonso X de Castilla a finales del siglo XIII, los pastores del agua han venido recogiendo los brotes naturales que ésta provocaba de forma regular en infinidad de parajes. Dando salida a las bolsas que la filtración del agua provocaba, redundaban en la salud del monte y la necesidad perentoria que de ella tenían sus habitantes. Durante generaciones han ido estos vitales habitantes del bosque protegiendo y recuperando manantiales y fuentes, brocales, pilas, depósitos y desagües, con el único premio de la juguetona agua corriendo entre sus manos y las risas de pinos, tejos, acebos, robles, serbales y acerolos, encantados de sentir ese frescor divino en sus retorcidas cortezas. Un servidor, que ha tenido y tiene la suerte de convivir con una legión de pastores, aprendió estos menesteres de uno de ellos, mi no-abuelo, Don Pedro Rapp, con quien recorrí, fuente tras fuente, todo el pinar que mis jóvenes piernas pudieron soportar.
Sin embargo, si tuviera que elegir a uno de los pastores del agua del bosque y pinares de Valsaín, siempre me quedaría con el tío Conrado. Miembro de una saga familiar, los Martín Merino, repleta de campeones nacionales e internacionales en esto de esquiar por dónde nadie es capaz siquiera de caminar, el tío Conrado ha mantenido durante sus casi noventa años un amor sin igual por las fuentes del Paraíso. Tratando de conseguir que el agua siga su curso y cumpla con su sagrado trabajo de avivar el esfuerzo de árboles y bestias, el tío Conrado se ha preocupado de ir señalando todas y cada una de las fuentes, aún estando alguna en los lugares más recónditos. Sin duda, la mezcla de esquiador y gabarrero hubo de contribuir a la imposición de una buena parte de las señales que hoy se pueden apreciar en las cercanías de cada brote de agua. Con ese lento caminar que impone la sierra, el tío Conrado ha ido desgranando sus ochenta y nueve años de fuente en manantial, dejando recuerdo de su presencia y acondicionando los parajes antes de que le lleve la corriente.
Y no crean que es difícil de adivinar su presencia en las cercanías de la fuente que acaban de descubrir. En el lugar más cercano al camino principal podrán ver una placa con el nombre del manantial, un grifo dibujado y las iniciales de su nombre. Ahora bien, a diferencia de Patrimonio Nacional que empleaba un rodal pintado en blanco y decorado con una filigrana lateral, según se aprecia en las fuentes del Cochero y de la Plata, las señales del tío Conrado han sido constituidas con el fondo de una lata grande de sardinas. De verdel. ¿O serán de jamón dulce? De lo que sean. Lo mismo da, que diría mi señor Padre. El caso es que una gran parte de las fuentes de este Real Sitio, aquellas que alimentan el pinar, llevan el recuerdo de las sardinas del tío Conrado.
Y gracias. Que en esta sociedad somos poco de agradecer y mucho de exigir. De pedir cuentas a los demás por lo que no somos capaces de hacer, quejándonos con prontitud y criticando cuanto alguna vez soñamos hacer y no tuvimos los arrestos suficientes para levantarnos. La vida está llena de oportunidades para cumplir con los sueños, a veces insignificantes, pero que sirven para situarnos en un mundo que solo recuerda a los que se atreven a emprender. Como el tío Conrado y sus sardinas enseñando a todo caminante donde agotar la sed que le consume.
Por lo que respecta al que suscribe, seguiré caminando en pos de las fuentes del Paraíso, dedicando una sonrisa al cartel del tío Conrado y agradeciendo que tantos españoles sigan cumpliendo en silencio con las obligaciones que las instituciones, de pura abulia, han acabado por delegar en la insignificancia de una lata de sardinas.
Fuente: https://www.eladelantado.com/