POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Revisando fotos del Archivo Histórico del Ayuntamiento de Ulea, me encuentro con la efigie de tres mujeres que posaron para el fotógrafo en el año 1932.
Eran tres jóvenes alegres. Vivían en la calle Jardines (posteriormente Calvo Sotelo); junto a la casa de Patrón y «La Salera». Eran las hijas de los maestros ya fallecidos y, reconocidas en la sociedad local como «las tres solteras de oro» y vivían de las heredades de sus antepasados.
Comenzada la convulsa década de los años treinta del siglo pasado, hacían reuniones de sociedad, en su casa. Allí acudían los jóvenes más significados del pueblo y los amigos de estos. Allí, en la casa de la calle «Jardines», se daba cita «la crem de la crem»; de la sociedad local como dirían los franceses. La clase humilde y trabajadora no tenía cabida entre ellos.
La hermana mayor, era María, y se marchó a Archena para trabajar como enfermera con el afamado médico Pedro Jiménez. Allí, se enamoró y emparentó con un militar soviético, acampado en el acuartelamiento republicano del balneario de Archena.
Las otras dos hermanas, Josefina y Conversión, quedaron en su casa del pueblo, protegidas por la familia Carrillo Valiente, donde pasaron la época siniestra de la contienda civil española (1936-39).
A María, Josefina y Conversión, se les llamaba en el pueblo «Las maestras», por el hecho de ser hijas del maestro Molina. Su formación no alcanzó tal graduación y, como se consideraban parte de la sociedad elitista de la localidad, los de alta alcurnia pasaban de ellas y los humildes trabajadores no se atrevían a pretenderlas. Como consecuencia: se quedaron solteras y, célibes y así acabaron su existencia
En la década de 1940-1950, las escuelas de la localidad estaban ubicadas frente a su casa y se veían obligadas a tener que soportar el bullicio de la chiquillería, por lo que, con frecuencia, estaban de mal humor. Sin embargo, cuando venía de Archena su hermana María, con su hija de corta edad, les hacía reflexionar al hacerles comprender que los niños éramos juguetones y ruidosos y, claro, «cuando son niños ajenos», nos cuesta aceptarlos como son.
Es verdad que, al concentrarnos en un callejón tan estrecho (llamado ya Calvo Sotelo), los niños y niñas en edad escolar, el jolgorio al salir de recreo, era el denominador común y, por consiguiente…el mal humor de «Las Maestras», también comprensible.