POR SILVESTRE DE LA CALLE GARCÍA, CRONISTA OFICIAL DE GUIJO DE SANTA BÁRBARA (CÁCERES)
VECERA (en masculino vecero) es una palabra castellana muy ligada al medio rural pero cada vez menos utilizada y hasta desconocida por muchas personas.
Tiene diversas acepciones, algunas de ellas especialmente vinculadas a la agricultura y la ganadería pero también al comercio y la vida social de nuestros pueblos. En el presente artículo, nos quedaremos con una de las cinco acepciones de la palabra aunque explicaremos brevemente todas ellas.
ACEPCIONES DE LA PALABRA VECERA.
Como decimos, VECERA, que según la circunstancia puede ser utilizada en masculino, tiene varias acepciones.
La primera de ellas hace referencia a ciertos árboles: Dicho de una planta: que un año da mucho fruto y otro poco o ninguno.
Especies veceras son por ejemplo el olivo, la encina, el roble…que proporcionan cosechas abundantísimas en años buenos y escasas en años malos, produciéndose generalmente una alternancia anual.
La segunda acepción hace referencia a una persona física: Dicho de una persona: que tenía que ejercer por vez o turno un cometido o cargo concejil.
En épocas pasadas, los Concejos, equivalente de nuestros actuales Ayuntamientos, determinaban que ciertas tareas y cargos relacionados con la administración concejil, debían ser realizados por todos los vecinos siguiendo una vez o turno.
Tareas como cuidar el toro u otros sementales propiedad del concejo para cubrir a las reses de los vecinos del pueblo, el pastoreo de los rebaños de ganado comunal, la recogida y reparto del correo, cargos como el de pregonero, los de regidores (concejales) e incluso el de alcalde, se realizaba por turno.
La tercera acepción hace referencia también a una persona pero a una persona concreta: Cliente de una tienda, parroquiano.
Precisamente esta es la acepción que hoy nos interesa y que explicaremos más adelante.
La cuarta acepción, fusiona en cierta medida las dos anteriores, puesto que nos dice: Persona que guarda turno o vez para algo.
Cuando en los pueblos se tenían que hacer tareas o desempeñas cargos concejiles, la gente sabía con antelación suficiente cuándo tendría que llevar a cabo tales menesteres y lo mismo ocurría cuando una persona, generalmente una mujer, iba a la panadería, la carnicería…y había varias mujeres, preguntaba: ¿Quién da la vez?.
La quinta acepción tiene un significado absolutamente ganadero: Manada de ganado, por lo común porcuno, perteneciente a un vecindario.
Antiguamente era común que cada familia tuviese 1 ó 2 cerdos o puercos para engordarlos y hacer así la matanza. Estos cerdos eran juntados en una piara con los de los demás vecinos, siendo conducida por un porquero asalariado pagado por todos o mediante el sistema de vez o turno como decíamos en la segunda acepción.
LAS VECERAS DE TÍA MARCE.
Como queda dicho más arriba, nos centraremos en la tercera acepción de la palabra y la utilizaremos en femenino para referirnos a las mujeres que eran clientas fijas pero no de una tienda sino de una vendedora particular.
Aunque podríamos referirnos a las veceras de cualquier pueblo de España y de cualquier vendedora, nos servirá como ejemplo un caso real del pequeño pueblo de Guijo de Santa Bárbara, situado en la comarca cacereña de La Vera y en las estribaciones occidentales de la vertiente sur de la Sierra de Gredos.
En este pueblo nació y vivió Marcelina de la Calle Vicente (1930-2009), conocida popular y cariñosamente como TÍA MARCE siendo apodada «La Peseta», pese a que este era el apodo de su marido Juan García García y de su suegro Anastasio García García y no el suyo propio puesto que, por «herencia» de sus padres Ángel de la Calle Jiménez «El Senagüillas» y Justina Vicente Burcio «La Galleguina», debería haber sido conocida con estos últimos apodos.
Hija y nieta de ganaderos, pues sus padres tuvieron cabras y vacas suizas (Frisonas), Marcelina contrajo matrimonio en 1952 con Juan García García (1927-2012).
El matrimonio se dedicó durante varios años a la cría de ovejas de tipo Entrefino para la producción de carne y lana complementando esta actividad con el cultivo de castaños y tabaco.
Salvo algún cordero que era vendido a los carniceros locales o a vecinos particulares, el resto de corderos, la lana, las castañas y el tabaco, eran vendidos a comerciantes de fuera del pueblo. De todos estos productos, la lana era el que generaba mayores ingresos a la familia.
En 1960 ante la bajada drástica del precio de la lana y también de los corderos, Juan y Marce decidieron vender las ovejas y, siguiendo la costumbre imperante tanto en el pueblo como en muchas otras zonas de España, vendieron las ovejas para comprar vacas lecheras de raza Frisona, conocidas en Guijo de Santa Bárbara como Suizas.
Comenzaron comprando una añoja ya preñada, llamada Clavellina, aumentando poco a poco la ganadería gracias a las terneras criadas por ellos mismos o adquiridas a otros ganaderos. No llegaron a tener nunca muchas vacas, a lo sumo media docena de vacas en producción más el recrío correspondiente y algún ternero de engorde que era vendido con 18 meses o 2 años.
Aunque estas vacas se criaban por su aptitud mixta leche-carne, aunque la principal producción era la leche ya que producían muchísima más leche que las vacas autóctonas de raza Avileña.
Las vacas eran ordeñadas dos veces al día, vendiéndose la leche obtenida del ordeño de la mañana primero a lecheros que llegaban a recogerla desde Talavera de la Reina (Toledo) y posteriormente a la central lechera cuyo camión llegaba cada día a la plaza del pueblo donde se congregaban los ganaderos con sus cántaras de leche transportadas a lomo de las caballerías.
Pero lo que realmente nos interesa en este artículo es la manera de proceder con la leche obtenida en el ordeño de la tarde.
Juan y Marce, como muchos ganaderos de Guijo de Santa Bárbara, llevaban la leche desde su corral hasta el pueblo cargada en el mulo o la yegua, descargando y colocando las cántaras en el patio de la casa.
Una vez que la leche estaba en casa, Marce era la encargada de decidir lo que se hacía con ella.
En primer lugar, si había algún choto (ternero) pequeño en la cuadra que tía Marce tenía al final del pueblo y posteriormente al lado de su propia casa, se echaba parte de la leche en un cubo para dársela al ternero hasta que se le vendiese o pudiera ser destetado si se trataba de una hembra.
Hecho esto, tía Marce procedía a separar el resto la leche según el destino que tendría.
Una parte, se destinaba al consumo familiar en fresco, dividiéndose en dos pequeñas cántaras: una para Marce, Juan y sus tres hijos y otra para Anastasio, el padre de Juan, y su esposa Rufina.
Esta leche se consumía en forma líquida o se utilizaba para elaborar las tradicionales sopas canas y postres como sapillos, natillas y flanes aunque estos postres se reservaban para los domingos y días de fiesta.
Para poder consumirla con seguridad, tía Marce cocía la leche, hirviéndola al menos tres veces y vigilando que «no se escapase» del recipiente usado para cocerla que podía ser un caldero, un puchero o más modernamente un recipiente denominado cueceleches y en el que se conservaba la leche una vez cocida para servirla directamente y con comodidad pues era similar a una jarra.
Algunas tardes, sobre todo en las épocas en las que las vacas daban la leche más gorda o rica en grasa y cuando había poco trabajo, tía Marce dejaba la leche sin cocer reposando toda la noche para desnatarla por la mañana. Con la nata cruda elaboraba la mantequilla para el consumo familiar, siguiendo el sencillo proceso de batir la nata hasta que se cortase y se separase el suero de la mantequilla, añadiendo luego agua muy fría para lavar una y otra vez la mantequilla y eliminar cualquier resto de suero.
El resto de la leche, se destinaba a la venta directa en la propia casa y aquí es donde entraban en escena LAS VECERAS.
Cada tarde, una serie de mujeres del pueblo, acudían provistas de su propio recipiente (un puchero, una jarra, una lechera, un cantarillo…) para comprar la leche fresca que tía Marce vendía en su casa situada en la Calle de La Mata.
Las veceras eran clientas fijas, pudiendo acudir todos los días o un día sí y otro no, comprando cada una la misma cantidad de leche, lo cual permitía a tía Marce saber exactamente los litros de leche que vendería.
Las veceras sabían también las cuentas que se echaba tía Marce por lo que si un día querían más leche para hacer algún postre, lo decían con suficiente antelación.
Normalmente, las veceras solían ser vecinas de la calle o de calles cercanas así como amigas o familiares que, aún viviendo más cerca de otras veceras, acudían a casa de tía Marce por tener compromiso con ella.
Con un recipiente metálico denominado cuartillo y que tenía una capacidad aproximada de medio litro, tía Marce medía la leche y después cobraba a la vecera la cantidad correspondiente.
Quienes iban todos los días a por la leche, solían comprar sólo un cuartillo e incluso medio si se traba de personas que vivían solas, pero quienes iban un día sí y otro no, compraban 3 ó 4 cuartillos o más si la familia era numerosa.
Tradicionalmente, en Guijo de Santa Bárbara la gente había tenido siempre ganado para la producción de leche siendo muchas las familias que mantenían 1 ó 2 cabras, conocidas como «cabras caseras», o 1 vaca suiza para abastecerse de tan preciado alimento, pero en los años 60 y sobre todo en los 70, mucha gente fue renunciando a ello por ser un «engorro» y porque era mucho más cómodo e incluso barato comprar la leche.
No obstante, aún teniendo algún animal lechero, los ganaderos podían quedarse temporalmente sin leche o necesitar más cantidad de la que obtenían, por lo que tenían que acudir a comprar leche a tía Marce.
En verano, la venta de leche aumentaba ostensiblemente con la llegada de los veraneantes que habían emigrado a las grandes ciudades españolas o al extranjero, algo que tía Marce tenía siempre en cuenta.
La gente que acudía a comprar la leche en verano, no tenían fincas ni ganado por lo que tampoco tenían huevos, fruta, verdura… y tía Marce aprovechaba la ocasión para vender docenas de huevos, cestas de patatas, tomates, pimientos y así complementar su economía.
Si un día sobraba leche, tía Marce aprovechaba para hacer algún queso para el consumo familiar. En Guijo se apreciaba más el queso de cabra pero el de vaca también estaba bueno y tía Marce hacía un queso exquisito.
Se necesitaban unos 10 litros de leche para hacer un kilogramo de queso por lo que tía Marce no hacía más de 1 ó 2 quesos diarios pues de lo contrario podía quedarse sin leche para sus veceras.
Para garantizar que el suministro de leche fuese constante durante todo el año y hubiese cantidad suficiente tanto para entregar a la industria como para el consumo familiar y por supuesto para la venta a las veceras, tía Marce y tío Juan debían llevar un rigurosísimo control reproductivo de su media docena de vacas de forma que pariese una vaca cada dos meses para así tener siempre vacas en ordeño y en descanso.
Tía Marce junto a su marido tío Juan, logró sacar adelante a sus tres hijos con la media docena de vacas, el cultivo de tabaco y la cosecha de castañas, produciendo además todo lo necesario para el consumo familiar.
Durante tres largas décadas, tía Marce vendió leche a sus veceras pero en 1987 la ganadería se acogió a la prima de abandono para, en un plazo de 5 años, dejar de comercializar leche para la industria.
En 1992, tía Marce dejó de vender leche a la industria y también a las veceras, dedicándose desde ese momento a la cría de vacas cruzadas que eran ordeñadas únicamente para cubrir las necesidades familiares de leche compaginando el ordeño con la lactación de los terneros.
Cuando tía Marce dejó de vender la leche, sus veceras tuvieron que empezar a acudir a casa de otros ganaderos pues todavía quedaban bastantes vacas lecheras en Guijo. De hecho, cuando tía Marce tenía solamente vacas cruzadas a las que tío Juan ordeñaba mientras estaban criando a los terneros, tuvo que convertirse en vecera de su cuñada Antonia Santos Vaquero, esposa de Ángel de la Calle Vicente que era hermano de Marce. Cada tarde, acudía con su lechera para comprar litro y medio o tres cuartillos de leche.
Hasta la primera década del siglo XXI, hubo vaqueros guijeños que vendían la leche en sus casas, acudiendo las veceras como siempre se había hecho.
A MODO DE EPÍLOGO.
El caso de tía Marce y sus veceras nos sirve para ilustrar y explicar una costumbre muy popular en diversos puntos de España.
En los pueblos de mayor tamaño e incluso en las ciudades, los ganaderos recorrían las calles con burros o carros vendiendo la leche puerta por puerta e incluso iban con pequeños rebaños de cabras para ordeñar la leche ante el cliente.
Pero en otros lugares, tanto pueblos como ciudades, la leche era vendida en casa de los ganaderos o en la propia vaquería, acudiendo los clientes, generalmente las mujeres, a comprarla cuando era necesario.
Luego ya vino la «leche de cartón» y las vacas comenzaron a desaparecer.
No esto seguro pero creo que a eso lo llaman…¿progreso?
NOTA FINAL DEL AUTOR.
Escribir este artículo sobre las veceras, me ha resultado sumamente sencillo porque es algo que viví en primera persona pues soy nieto de TÍA MARCE y, aunque no conocí la venta directa de leche en casa de mi abuela, sí que conocí las vacas que tuvieron mis abuelos hasta que yo tenía 12 años y a las que ordeñaban para el consumo de casa, haciendo queso y riquísimas natillas que mi abuela ofrecía a todo el que iba a casa o simplemente a quien pasase por la puerta.
Mil veces escuche hablar a mi abuela de la venta de leche a de LAS VECERAS.