POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Lastres, o Llastres como dicen ahora recuperando toponimia popular antigua, es Villa y Puerto perteneciente al asturiano concejo de Colunga. Su tipismo de marinería y el carácter de sus gentes son consecuencia del duro faenar en la mar y de la alegría que supone el descanso y la seguridad del retorno a tierra.
Así escribía Juan Antonio Onieva en 1921 en un precioso artículo titulado «LASTRES, EL MUY CURIOSÓN «:
«Lastres es un borbotón de espuma sobre una inmmensa roca; es un gigantesco sorbete del que el mar se siente harto goloso… El mar de Lastres, envidioso del cielo, está lleno de azul. Hasta la espuma tiene un suave halo celeste».
Lastres alberga tesoros de historia grabados en piedra y en arte. Casonas palaciegas, escudos de nobleza y de hidalguía, capillas e iglesia con singular y bellísima imaginería, y en broche de oro, ese puerto (o esos dos puertos, el viejo y el nuevo), que es testimonio de pesca y oferta de turismo.
La actual Iglesia Parroquial, bajo la advocación de Santa María de Sábada, es construcción que data de los mediados-finales del siglo XVIII, y su realidad fue posible gracias a las generosas donaciones de la familia Robledo-Colunga, especialmente de doña Teresa y de su hermano don José; aquella que termino siendo monja clarisa en León y este Director del Real Tribunal de Minería en Lima (Perú).
Esta Iglesia, preciosa, posee una magnífica y espectacular imagen de un Cristo Crucificado; talla barroca y para mi (que no soy historiador) una de las más representativas del barroco asturiano.
Merece la pena ir a Lastres y conocer este Crucificado.
Son muchos los poemas que los poetas han dedicado a Cristo en la Cruz, sean imágenes o esculturas.
Yo, cada vez que lo leo y releo, me emociona el poema que don Miguel de Unamuno dedicó al «Cristo de Velázquez»:
«¿En qué piensas Tu, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de Nazareno cae sobre tu frente?
Miras dentro de Tí, donde está el reino
de Dios; donde alborea
el sol eterno de las almas vivas…»
Les confieso que nunca había visto un poema que, con devoción a una imagen del Crucificado, y a sus pies, un enamorado cantara el amor a su amada como así lo hace un lastrín devoto.
De este poema es autor el lastrín don Elías Lucio de Tapia.
Este es su texto:
«A los pies de una Cruz de madera,
donde Cristo, clavado, agoniza con pena,
he rogado, con ansias de muerte,
por tu dicha eterna…
a los pies de esa Cruz, que es refugio
donde El nos espera;
he sentido, en el fondo del pecho,
la paz verdadera,
pensando en tus ojos, en tu alma buena,
y en que yo te adoro
con pasión sincera…
A los pies de esa Cruz redentora
que es faro que guía con luz que consuela,
he rogado, en plegaria humilde,
para que me quieras.
¡Qué dulce es amarte, mi vida y mi reina,
postrado a los pies de una Cruz de madera!