POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA
Preparo un volumen dedicado a las lecturas del patrimonio, recogiendo mis aportaciones de estos últimos años, y algunas otras señaladas pero no tenidas en cuenta hasta ahora, que es el momento de dedicarse a la salvaguarda íntegra de ese patrimonio heredado, esencia del pretérito que nos antecede y elemento clave del que deberemos dejar a nuestros descendientes. Conocido, apreciado y finalmente salvado. En esta ocasión, recojo dos temas (de los muchos que conforman ese capítulo) de las artesanías antiguas, fórmulas y elementos que debemos mantener en el recuerdo.
El vidrio
De la artesanía del vidrio tenemos remotos ejemplos. De todos ellos hizo estudio, en su monumental tesis doctoral sobre el tema, Eulalia Castellote Herrero, que vió publicados sus análisis en el libro “Artesanías tradicionales de Guadalajara” (Aache, 2006). En la provincia hubo varios lugares productores de vidrio soplado, consiguiendo piezas más o menos bellas, destinadas al uso diario y, algunas, al embellecimiento de alacenas y aparadores.
Desde el siglo XVIII fue en El Recuenco donde se produjo vidrio con calidad y belleza. Tres fábricas hubo allí desde comienzos del siglo XVIII. A mediados de ese siglo, las titulares eran las tres viudas de los fundadores: Juana Heredia, María López de Aragón y la de Diego Dorado. Y a finales de la centuria ilustrada, solo los hijos de este continuaban con la industria, que a pesar de renovar técnicas y contratar especialistas alemanes, vinieron abajo por problemas económicos, ya que el Estado nunca quiso ayudarlos, a pesar de sus súplicas. Y eso que muchas de sus piezas, las de mayor uso y trote, iban destinadas a “La Caba del Rey”, por lo que no exagero si digo que eran “proveedores de la real casa”.
Produjeron, con la sílice de extraordinaria calidad que existe en aquellas alturas serranas, grandes frascos y damajuanas, vasos de botica, vasos acampanados, botellas y algunas piezas de servicio de mesa como fruteros, ensaladeras, salseras, candiles, etc., todo ello de buena calidad aunque de escaso empaque artístico. Hay que destacar la finura de su vidrio y la transparencia de su pasta, además de su ligereza y escaso peso, y tuvieron un adecuado mercado, popular, que nunca llegó a las clases altas.
En otras localidades de esta sierra frontera del Alto Tajo existieron industrias vidrieras, que durante el siglo XVIII produjeron piezas utilizadas con profusión, para el uso diario. Hubo vidrieros en Arbeteta, en Armallones y en Villanueva de Alcorón. En el Madoz leemos que “en Arbeteta hay una fábrica de vidrio ordinario, en la que se hacen botellas, vasos, porrones, vidrios planos y demás artículos de este género”. Muy pequeña fue la industria vidriera que hubo en La Solana, una aldea que hoy es caserío y finca particular en el cruce de las carreteras que de Trillo van a Viana y Peralveche. Ni rastro queda, aunque sí memoria, de una fábrica de vidrios que hubo en la zona pinariega de la comarca molinesa, en el lugar llamado «El Pajarero», y en la que allí recuerdan que se produjeron botellas de pasta verde y gruesas paredes. Finalmente, la fábrica de Tamajón tuvo vida hasta mediados del siglo XIX, quedando hoy sus ruinas junto al convento de franciscanos. De ella decía Madoz en su diccionario que era “fábrica de vidrio blanco”, pero no se conocen ejemplares de ella salidos.
El esparto
Mucha actividad en torno a la Stipa tenacissima, que ya desde el Neolítico ha sido aprovechada por el hombre, entre nosotros. Y desde luego a partir del siglo XVI consta la especialización de las gentes de muchos de nuestros pueblos en el trabajo de esta planta. Por ejemplo, las Relaciones Topográficas de Felipe II aluden a ello diciendo que en Yebra “… se elaboran en mayor escala objetos de esparto, especialmente capachos para encerrar la oliva en la prensa de aceite”, y en Chiloeches “… hay muchas personas que viven de la grangería de esparto”. En Ciruelas también se hacían serones, y en Yebes eran “varios los tratantes de esteras”. Igual que en Guadalajara ciudad, donde había ya en el siglo XVI “seis maestros esparteros…. Y cuatro oficiales”.
De Tórtola de Henares, que ya en esa época era sin duda el mayor centro productivo de los objetos hechos con esparto, nada podemos colegir de esas Relaciones, porque las de este pueblo no aparecen en los archivos. Pero sí vemos cómo algo más tarde, en el siglo XVIII, y en las contestaciones al catastro del Marqués de la Ensenada, aquí “dijeron haber la industria del esparto en que trabajan las mujeres haciendo pleitas, y de éstas muchas se venden a los esparteros de Guadalajara, y de las restantes se hacen serones por los vecinos, cuya industria se contempla en cuatro clases: primera … de los que trabajan continuamente haciendo todas las pleitas serones; segunda, los que hacen serones, pero no continuamente; tercera … la de los jornaleros que en tiempo que no pueden hallar jornal se ejercitan en este trato; y la cuarta … son algunos labradores y viudas pobres que se ejercitan muy poco en este trato”. También Larruga, a finales de ese siglo, confirma a Tórtola como uno de los principales centros productores de toda Castilla.
A este centro capital se deben sumar lo que hacían los de Chiloeches (esteras y serillos), los de Illana(piezas de esparto machacao), los de Almoguera, Escariche y Almonacid (cubiertas, y cordelerías varias), y Yebra (especializados en la fabricación de capachos para las prensas de los molinos de aceituna.
La abundancia del esparto, que es planta silvestre de las zonas áridas y los cerretes arcillosos de la Baja Alcarria, añadida a la miseria de sus jornaleros, que la mayor parte del año estaban desocupados, más el bajo coste de las herramientas, hizo que prosperara en nuestra región esta industria. Aunque se han hecho muchas piezas, todas de utilidad cotidiana, y hasta algunas de mero adorno o juego, son los serones como elementos de carga de las mulas lo que más se produjo por aquí. Los pleitistas hacían aguaderas también, con esparto crudo, así como esporches, espuertas, esteras, bozales, ceberos, cubiertas, cuerdas, frontiles, lías, niñuelos, peludos, posillos, tomizas, serillos y, por supuesto, serones. Más otra larga ristra de nombres que representan objetos ya sin uso y casi olvidados. Sin duda un verdadero “museo aéreo” de piezas que ayudaban en la vida sencilla de las gentes, y que hoy se han esfumado en el recuerdo, o directamente se han hundido en el olvido.
Solamente en Tórtola de Henares han tenido el buen cuidado de mantener viva la confección de espartos, y reconocer el mérito de sus artesanos levantando en una de sus plazas un sencillo y tierno “monumento al espartero” del que doy aquí imagen reveladora.