POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA
La comarca de en torno a Zorita puede presumir de tener un patrimonio denso, variado, bien conservado y adecuadamente manifiesto. En siglos pasados, toda ella fue patrimonio de un señorío institucional, la Orden militar de Calatrava. Hoy me fijo en uno de sus pueblos, Albalate, y en su símbolo religioso más destacado, la iglesia parroquial de San Andrés.
Debo a mi buen amigo José María Camarero García, cronista oficial de Albalate de Zorita, un denso acopio informativo acerca del proceso de construcción de la iglesia de Albalate, y de los artistas y artesanos que labraron sus límites y formas. Lo concretó en un folleto que apareció gracias al mecenazgo del Ayuntamiento local y de Diputación. En esa información, recogida por Camarero en sus frecuentes visitas al archivo de la fábrica del templo, aparecen años de construcción y reformas, nombres de arquitectos y escultores, de pintores y organeros, de tal modo que se da un completo vistazo a la esencia formal de un templo que, además, alberga mensajes todavía ocultos y lenguajes iconográficos que deberían aclararse.
Para describir lo que el visitante ve hoy, me remito a la descripción del templo que yo hice en 1983, y que figura en mi “Crónica y Guía de la provincia de Guadalajara”. Allí oriento al espectador con estos datos: La iglesia de Albalate, tal como hoy la vemos, está hecha de fuerte fábrica de sillar, y muestra su arquitectura renaciente con contrafuertes en los costados, y un par de interesantes puertas. La principal está orientada al norte, y es partícipe de dos estilos artísticos que comulgan de lo que se llevaba en los siglos XV y XVI. Flanqueada de dos gruesos contrafuertes, el ingreso muestra un triple arco escarzano apoyado en sendas columnillas rematadas en capiteles de tema vegetal. El intradós de estos arcos está decorado con motivos vegetales y animales muy movidos y de nítido carácter gótico, mostrando entre ellos algunos temas zoomórficos de tipo fantástico que doy en imagen junto a estas líneas. Un gran arco trilobulado, ornado por cardinas y florones, circuye al vano del ingreso, e incluye dentro otro picudo remate con grandes ornamentos vegetales, exhibiendo una infrecuente combinación de formas geométricas que viene a caracterizar a esta puerta dentro del aspecto más barroco del gótico isabelino, aunque su factura fuera posterior. Dentro del trilobulado arco hay una ménsula o repisa, hoy vacía, escoltada de los escudos simbólicos de San Pedro y San Andrés. Toda esta estructura gotizante va enmarcada, a su vez, por dos altas pilastras adosadas y rematadas en capiteles, que se cubren por un sencillo friso, sobre el que apoya venera que culmina el conjunto. Es en esas jambas y friso donde aparecen los elementos ornamentales más característicos del estilo plateresco: grutescos, plantas irreales, animales fantásticos mezclados con ellas, etc., en un abigarrado conjunto de renacentista espíritu. Sobre las hojas de madera de la puerta, luce hoy todavía una buena guarnición de clavos, y un par de aldabones, de los buenos que en forja popular se ven hoy en la provincia.
La puerta que se abre en el muro del sur, ante un patiecillo sin comunicación con la calle, es de simple trazado renacentista, de la mitad del siglo XVI, y presenta un par de pilastras laterales rematadas en capiteles, friso que los une y florones. Guarda buenos clavos de cazoleta tallados en cruz y una buena cerraja de forja.
Además de las puertas, el interior del templo de Albalate muestra su gran arquitectura espacial dividida en tres naves que se separan por cilíndricos pilares rematados en anillos de decoración de bolas, y de los que arrancan las bóvedas de crucería, con complicados y bellos dibujos. Al fondo del templo, en su cabecera presbiterial, se levanta dorado y magnífico el retablo mayor, que es obra barroca con columnas, basamentos, frisos y paneles de dorada y prolija decoración. En lo alto muestra un buen cuadro con el martirio de San Andrés.
Nos revela Camarero la secuencia constructiva de este templo, que él ha encontrado en documentos. Desde la Baja Edad Media, y quizás aprovechando el lugar de una primitiva mezquita muy simple, se alzó en los siglos de la repoblación un templo que tendría formas románicas. Pero en el reinado de Isabel y Fernando se necesitó aumentar el espacio del edificio, y se acometí una nueva construcción, en tres fases. La primera, entre 1488 y 1501, se derribó el ábside románico colocando en su lugar la actual capilla mayor de planta cuadrangular sobre la que se alza el cuerpo de campanas. Los maestros de obras fueron los hermanos Pedro y Gonzalo Arvejo. Estas obras fueron inauguradas por el obispo de Sidonia el 25 de septiembre de 1501. Puede considerarse esta capilla mayor como de estilo gótico tardío, con decoración floral de cardinas.
La segunda, entre 1527 y 1542, consistió en derribar el resto del templo románico y levantando sobre su espacio el actual templo de tres naves, los pilares que las separan, las bóvedas de crucería que las cubren, y las dos portadas que permiten su acceso. La traza del conjunto fue dada por un joven Alonso de Covarrubias, trabajando ya para el arzobispado de Toledo, aunque la dirección de la obra se encargó a los arquitectos hermanos Miguel y Martin Sánchez de Yrola. En 1528 la tasación y vigilancia de las obras la siguió haciendo Covarrubias, al que se vió siempre muy ligado al templo albalateño.
En una tercera etapa, entre 1545 y 1549, se remató el conjunto construyendo el bloque de los pies del templo, en los que se incluía el coro alto, y bajo el mismo un baptisterio, todo ello también diseñado y dirigido por Alonso de Covarrubias. En ese espacio se colocó la estupenda pila bautismal, labrada en alabastro en 1545 por Juan de la Sierra, quien también talló sendas pilas para el agua bendita, hoy desaparecidas. Esta pila, obra del maestro montañés enmarcado en el círculo covarrubiesco, destaca por la decoración que presenta, con seis querubines y una calavera alada sin maxilar inferior, apoyada sobre un pedestal con esculturas de bichas aladas sobre una peana cuadrada con rica decoración en sus cuatro lados.
El interior del templo de Albalate sufrió en el verano de 1936 el ataque destructivo de grupos de milicianos venidos desde Madrid, dejando el espacio prácticamente vacío de elementos muebles. Se salvó “la cruz del perro” patrona del pueblo, porque alguien la guardó secretamente, y solo en el último momento, cuando ya lo habían amarrado con sogas para su derribo, se salvó el retablo mayor dedicado a San Andrés.
Es esta una destacada obra barroca en estilo churrigueresco, realizado en madera recubierta con pan de oro por el maestro retablista Juan Alonso Pedroso, entre 1704 y 1707. Su traza la dio Felipe Sánchez, arquitecto zaragozano autor de los iniciales proyectos para la basílica del Pilar de Zaragoza, así como la capilla con panteón del subsuelo del convento de San Francisco de Guadalajara y que fue nombrado en 1709 maestro mayor de los Reales Sitios.
Y así nos lo describe Camarero García, que lo ha valorado y estudiado con tanto detalle: “El retablo se ajusta perfectamente a la composición interior de la capilla… Consta de un predela o banco, dos cuerpos y tres calles. El banco fue realizado por los maestros alarifes vecinos de Almonacid de Zorita, Pedro y Gerónimo Jordán. La calle principal está flanqueada por columnas salomónicas de las que cuelgan racimos de uvas. En el cuerpo principal de esta calle hay una hornacina trilobulada con una pintura del Monte Calvario que alberga un cristo de nueva factura. Y encima aparece en cuerpo que corona el retablo, donde se ubica un gran lienzo que representa el martirio de San Andrés, obra del pintor Alonso de Higuera.
Las calles laterales enmarcadas también con grandes columnas salomónicas, y de abajo arriba, presentan unos marcos con fondo azul que albergaron las desaparecidas pinturas de San Cosme y San Damián, obras también de Alonso de Higuera. En el segundo cuerpo unas hornacinas enmarcadas por pequeñas columnas salomónicas donde se sitúan modernas imágenes del Corazón de la Virgen y del Corazón de Jesús y que en origen estuvieron ocupadas por las de San Pedro y San Andrés. La coronación del retablo que se adapta a la bóveda apuntada está decorada por querubines. Delante del altar destaca un magnífico tabernáculo con forma de baldaquino, una buena talla rematada con una cúpula que descansa sobre columnas salomónicas”.
Además de todo esto referido, el templo de Albalate aún nos muestra la capilla de la Santa Cruz, en la que amparada por un retablo moderno se venera la Santa Cruz Aparecida, pieza destacadísima de la orfebrería románica. También son de considerar los órganos, de los que el más moderno y espectacular es el que hizo en 1812 el maestro organero Bernardo Berdalonga. O la sillería del coro, de mediados del siglo XVIII, incluso las campanas, que hoy son tres y rememoran las muy antiguas que hubo, desde principios del siglo XVI.
Podría seguir describiendo y declarando más detalles de este templo inigualable, pero se me acaba el espacio para hacerlo. Recomiendo a mis lectores la visita detenida de este templo alcarreño.