POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA.
En la Alcarria Alta, en torno al Tajuña, numerosos y densos bosques de quejigo, encina y algunos pinos abrigan a los pequeños pueblos que aún quedan vivos. Uno de ellos es Las Inviernas, que un día de invierno luce luminoso, cubiertas las umbrías de musgos gélidos. Subimos al alto, a ver su iglesia.
La iglesia, en lo alto del pueblo
En lo más alto de la pequeña población se alza el templo, dedicado a la Inmaculada. Es románico en su origen, levantado cuando en el siglo XIII todo era actividad y fundaciones. De aquella época queda la portada y el muro de mediodía, en la alto del cual lucen los canecillos, simples pero lobulados, siendo uno de ellos de entrelazo. El interior del templo es de una sola nave, bien cuidada hoy, enlucida y con yeserías en las bóvedas. El crucero da paso al breve presbiterio, que llena la cabeza cuadrada del templo. Pero todo ello es del siglo XVI al menos, o más moderno incluso, porque la capacidad del viejo templo medieval hubo de aumentarse ante el crecimiento de la población en tiempos modernos.
La espadaña es llamativa, solemne, de época manierista, tiene dos cuerpos, más grueso el inferior, donde aún se adivinan cegados los dos huecos del viejo campanario románico. Se recreció la obra, y ahora en lo alto se ve un cuerpo superior que se divide por moldura resaltada en dos cuerpos, y en el que se alojan las campanas. Sobre el muro norte apoya un simple edificio que al interior acoge la sacristía. Nada más de interés cabe decir del edificio propiamente dicho.
La portada, un románico esencial
Lo mejor de esta iglesia de Las Inviernas, y que por sí solo merece la visita, es la portada principal, orientada al mediodía, asentada en el muro y protegida por un porche con cubierta a tres aguas y apoyado sobre cuatro altas columnas. La portada consta de tres arquivoltas semicirculares, las dos interiores alternan decoración de boceles con nacelas, apoyando sobre un cimacio con dos columnas a cada lado. Estas columnas tienen basa, fuste y capitel, como todas las que se precien, y los cuatro capiteles, muy semejantes entre sí, bien tallados y estupendamente conservados, tienen una decoración geométrica de tipo tramado de cestería. Un adorno muy característico del románico, especialmente del influido por el Císter, que se aferra a lo meramente geométrico y con dibujos, olvidándose de la iconografía. Nada explican esas formas, pero tratan de ofrecer al fiel, al visitante, al vecino de lo población en que se han puesto, un sentido de solemnidad y de entronque con lo espiritual simple. Ese tramado de cestería se usa mucho, en la Edad Media, como adorno esencial de la caligrafía solemne de los códices y evangelios, un elemento que arranca el sentido espiritual y humano de los mensajes dictados por Dios y sus ministros. También se ve en capiteles de templos, y en nuestra provincia lo vemos en Campisábalos (ábside) y en Labros (portada), reconociendo su origen en formas más antiguas, visigóticas, como lo denotan los grandes capiteles de ese mismo estilo que se ven en la iglesia del castillo de Zorita de los Canes. Aquí en Las Inviernas, la talla de estos capiteles comulga tanto de la geometría de entrelazo, como del acople geométrico y equilibrado de las puntas de diamante, que es otro elemento muy utilizado por el románico, al menos en nuestra comarca.
La portada se completa con una arquivolta exterior que es realmente chambrana adornada por escuetas bolas, y la arcada interior es de arista viva que descansa sobre jambas, todo ello simple y sin decoración, porque no recibieron órdenes de esmerarse en adornos los tallistas que elaboraron esta entrada, que, en todo caso, y ochocientos años después de haber sido construida y tallada, nos da imagen de serenidad, equilibrio y belleza contenida.
Frente a la entrada al templo, arrimada al muro de septentrion, está la pila bautismal, que es un ejemplar perfecto, arquetípico de estas piezas patrimoniales. Importantes todas, porque son como un cordón umbilical que unen muchas iglesias rurales de hoy, con sus orígenes medievales, con el inicio de la repoblación, con sus ancestrales sentimientos. En muchas de esas pilas bautismales han recibido el sacramento católico del bautismo todos los miembros de las generaciones que van desde la “fundación” cristiana del templo, hasta hoy mismo. Y todos los que mantienen la Fe, y son conscientes de esos lazos, sienten una lógica, una clara emoción al ver la pila. La de su pueblo.
Muchos lugares han visto caer por completo sus viejos templos medievales, y alzarse otros nuevos, más grandes y capaces, en la época moderna del Imperio de los Austrias, cuando la nación aumentaba en población y en riqueza. Otros aún han visto derrumbarse sus templos y alzarse otros nuevos, incluso contemporáneos. Pero la pila, siempre queda: es tan pesada, es una roca tallada con fundamento, tan del terreno, tan “de todos”, que nadie se ha atrevido a tirarla. Esa es la fuerza que tienen estos pequeños monumentos. Uno por pueblo.
La de Las Inviernas, de piedra caliza, está constituida por una copa semiesférica y su exterior está decorado limpiamente con unos arcos de medio punto, sustanciados en gallones que llegan hasta la basa. Estos arcos, recorridos por finos cordones, parecen tener un inicio en ligera forma de herradura (recuerdan a los que en otras pilas próximas se ven, como la de Hontanares, o la de Henche) y en todo caso tienen un carácter de ligereza y elegancia poco comunes. El toro de la basa es muy pronunciado y sin adornos.
No hay duda de que la visión de esta pila mueve resortes en el interior de quien la contempla, y son mecanismos que nos llevan a la ternura por su delicada simpleza, y a la admiración por el mantenimiento con latido de una tradición litúrgica y de unas formas que resumen el mensaje evangélico.
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