POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA
Tiene Guadalajara muchos caminos, y muchos lectores están deseando conocerlos: llenarlos de imágenes y emociones. Todos los caminos muestran algún retazo de nuestro viejo patrimonio, Y muchos de esos caminos llegan hasta las ruinas, completas o exangües, de los viejos monasterios que cuajaron esta tierra. Vamos a recorrer esos caminos.
Si nos acercamos (por decir alguno) al monasterio de Monsalud en Córcoles, -entre Sacedón y Alcócer, por la carretera de Cuenca, y nos quedamos allí cuando el silencio del paisaje se haga total, nos parecerá ver, entre las sombras del amanecer, o aún en la noche, seres que caminan en fila y en silencio por los pasillos, los claustros, las naves de los templos que rezuman humedad, o están sentados en vetustos sitiales de madera, a la luz pálida de los velones, y allí entonan monótonos los sones de maitines, las oraciones primeras de un día que así, cada tres horas, volverá a unirlos en la alabanza a Dios, al Señor que todo lo gobierna y de ellos se deja cantar, complacido de oír, día tras día, siglo tras siglo, promesas de fidelidad, hechos de renuncia. Son los monjes.
Unidos en grupos, bajo la advocación de un santo, con el fervor homogéneo de una empresa, desde hace muchos siglos han existido los monjes y han habitado los monasterios. Tras la muerte de Cristo y la implantación de su mensaje por buena parte del mundo, el monaquismo cristiano ha prendido y se ha extendido desde Oriente hasta Occidente. Unos se han dedicado a la oración pura, a la contemplación divina. Otros se han lanzado a las calles y caminos, a socorrer a los necesitados, y a intentar cambiar el mundo. Todavía otros grupos han mezclado, ya en el espíritu medieval más puro, la fuerza de las armas con la justificación de la Fe para emprender tareas de reconquista, de guerra santa, de defensa de los Santos Lugares. De ahí que muchas ramas, muchas facetas, haya protagonizado la historia del monaquismo occidental, aunque en puridad tres estilos finalmente han cuajado y llenado enciclopedias: los contemplativos del Ora et Labora, los mendicantes de infinita presencia y alter-ego de los ONG actuales, y los caballeros monjes de las Ordenes Militares.
El desarrollo pleno del cenobitismo, como sociedad pequeña y multiplicada con acción en los medios urbanos y rurales, y participante plenamente del sentido religioso teocéntrico, y del político social del feudalismo, ocurre en la Edad Media. Aunque la primitiva regla de San Benito es obra del siglo V, y el auge de Cluny (desarrollo pleno del benedictismo) se opera en el siglo X, será a partir de ese momento, como reacción frente a ella, que la reforma cisterciense capitaneada por Bernardo de Claraval e iniciada en el siglo XII tomará todo su impulso y llenará el Occidente de monasterios (desde España a Jerusalén, desde Irlanda a Grecia) en los que el ideal del monaquismo y de la vida religiosa en comunidad se cumple a la perfección.
Una visión de este quehacer humano aparece tras la virtud y el empuje de Francisco de Asís, quien en el siglo XIII creó la Orden de los frailes pardos, con una visión nueva, más cercana a la problemática humana y social de sus días. Es, junto a la inmediata creación de la Orden de Predicadores por el español Domingo de Guzmán, un intento de llevar el cristianismo activo a los pobres y a los ignorantes. Los franciscanos y dominicos, como órdenes mendicantes (pobres que se mantienen de limosnas) surgen con toda su fuerza en ese momento de la Baja Edad Media, en el que también surge, en otro intento de mejorar actividades eremíticas previas, la Orden de San Jerónimo (1373) que nace precisamente en la tierra de Guadalajara, en Lupiana, y desde ahí se irradiará a España entera, y a América toda.
Creo que conviene, una vez más, dar un repaso a la permanencia (en forma de patrimonio monumental, histórico, anecdótico o incluso paisajístico) entre nosotros de ese testimonio humano y religioso. Porque durante siglos (y aún hoy mismo, aunque con escasa fuerza) sirvió de argamasa para la construcción de una sociedad, de un país, el nuestro, que tantas páginas atesora de heroísmos y atrevimientos, y que no deberíamos olvidar, ni dejar en lo oscuro.
En próximas aportaciones a través de estas páginas, iré dando noticia de ese patrimonio, haciendo lectura del mismo, edificio a edificio, anécdota a anécdota, personaje a personaje. Perdone el lector tanto preámbulo, pero quiero que sirva (al menos para mi afianzamiento personal) como un sustento de esa tarea que fundamentalmente educativa, pero también social y comunicacional, debemos todos alentar en el conocimiento y en la protección de nuestro Patrimonio.
“Solo se ama lo que se conoce”, es frase que anda por ahí. No sé quien la acuñó, quizás fui yo, pero ya no me acuerdo. En todo caso, esa es la tarea: dar a conocer, en un empeño que no permite descansos ni vacaciones, para que seamos capaces de amar, y después, y con toda razón y fuerza, conservar por siempre.
Bibliografía monasterial
Para empezar este camino, que ha de hacerse a lo largo de la geografía provincial, conviene ir pertrechado de algunas lecturas, a través de libros, de revistas… mejor aún sería hacerlo de documentos, de Archivos, pero ya se sabe que estas ocupaciones requieren de más tiempo y paciencia. Cuando empecé el análisis de estos lugares, de sus gentes, de sus edificios y avatares, anduve metido en esos archivos recónditos y esas bibliotecas arcanas. De entre ellos, y como orientación, diré que el Archivo Histórico Nacional en su Sección de Clero, en el viejo edificio del CESIC, en la calle Serrano, fue lugar que me brindó muchos datos, y que aún a los investigadores de hoy podrá les permitirá ampliarlos.
Pero para quien vaya a las bibliotecas, especialmente a las bien dotadas de libros (porque ahora hay muchas, pero tienen secciones infantiles o de novelas best-sellers mucho más grandes que las de neta información) hay algunos libros que debe buscar y consultar. Por el ejemplo…
El más clásico
Sería el que Layna Serrano escribió sobre la abadía cisterciense de Ovila cuando vio (era el año 1931) que el multimillonario norteamericano William Randolph Hearst la compraba y se la llevaba -las piedras numeradas- a California. De su investigación personal en archivos y sobre el terreno, tomó una gran información que desarrolló y dio vida a La Abadía Cisterciense de Ovila (1933) hoy muy difícil de encontrar en el comercio de libros de viejo, pues aunque hace 20 años se reeditó también está agotada.
El más completo
Todos los monasterios de Guadalajara fueron analizados en uno de mis primeros libros, Con documentación estudiada por primera vez, profusión de gráficos, y un objetivo de totalidad en cuanto a la recopilación de ruinas, instituciones o personajes, esta obra que firmé en 1974 se ha considerado como la imprescindible para iniciar el contacto con la realidad histórica de los Monasterios y Conventos en la provincia de Guadalajara, que hoy también está completamente agotada, aunque hay bibliotecas que la tienen, y está a la venta en formato DVD.
El más bello
La propia comunidad de monjas cistercienses que habita hoy el monasterio de Santa María del Sistal en Buenafuente, y gracias al apoyo de Ibercaja, ha escrito y editado una hermosa obra que titulan La Buena Fuente del Cister (1995) y en la que describen la historia, el arte, los objetivos y el proyecto futuro de su religioso instituto. Cuajado de hermosos gráficos y editado con elegancia, da una perspectiva completa de esta casa dedicada a Dios, la Virgen y San Bernardo.
El más meticuloso
Ramón Molina Piñedo, monje benedictino de Leyre, y sabio historiador donde los haya, haciendo gala de su sabiduría, de la gran documentación llegada a sus manos, y de esa paciencia propia de su Orden, ha elaborado una historia completa y meticulosa de la más antigua de las abadías benedictinas de la Alcarria: el monasterio de San Juan Bautista de Valfermoso de las Monjas. Con el título de Las Señoras de Valfermoso (1996) es este un libro en el que la organización y avatares de una comunidad femenina benedictina, viva hasta hoy, se diseca por completo.
El más documental
De Layna también es el monumental estudio sobre todos los conventos y monasterios de la ciudad de Guadalajara. Con documentos originales y una meticulosidad histórica de eficacia indudable, pone en manos del investigador y del curioso la historia de estos centros religiosos que Guadalajara tuvo, en gran número, a lo largo de su historia: Los conventos antiguos de la ciudad de Guadalajara (1946 y reedición en 2010) es otra de las obras fundamentales del cronista Francisco Layna Serrano.
El más apasionado
Sería don Andrés Pérez Arribas, cura párroco de Alcocer a mediados del siglo XX, y apasionado de la historia y el arte de la Alcarria, quien elaboró una amplia monografía sobre El monasterio cisterciense de Monsalud (varias ediciones, progresivamente mejoradas y aumentadas) y en él destacaba sus orígenes, avatares, arquitectura, con muchas fotografías, planos, y explicaciones. Hoy son las de Monsalud unas ruinas que bien recuperadas dan para mucho en esto de nuestra visita al patrimonio monasterial.
Y por supuesto Internet
En la nueva frontera de la comunicación pueden encontrarse datos actualizados sobre los monasterios vivos en Guadalajara, y sobre los muertos, en muy diversos lugares, siguiendo las pautas de búsqueda que cada lector mejor conozca. Todos sabemos, sin embargo, que Internet es hoy un archivo vivo de muchas cosas, pero con una llamativa escasez de datos cuando uno quiere profundizar seriamente en algo. De entrada, puede valer esta dirección: http://www.aache.com/monasterios-de-castilla-la-mancha.
Fuente: http://www.herreracasado.com/