POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA
Acaba de aparecer un libro dedicado a Monsalud. Que no es una guía al uso (que ya existía) ni una historia exclusiva, sino un conjunto de visiones que acercan este monumento al hombre de hoy, le hacen cercano y vivo, y animan a visitarlo para comprenderlo. Un aporte de noticias que se complementan para dar idea de un patrimonio vivo y latiente, todavía.
Más o menos, todos saben ya donde está Monsalud. Y cual es esa meta. Muchos de mis lectores, seguro que han ido. Y han visto lo que allí queda de una historia densa y secular. Durante una época, el lugar fue meca de peregrinaciones, y sede de grandes abades, opulentos y generosos, capitanes de la Fe y jueces de las costumbres.
En muy resumidas líneas, de Monsalud debe saberse que fue monasterio del Cister. Uno de los pocos que la Orden, en apoyo de la monarquía hispana, puso en la frontera meridional de Castilla, frente a Al-Andalus. Localizado al norte de la localidad de Córcoles, el monasterio más longevo y mejor conservado de la Orden en la provincia enraíza sus orígenes en una leyenda visigoda en la que Nuestra Señora de Monsalud acudió en socorro de la reina Clotilde. Cuentan los cronistas que en honor a esta intercesión se erigió una ermita que amparaba a los peregrinos en busca de la salud. Monjes venidos de las Galias asentaron junto al Tajo en el siglo XII. En 1167 el arcediano de Huete, Juan de Treves, les donaba la villa de Córcoles, recibiendo posteriormente numerosas tierras y propiedades, de parte de los reyes.
Desde el primer abad Fortún Donato hasta el siglo XV predominan los abades franceses, cayendo en decadencia el cenobio por una gestión de intereses personales hasta el fin de los abades vitalicios en 1527, sustituyéndose por el sistema de elección trienal. La imposición de la Observancia de Castilla a partir de 1538, no sin resistencia de los monjes, desembocó en un período de reorganización beneficiosa para la institución, reconstruyendo el claustro y el acceso oeste de la Iglesia. En el XVII se alzó la portería, el nuevo refectorio, la ampliación de la sacristía y el coro alto. En el XVIII el padre Cartes escribió la obra apologética de referencia del monasterio, Historia de la muy milagrosa Virgen de Monsalud (1721). Y en 1835 conforme a las normas de la Desamortización de bienes eclesiásticos, quedó en propiedad del Estado.
Hoy Monsalud, tras olvidos y hundimientos, es un conjunto recuperado, aunque en ruinas, en el que resalta la sencilla elegancia de la recia arquitectura cisterciense, admirando la iglesia, el claustro y la sala capitular, a los que se adosan el locutorio, refectorio y sacristías. La sala capitular acoge las sepulturas de Don Sancho de Fontova y Nuño Pérez de Quiñones, tesorero y cuarto gran maestre de la Orden de Calatrava respectivamente, con sendas inscripciones lapidarias. En la iglesia es notable la credencia con decoraciones de influencia mudéjar del altar mayor y las múltiples marcas de cantero. El conjunto es una mezcla de épocas y estilos, aunque la mayor sonoridad la da el templo románico de tendencia cisterciense.
El inicio de Monsalud es muy remoto, y en este libro que acaba de aparecer, su autor hace una relevante aportación, hasta ahora inédita, acerca de su origen prehistórico. No en balde Fernández Ortea es arqueólogo de profesión. Y así hace un examen arqueológico del mismo, y nos dice que existen restos del Paleolítico Superior. Pero que también hay constancia de restos celtibéricos, y por supuestos romanos, muchos, visigodos y árabes. La época romana es especialmente densa en restos, teniendo a la ciudad de Ercávica muy cerca. Aquí destaca los yacimientos “El Palomar I” y “El Castillejo” y nos dice que fue este un lugar, a 230 metros al NE del monasterio, codiciado estratégicamente por todas las culturas.
Milagros y peregrinaciones
Un capítulo interesante, novedoso, a resaltar, es el de los milagros y romerías. Monsalud fue durante siglos un foco brillante de salvación, y un destino “turístico” para quienes padecían del mal de rabia, mal de corazón, y melancolías. En su obra actual, el profesor Fernández Ortea nos informa de los textos antiguos, de cronistas y documentos, que señalaban a Monsalud como un lugar donde se producían continuamente milagros, y portentos. Y cómo la imagen de la Virgen, ayudada con buenas dosis del aceite de sus lámparas, se transformaba de devoción en abogada, y de su mirada de madera se transmitía no solamente tranquilidad, sino beneficios para la salud.
Nos dice Fernández Ortea en su obra, y a este respecto, que “Los milagros imputados a la virgen son predominantemente en relación a la rabia, tanto en humanos como en ganado, pero también encontramos otras tipologías como protección contra tormentas, agresiones sexuales, ceguera, resurrección de muertos, flemones, nombramientos de cargos públicos, fiebres, locura, mal del riñón, endemoniados…” Lo cierto es que este capítulo es tratado con gran detalle y minuciosidad: exponiendo los problemas que se llevaban a la Virgen, y la forma en que se resolvían. Además, viene a considerar a Monsalud como un lugar clave en el Camino de la Lana hacia Santiago, desde Levante, porque muchos peregrinos, sobre todo los devotos de la Virgen de Monsalud y conocedores de sus virtudes sanatorias, preferían bajar un poco al sur, desde el paso por Valdeolivas/Salmerón/Trillo, pasando por Alcocer/Córcoles/Sacedón hacia tierras de la Alcarria.
Relieve patrimonial de Monsalud
En este libro del profesor Fernández Ortea se da mucha información sobre otro aspecto, más actual y vigente, de la importancia de Monsalud. Y es su adecuación como elemento de visita turística, y como eje de una protección patrimonial, que en este caso se ha evidenciado siempre dubitativa. Desde 1835, progresivamente el abandono del lugar resultó en ruina. Sumando a ello la rapiña. Recordar, en todo caso, las palabras de Camilo José Cela en su “Viaje a la Alcarria” cuando cruzó en su literario periplo por el arroyo frente al monasterio. “Por Córcoles, el grupillo pasa entre los muros, cubiertos por la yedra, de un convento en ruinas, rodeado de olmos y de nogueras. En el claustro abandonado pacen dos docenas de ovejas negras. Cuatro o seis cabras negras trepan por los muros deshechos, aún milagrosamente en pie, y una nube de cuervos, negros también, como es natural, devoran entre graznidos la carroña de un burro muerto y con los ojos abiertos y el cuerpo hinchado al sol.” nos dice escuetamente, sin ni siquiera dar el nombre del cenobio.
Después de varios decenios, el Estado tomó cartas en el asunto y llevó a cabo tímidas reparaciones que consiguieron, al menos, evitar la progresiva ruina. El conjunto fue estudiado por don Andrés Pérez Arribas, párroco de Alcocer, y la Junta de Comunidades llegó a abrirlo a las visitas, con diversas etapas, una de las más espléndidas la que tuvo al autor de este libro, Javier Fernández Ortea, como adjudicatario y responsable de su oferta pública. Una época en la que el lugar se mostró y explicó, se mantuvo limpio y activo, con celebraciones sociales, culturales, exposiciones, iluminaciones, etc. Duró poco esa época, y se mantuvo luego cerrado, aunque el interés mostrado por un creciente número de visitantes ha llevado a su reapertura. De todo ello, con mucho detalle, y con el valor de lo vivido personalmente, nos habla el autor en su obra.
Breve resumen de un libro modélico
Un libro es este de largo recorrido. Porque analiza un elemento patrimonial desde diversos puntos de vista. Al menos tres son los fundamentales:
* Su historia, desgranada con detalle y claridad, desde sus orígenes (posiblemente prehistóricos) hasta la Desamortización en que desaparece como institución religiosa monasterial.
* Su arte, analizando sus partes destacables, los planos, los alzados, los detalles, los estilos, las reformas, (iglesia, claustro, sala capitular, bodegas…)
* Su recuperación para la visita y su gestión como elemento integrante del acervo patrimonial de la Alcarria.
El autor es Javier Fernández Ortea, profesor y doctor en Historia y Arqueología por la Universidad Complutense de Madrid en 2021. Precisamente con esta obra alcanzó el doctorado que acredita su carrera académica.
Hoy es además el director de las excavaciones de la ciudad romana de Caraca, en término de Driebes, y además de sus numerosos artículos en revistas especializadas y conferencias en centros museísticos, es coautor del libro “La ciudad romana de Caraca. Historia y territorio” (2020) y aclamado firmante de “Alcarria bruja”, otro libro de AACHE/Océano Atláncio que ha sigo aplaudido por cuantos lo han leído
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