POR MANUEL LÓPEZ FERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE VILLANUEVA DEL ARZOBISPO (JAÉN)
Miguel y Juan Antonio Segarra Román 1931- 1985. Casi unas Memorias.
Corrían los años veinte de este siglo, posiblemente el año 1925 cuando mi hermano Miguel, nueve años mayor que yo y fundador de la Librería Segarra empieza a dar sus primeros pasos en la actividad comercial. Lo hace como Corresponsal de las llamadas, “Novelas por entregas”, algo que por aquellos años suplía a las novelas radiofónicas y a las actuales series televisivas. Me vienen a la memoria dos de los títulos con gran éxito: “El soldado desconocido” y “El huérfano del mar”, aunque fueran bastantes más los publicados. Su venta era callejera, mediante suscripciones domiciliarias, siendo la clientela especialmente femenina
Me inicié en el Kiosko de la Plaza Mayor, ayudando a mi hermano mayor Miguel. Vendíamos la prensa diaria y revistas de toda ideología. Recuerdo títulos como “Estampa” y “Crónica” que valían treinta céntimos, así como novelas, cancioneros, libros de chistes. Mi hermano consiguió, posiblemente a principios de 1934, que le arrendasen un pequeño local frente al Kiosko por una peseta diaria. Era el mismo edificio en que veintisiete años después estuvo la Librería hasta su traslado. Lindaba con una vieja casa ya inexistente, donde estuvo la Buñolería del tío “Chuán”. Puedo decir que allí se inició como tal la Librería Segarra. Al frente de ella, mi hermano y yo en el Kiosko, abandoné mi venta ambulante de la prensa, que siguieron efectuando varios chicos, a comisión, hasta mediados los años cincuenta en que desapareció, al menos en Villanueva este sistema de venta.
Mi actividad, a partir de entonces se vio incrementada, con una pequeña industria. Consistía en una maquinita de manejo manual, que servía para hacer cigarrillo, ¡emboquillados nada menos!, algo verdaderamente muy avanzado, pues el tabaco era picadura que se liaba a mano. Lo que no recuerdo es el precio al que vendíamos el producto, pero presumiblemente, no fueran menos de un par de pitillos, los que se dieran por cinco céntimos…
Naturalmente los precios de aquella época, vistos con la mentalidad de aquella época, eran de auténtica risa, cinco, diez o veinticinco céntimos, dos o tres reales y una peseta también de plata eran los más usuales y ver monedas de dos pesetas y “los durazos” ya fuesen “sevillanos”, “amadeos” o del “tío sentao”, era poco frecuente verlos al final de la jornada; hacer ventas de cinco o seis duros, era un buen resultado. Un periódico valía quince céntimos, con diez céntimos comprabas “el almanaque zaragozano”, un lápiz o cuaderno de mediana calidad.
Puedo indicar, como curiosidad, que en mi entorno más próximo estaban, “Antoñica” y “Dolorcicas” las garbanceras que con sus cestas, por una perra chica daban una gran medida de “torraos” o cañamones.
Dentro de mis vivencias de aquellos años voy a referir una, para mí inolvidable. El mucho miedo rayando en terror, que pasé estando en el kiosco. Hubo un fantástico
corrimiento generalizado de las estrellas en un firmamento totalmente despejado, que resultó verdaderamente impresionante; quedó el paseo desierto y yo creí que llegaba el fin del mundo, de lo que se hablaba bastante por entonces-
También en mis recuerdos de observador, desde mi atalaya kioskera las hay más agradables entre ellos contemplar los juegos de los chicos de mi edad, y no sin cierta envidia, practicaban a diario en aquella plaza (no estaba pavimentada) levantando grandes polvaredas; el juego “de los castros”, por lo que fuere despertaba gran expectación entre los muchos mirones, entre los que no faltaban los mayores.
Ya conocéis el tema del Kiosko, su derribo, y como acudió a los Tribunales.
El quedarnos sin él no supuso el derrumbe total, ya que pudimos seguir con nuestras actividades en la Librería, aunque lentamente ya iba pareciéndolo. Recuerdo que había estanterías al fondo tras el mostrador y en la parte alta de ambas paredes laterales; en la parte media de estas había unos listones de madera clavados con la separación suficiente para exponer las novelas más populares, por ejemplo cinematográficas, aventuras. románticas…las que soportaban unos finos alambres sujetos a ambos extremos, había varias hileras y aunque rudimentario, a falta de vitrinas, aquello resultaba bastante bien. Más adelante empezamos a tener novelas y libros de mayor importancia de editoriales Maucci, Sopena, El Gato Negro y Seix Barral, entre otras, que se exponían en una vitrina portátil al lado de la puerta.
Con motivo de las Fiestas, creo que fue este mismo año, llegó a Villanueva un fotógrafo ambulante, que hacía sus fotos espontáneamente a todo paseante en las horas de mayor animación y entregaba un boleto numerado, invitando a recoger las fotos en la Librería Segarra, creo que por dos pesetas. Se trataba de una postal –tríptico (tres fotos iguales) y habría llegado a un acuerdo económico con mi hermano, Aquello fue un gran éxito y sobre todo de público; novios, matrimonios, amigos… pasaron a retirar sus fotos y algunos solamente a verlas. Las que se quedaron sin vender, ya fueron a precio de saldo.
Otra faceta de nuestro negocio consistía en que algunos días festivos, por la tarde, poníamos a la venta los diarios y revistas sobre un velador del “Universal Café Cartagena”, que en aquel tiempo estaba en los bajos de la casa de Doña Lutgarda, ocupando la totalidad del local, por lo que era un magnífico local; muchos veladores, gran barra, dos mesas de billar, varios camareros…¡ Un gran bar en aquellos tiempos!
Una tarde que me encontraba allí en el reparto de periódicos, ocurrieron los sucesos que todos conocemos por “el día de los tiros” que se grabó para siempre en mis recuerdos; por muchos mayores se creyó premonitorio de lo que después llegaría. Observaba yo el raro e inhabitual bullicio de la Plaza, y el punto álgido de aquel “jaleo” que estaba ante el viejo edificio del Ayuntamiento (dónde actualmente está Unicaja), lugar en el que había mayor cantidad de gente gesticulando, cuando vi a “unas parejas” de la Guardia Civil, a caballo, que no supe por donde llegaron y me parecía por sus ademanes, puesto que no los oía, que conminaban al público a disolverse; de pronto empezaron a sonar tiros, e inmediatamente alguien empezó a cerrar las puertas metálicas y las ventanas que daban al paseo, donde acontecía “el fregao”.
Entre tanto yo instintivamente me acurruque en el suelo y cuando quise darme cuenta me encontraba solo, con mi miedo; la familia del Sol, camareros y posiblemente algunos clientes bajaron al sótano, y a mí por el aturdimiento, nadie “me invitó” a bajar, por lo que pasé del miedo al terror, pues casi anochecía y “el concierto” seguía y los tiros retumbaban en el vacío local. Nunca
supe el tiempo que duró aquello, no estaba para cálculos y lo que sí quedó por siempre en mi recuerdo, fueron las ráfagas de la fusilería de los guardias a caballo en su retirada, a su paso (no existían las actuales escaleras), que afortunadamente dirigían hacia arriba… Después, ya no recuerdo nada, supongo que alguien iría a por mí. Si recuerdo, en cambio, que al día siguiente, en casa se hablaba que había varios heridos en el Asilo, pues vivíamos enfrente.
FUENTE: M. L.F.