POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Hace unos días llegó a nuestra ciudad un grupo de una veintena de lituanos que seguían el rastro ignaciano, guiados por la competente y agradable Jurate Micevicinte, que realizó una traducción simultánea exquisita. Como Cronista les esperaba, digamos que con ansiedad, porque todo lo que está relacionado con San Ignacio, en estos momentos me han absorbido el tiempo y mis ocupaciones, me han servido de revulsivo, recordar e investigar.
Varios grupos más están interesados y anuncian su llegada, aunque sea después, me dice Cristina de la Oficina de Turismo, de los más diversos puntos del mundo. Al final siempre hay gentes interesadas en aquella época oscura e ignorada del joven Íñigo, durante los once años que estuvo entre nuestros antecesores formándose en la corte arevalense. Como dicen las crónicas, aquí llegó a «hacer burocracia». Por eso también siempre hay alguien que busca esta época tan desconocida como apasionante de esta figura universal.
Llegó el grupo y nos presentamos ante la escultura de Isabel I de Castilla, la Católica. Como el tiempo que estaría con ellos era poco, por otros compromisos, fuimos a la iglesia de San Juan Bautista, donde está el retablo y la imagen de San Ignacio, y allí les conté las cosas del joven Íñigo en Arévalo, porqué llegó a este rincón de Castilla, que vino a hacer y las cosas que nos recordaban aquella presencia arevalense. Me sorprendió muy gratamente la avidez con la que buscaban el rastro juvenil de San Ignacio, el conocimiento previo de lo que querían ver, y muy especialmente la profesionalidad de la guía Jurate, que nos mostró aquella traducción instantánea de aquel relato.
En este grupo también venía un sacerdote jesuita que asentía mi relato y al mismo tiempo me confortaba, tenía que poner énfasis en esos momentos históricos, porque no se podían resumir, como lo han hecho algunos biógrafos, aquellos 11 años de formación humana de calidad con una frase, «…hasta los 25 años se dedicó a las vanidades del mundo…», tan vacua como poco definitoria de aquellos momentos.
Yo me sentí muy bien, porque tantos detalles de aquellos años arevalenses son consustanciales a una historia mal contada…
Pero, la verdad es que durante el año largo que englobó los dos importantes centenarios en torno a San Ignacio de Loyola, pocas cosas hemos celebrado de esos centenarios, un tiempo que ha pasado sin pena ni gloria en esta ciudad ignaciana. Si exceptuamos apenas algunas cosas aisladas que han recordado a las gentes de Arévalo y a nuestros visitantes que, en estas tierras castellanas, en este rincón, hace quinientos años y un poco más, estuvo un joven vasco, de Azpeitia, de la casa torre de Loyola, once años de su vida juvenil de formación. Aquí recibió una educación privilegiada, caballeresca, burocrática, un grado muy superior a lo que entonces era lo común entre esa nobleza de hidalgos, por el entorno en el que la recibió, las Casas Reales que los Trastámara tenían en la villa. Allí vivía a cargo del palacio y de los miembros de la casa real Juan Velázquez de Cuéllar, precisamente el mentor y medio padre de aquel joven que se quedó huérfano tan pronto. Juan Velázquez, pariente de los López de Loyola pidió un hijo para criarle y colocarlo en la corte castellana. Así fue como Íñigo, ese joven de 15 años llegó a este lugar de Castilla a «hacer burocracia». Y en pocos años se convirtió en el secretario del Contador Mayor Juan Velázquez. Con el levantamiento de la villa contra el Emperador Carlos, Velázques de Cuéllar cayó en desgracia, y con él, toda la casa, también Íñigo, que partió de Arévalo con dos caballos y 5oo escudos que le dio su parienta María de Velasco, la viuda de Juan Velázquez, para dirigirse al Nájera y presentarse ante el Duque de Nájera y Virrey de Navarra. Ahí empezó la vida militar de Íñigo… esta es ya otra historia.
Aprovecho para decir a mis lectores que ya está en imprenta el libro sobre «San Ignacio de Loyola en Arévalo», que recoge los 11 artículos publicados en este Diario, corregido y aumentado, amplio de ilustraciones, que espero que pronto esté en la calle…
Íñigo da mucho de sí, uno de los personajes más importantes que pasaron por nuestra historia. Guardar su memoria es obligado, y difundirla, ¡también!