POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
Las comidas de Navidad tienen algo de encantador, en parte por la rutina anual que producen, y también porque son platos especiales que a veces sólo comes una vez al año en compañía de la familia, creando una expectación y añadiendo un aliciente más a las ya de por si alegres fiestas.
Para aquellos que sientan curiosidad por saber las recetas tradicionales de Navidad más habituales en Torrevieja o quieran iniciarse en la cocina navideña más tradicional, yo no voy a hacer un recopilatorio, pero si adentrarme en los preparativos que llevan esos días especiales que van desde vísperas de la Purísima y San Antón, que como refiere el dicho… ¡Fiestas son!
Durante estas fechas de reuniones familiares, suele aumentar nuestra ingesta calórica habitual ya que las fiestas, y mayormente en diciembre se acostumbran a celebrar alrededor de la mesa. Es el momento en que toda la familia reunida comparte alimentos más suntuosos de lo habitual junto con otras preparaciones más esmeradas.
En época estas fechas, muchas familias celebran hasta seis comidas especiales: la del día de la Purísima, Nochebuena, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo y Reyes, en las que no podían faltar ni aperitivos, primeros platos, segundos, postres y esa sobremesa llena de turrones, polvorones, copas…
Los preparativos empezaban mucho antes, haciendo ‘el costo’, compra extraordinaria para sobrellevar estos días de abundancia. Se acostumbraba ir a alguna de las tiendas de ultramarinos de la población para comprar los géneros con los que se debían preparar algunos de los manjares para comer esos días. Los sitios… pues habían varios y cada uno guardaba su encanto especial; entre otros, la tienda de Bernardo ‘el Torres’, frente a la Plaza de Abastos; la tienda del Chuti’, entre las actuales calles Blasco Ibáñez, Maldonado y Antonio Machado; la de Paco ‘el Cuco’ en la esquina de las calles Ramón Gallud y María Parodi; y en otras épocas la tienda del Arturo ‘el Zancas’, en la calle San Policarpo, y la bodega de Fulgencio en la esquina de la calle Chapaprieta con la plaza de Isabel II; la de Diego Maciá, en la Plaza de Abastos, etc. No olvidándome de la bodega de la familia Soria Sala, que vendían vinos tintos, claretes, blancos brillantes y mistelas elaborados en la bodega de Lo Albentosa, en la pedanía de La Mata. No debiéndose olvidar nada de lo necesario: anís dulce, sidra y mistela para beber; companajes variados (chorizo, jamón serrano y York; quesos, patés, etc.) -el salchichón la mortadela y otros, no aparecerían en nuestro mercado hasta entrados los años sesenta-, además se adquirían algunos ingredientes para elaborar el cocido con pelotas; aunque la carne se compraba en los últimos días de una de las carnicerías de confianza o se sacrificaba el pavo criado en los corrales de los patios de la casas o bien se compraba del mercado de los viernes -todavía en esos años no había adquirido el reducido apelativo de ‘mercadillo’-, eso sí, vivito y coleando. El pan para elaborar con su miga los rellenos se lograba de las diversas panaderías de horno de leña.
Muy importante el engorde del pavo para la elaboración de las pelotas de la Purísima -sin ánimo de ofender- y las de Navidad, a base se ‘salvao’ y restos de comida de la casa. El sacrificio del animal plumado era todo un ‘cruel’ acontecimiento en muchas las casas. A la agonizante muerte del animal, desangrado tras seccionarle la yugular, la seguía la ceremonia del inflado de la bufa para ser utilizado como juguete, a modo de globo, por los más pequeños de la casa. Cuanto que recuerdo aquellas mañanas domingueras o festivas en las que después de despertarnos mi hermano y yo, nos adentrábamos en la cama de mis padres, en donde, allí cobijados, nos contaba emocionantes historias de su niñez y tradicionales cuentos, mientras, mi madre preparaba el desayuno consistentes en el recién asado buche de pavo… que rico aquellas dosis de colesterol, en tiempos en que lo habitual en el tentempié mañanero y diario era un tazón de sopas de leche con pan duro y Cola-Cao.
Capítulo aparte eran los postres… polvorones, tortas y turrones del duro, del duro, de guirlache, etc., además de las peladillas y mazapanes que vendía Pepe el turronero, natural de Jijona, en su tenderete que puntualmente todos los años, a comienzos de diciembre, instalaba posada del tío Parejo, a donde venía todos los años, desde finales del siglo XIX, cuando siendo un niño venía en compañía de sus padres.
Mantecados, toñas, almendrados, cordiales, tortas, etc. Porque si algo tenía de típico la Navidad eran también los dulces caseros y artesanales que en ‘llandas’ se llevaban al horno más cercano.
Había que montar el belén, con el pesebre donde se cobijaban María, José y el niño Jesús, al calor de la mula y el buey; con los tres Reyes Magos -sus majestades Melchor, Gaspar y Baltasar- montados en caballos o camellos y cada uno con su paje respectivo y siguiendo la estrella con rabo que les indicaba el lugar donde se hallaba el Rey de Reyes para ofrendarle oro, incienso y mirra. El río con una mujer lavando a mano en su orilla, pastores rebaños de borreguitos, ocas, etcétera, todos caminado hacía el pesebre a adorar al Niño. Y al fondo, en el horizonte, bajo un cielo estrellado, elevadas y negruzcas montañas hechas con trozos de carbonilla recogidas de la estación del ferrocarril.
Y los gratos recuerdos se amontonan en esa época ensayos de cánticos de villancicos, en las noches de frío en las que recuerdo que mi abuela me contaba mil historias de antiguas navidades, de comprar carracas, panderetas y zambombas, de madera, hojalata, barro y piel legítima de conejo, antes de que nos irrumpiera el plástico. Aquellos villancicos en los que la Virgen lavaba pañales, porque los ‘Dodottes’ desechables no se habían inventado, y los peces ¿bebían en el río?, mientras que la Marimorena andaba porque era Nochebuena.
¡Qué paséis una muy feliz Navidad!
Fuente: http://www.laverdad.es/